Ilustración por Dario Montoya*
Crecí siendo hija única y fue como hasta los 11 años que dejé de pedirle a mi mamá la valerosa tarea de engendrar otra vida, a la que yo pudiese llamar hermano (o inculto, infructuoso, bastardo, entre otros), omitiendo el nombre con el que hubiese sido bautizado. Mamá siempre dudó de mi capacidad en cuanto al afecto compartido, con lo cual justificaba, de la manera más liviana, mi existencia en solitario. Decía que a mi corta edad, era experta conocedora del Ego, una pobre criatura carente de genuina empatía, pues lo demás eran solo medios para mis propósitos de infante (y de infame). Ustedes ya sabrán, la personalidad se va formando a partir de los primeros años. Ahora tienen un panorama de cómo soy.
A partir de esto, debo agregar también las virtudes de desarrollarse en un núcleo tan reducido, si bien muchas veces he sido tildada de odiosa e insensible, también he tenido mucho tiempo para mí; y no crean, no siempre se cuenta con la certeza de saber qué hacer con uno mismo. Es por esto que, me di a la tarea de alimentar el que para mí, es uno de los dones más adaptativos: la curiosidad. Imagine por un momento qué se puede hacer con tanta energía cuando no se está dotado de interés por el mundo, serían mayores las tasas de suicidio en niños que en adultos. Y ya ven, esta es una de mis hipótesis de por qué ocurre lo contrario.
Fue así como alrededor de los ocho años de edad compré tres cuadernos diferentes, rayados o cuadriculados según considerara (aunque siempre me he inclinado más por la primera opción). En uno de ellos, transcribía aquellas canciones que se encontraban en el top veinte semanal de la emisora más sonada para ese entonces, pues no contaba con las herramientas tecnológicas que me ahorraran el trabajo; y bueno, me gustaba cantar, aún siendo consciente de mis bajos estándares de calidad. En otro de los cuadernos, dibujaba figuras humanas y diseñaba sus atuendos, aunque partamos de que sus cabezas eran trazadas con la parte inferior de un pocillo, calculen entonces mi talento con las ilustraciones. Finalmente, contaba con una libreta en donde escribía cuentos que espero un día mostrarles, pues gracias a la niña de ese entonces, hoy puedo comunicarme abiertamente con ustedes y compartirles mis invenciones, ¿o ustedes creían que mi vida era tan interesante? No, amigos, mi elemento es la creación.
Todos tenemos un imaginario alrededor de la familia, en donde casi que naturalizamos la presencia de una figura materna, paterna y al menos un hermano. Incluso han condenado aquellas estructuras a las que no habría que llamar así, porque carecen de esa configuración tradicional. Entonces, mi desestructurado núcleo ha estado compuesto por mi mamá y yo, para mí sería un placer presentarles a Gladys María Suárez Serrano (si no escribo su nombre completo, puede que no comparta el post), sin embargo, como ya conocen, soy bastante egoísta y celosa para facilitarles una conversación.
Tengo una teoría, y es que algo de programación hay detrás de la forma de incubación pro-vida, a mi parecer, las madres son lo suficientemente sensatas al hacernos creer en sus habilidades predictivas, cuando la realidad del asunto es que ya son conocedoras del todo, porque ellas mismas lo han creado; eso del aporte netamente cromosómico es una arbitrariedad, o acaso estoy de acuerdo con Dawkins.
Mami, tú ya me conocías. Ustedes, hasta ahora me están leyendo.
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