Tela cubriendo el espejo del cuarto.
– La noche anterior –
11:00 pm: No logró dormir más de tres horas, el olor a óxido la levantó agitada, se quitó el pijama, su ropa interior, empezó a sacudirse y tan solo logró que la inmundicia penetrará más su cuarto. Fue al baño y giró de manera leve la perilla de la ducha, buscando lavarse bajo el punto de ebullición. Ardió.
– Al otro día –
06:45 am: “No es mucho más fácil caminar, cuando eres un bulto de hierro”.
Lo primero que hace cada mañana es pararse frente al ovalo transparente, le han dicho todos estos años que es un arco reflejo; todavía no se ve. Encima de este hay un pequeño letrero que su abuela tejió para ella: espejo, esa es la palabra que anuncia.
- “Espejo, decía Rosita, espejo. Qué facilidad tenía. ¿Cómo se veía Rosita en esa ventana?”
Pasada media hora inicia su rutina, abrazada al recuerdo y con las piernas colgando del borde. Evoca la añeja voz de Rosita sentada en la mecedora, con un tinto y sus ojos de otoño.
- “He creado una historia para ti, hija, estuve estos días viéndote a diario e intentando describir tu forma a través de eso que llamas pared en marco. Tómalo como un préstamo, cedo mis ojos para que puedas verte”.
De la historia poco puedo contarles, dicha narración fue acogida con tanto recelo que olvidó relatarla, sin embargo, les digo que su equivalente en tiempo era de siete minutos, lo que tardaba la canción en hacerla llorar. Salía y contrario a lo que usted piensa, al cruzarse con otros no preguntaba por cómo iba su día, preguntaba: ¿cómo me veo hoy? Entiendo que no fuese una pregunta fácil de responder, así que nadie nunca lo hizo.
– El mismo día –
08:00 pm: “Si el sueño me corroe, sabré que soy color naranja rojizo, semioscura y de saturación moderada, al menos eso conoceré de mí”.
Frente al espejo de nuevo, observa la mezcla de cemento y ladrillo cubierto por el rosa pálido de la nueva pintura. El bloque de la mitad sigue desencajado.
- “¿Así que de esto trata?, ¿de muros de carne que fácilmente se quiebran?”.