Si te contara que llevo 709 días viéndote sin verte no me lo creerías. Tampoco si te dijera que empecé a extrañarte más justo cuando regresé cerca de ti. Hoy todo es confuso. Sé de dónde vengo, dónde estoy, pero no para dónde voy. Si lo supiera, seguramente habría tomado un atajo hace rato para acabar con esta incertidumbre.
La gente feliz no sabe que lo es. Ser feliz es tan fácil que no se necesita nada. Por eso es que no se sabe, porque todos depositamos la idea de felicidad en algo que perseguimos, y que cuando alcanzamos cambiamos por otra cosa.
Lo sabré yo… que cuando más feliz me recuerdo es en aquellas épocas que no tenía nada.
Pero no digo nada por decir cualquier cosa. Lo digo de verdad. Nada de nada. Ni cama ni agua caliente ni zapatos ni ropa ni comida… No tenía nada, y nada me hacía falta. Me empezaron a hacer falta cosas cuando empecé a tenerlas. Una ironía, ¿no crees?
Siempre he querido volver a ser feliz. Por eso renuncio a ti. Si buscándote he sido infeliz al no encontrarte, entonces dándote por perdida ya no me harás falta. No viviré más como un náufrago nadando en un mar de ilusiones fallidas. No volveré a abrir los ojos en la mañana tratando de encontrarte en mi cama ni los cerraré en las noches para buscarte en mis sueños.
He decidido que si me quieres me vas a buscar. Pero no como yo te he buscado a ti todo este tiempo. No. Tú –si es que realmente me quieres- me vas a buscar y a encontrar. Encontrarme es lo más importante. Si me encuentras sabré que me buscaste. Si no, pensaré que no me buscaste o buscaste mal. O no buscaste lo suficiente.
Pero no creas que voy a quedarme sentado esperando que empieces mi búsqueda. Me iré a vivir lejos. Tan lejos que no podremos ver la misma luna. Habrá tanta distancia que si no me hallas posiblemente olvide que alguna vez te busqué y no te encontré. Me olvidaré, también, que existes. Olvidarte será aprender a vivir sin ti. Y si aprendo eso será tu fin.
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