Empiezo proponiéndole un trato, respetado lector: no se tome personal nada de lo que está a punto de leer a menos de que sea un colombiano promedio. Si algo le resulta familiar no se ofenda conmigo, mejor busque un espejo y| reconózcase a usted mismo…
Tendría algo más de 15 años cuando me contaron que todo lo malo que le pasaba a Colombia era culpa de los políticos. La falta de empleo, la inseguridad, la mala educación, la deficiente atención en salud, los costosos servicios públicos, y hasta la pérdida de la sede del Mundial de Fútbol del 86. Absolutamente todo. Y entonces se me grabó el dicho aquel que nos une como país: “¡Por eso es que estamos como estamos, por esos políticos hijue…madres!”. Así debería empezar nuestro himno nacional. En últimas esa frase se utiliza más que la de “¡Oh gloria inmarcesible, oh júbilo inmortal!”. De paso le haríamos un gran favor a Shakira.
Pero la excusa de los políticos para explicar el fracaso que somos como Nación me duró poco. Inclusive empecé a compadecerlos y admirarlos, pues no he conocido un gremio más comprometido con mantener viva la tradición de su oficio: prometer, incumplir y robar. En cambio, no entendía por qué el taxista adulteraba el taxímetro, el carnicero trucaba la balanza, el vecino se conectaba solo a la parabólica o el mecánico se inventaba daños en los carros. Son ejemplos reales de una lista amplia a la que el colombiano promedio prefiere llamar “malicia indígena”, pero que no es más ni menos que la misma corrupción de los políticos.
Tan corrupto es Samuel Moreno, ex alcalde de Bogotá, por su concurso en el “carrusel de la contratación”, o Luis Bedoya, ex presidente de la Federación Colombiana de Fútbol, quien aceptó los cargos por crimen organizado y conspiración para cometer fraude electrónico, como el conductor que adultera el taxímetro para estafar al pasajero o el tendero de la esquina que incrementa los precios injustificadamente acuñando al fenómeno del Niño. La diferencia entre ellos es cuestión de la cifra que se meten al bolsillo.
La facilidad que tenemos para la trampa, el engaño, el fraude, la estafa o el timo, es, desafortunadamente, uno de los defectos que nos define. Todos los días convivimos con la corrupción en sus diferentes presentaciones: cuando caminamos entre la basura de los andenes, los huecos de las calles, las alcantarillas sin tapas, el humo denso de los buses y busetas, los hospitales y colegios sin terminar, o los niños en los semáforos cambiando dulces (o miseria) por una moneda…
Y también, todos los días, convivimos con los corruptos a todo nivel. Como con los 14 policías (un teniente, cuatro suboficiales y nueve patrulleros) que permitían el microtráfico de la “Mafia del Bronx” en varios sectores de Bogotá. Ni hablar de regiones como Chocó, donde la población espera que la anunciada visita del Papa para 2017 lleve más inversión que la recibida desde que se estableció como departamento, en 1947. Y qué tal las redes que en los últimos nueve años se han quedado con 578 mil millones de pesos de la contratación de la alimentación escolar en el país.
La próxima vez que se queje del país, amigo lector, tal vez se tendrá que quejar de usted mismo o de sus familiares o amigos. Pásese por el espejo y pregúntese cuántas veces se ha colado en el Transmilenio o bus pensando que así es más vivo, o las veces que se pasa un semáforo en rojo (vaya en carro, moto, bicicleta o caminando) porque como nadie lo ve entonces no importa. Así piensan los delincuentes cuando son pichones de ladrón: como nadie los ve. Recuerde ese refresco que se tomó sin pagar en el supermercado, el celular que compró sabiendo que era robado, el repuesto del carro que consiguió en un local de dudosa procedencia, el pase de conducir que sacó a través de un tramitador o simplemente el papel que tiró al borde del andén.
De seguir así, en unos años terminaré confiando más en la clase política –al fin y al cabo sé a lo que se dedica- que en el vecino del taxi, el carnicero, el mecánico o el policía. No sea que detrás de esos oficios se esconda uno de estos colombianos promedio. Ahora lo voy entendiendo. ¡Por eso es que estamos como estamos, por esos colombianos hijue…madres!
@ivagut