Llevaba más de ocho horas actuando. Llaves, celular, bolso, el pasaje de ese libro, preciso el pasaje de ese libro: “Si no estás escribiendo, no estás pensando, y si no estás pensando, estás muerto”. No precisó nada. Dan las 08:00 pm y un se me hace helio la boca, me quiero volar, me cuartea los labios. Salgo por una de esas grietas.

Afuera, la ciudad me da la espalda, observo su hostilidad como un tipo de escoliosis que impide encaminarme. Hay quienes dicen, “preocúpate por seguir adelante”, y creo haberlo hecho bien, pues no me he encontrado con el rastro de otros pasos; sin embargo, tampoco hay nadie atrás de mí y es ahí en donde me pregunto: ¿adónde se han ido todos?

Punta – talón, punta – talón, punta – talón. Un punta pie.

Deambulé un par de horas, digo un par, guiada por mi noción en escala de grises para entonces, ustedes saben que el tiempo se dilata, cuando las pupilas se contraen y a su vez, los parpados se abultan, conteniendo los desperdicios que nos asedian. Recordé una antigua conversación con mi yo de los treinta y cinco años (he sido una mujer visionaria), cuando tan solo tenía veinte… “una noche, iremos tú y yo por una copa”. Había llegado esa noche.

“No vaya a dar papaya”, hubiese dicho alguno al contarle que iba por un trago a la barra; qué bueno que no doy frutos, que en nada me asemejo a un tronco y que lo pienso más de dos veces, antes de que me dejen plantada. Ante los miedos parecía vegetal-convulsa y mucho trabajo tuve para pasar de savia bruta a medianamente elaborada. Ahora que soy un organismo autótrofo, en mi proceder básico, puede que un viernes elija a la rubia/trigo, a la roja/malta o a la negra/fuerza.

Llegué a la casa cerca de las 05:00 am, el lapso en que cesan las voces (he tenido una codificación acústica prodigiosa), porque es el momento en donde la ciudad duerme. Tiene derecho a refutarlo, si así lo considera, pero tenga en cuenta que con dicha aseveración no me refiero ni a los viernes ni a los sábados, lo que le estoy contando, ocurre cualquiera de los días hábiles, el que sea, pues era un patrón repetitivo en cada semana.

Crucé la sala, procurando minimizar los ruidos, pero el silencio algunas veces es mucho más expansivo. Tardé un poco en cerrar la puerta y ella entró. Antes del olvido, mis padres me habían mencionado que el tiempo no es lineal, sin embargo, no tenía previsto que aquello dilapidara casi la totalidad de mis próximos años, un poco más de una década.

Llegó la mañana y había cumplido, t-r-e-i-n-t-a  y  c-i-n-c-o.

Una noche, iremos tú y yo por otra copa. Una noche, iremos tú y yo por otra copa. Una noche, iremos tú y yo por otra copa. Una noche, iremos tú y yo por otra copa.  

Esta vez, el alba nunca cesó, es lo único que aún recuerdo.