En Navidad bajó la pobreza. O por lo menos más personas se sintieron menos pobres. No es lo mismo, pero casi. Quienes no pueden comprar ropa regularmente durante el año se las arreglaron para estrenar el 24 o 31 de diciembre (o ambos); los que sobreviven con menús de arroz y huevo se llenaron con suculentas comidas de medianoche. Están también los que cambiaron el bus urbano por una flota o avión. El destino de las vacaciones, lejano o no, fue lo de menos porque de lo que se trató fue de escapar de la cárcel que es la vida cotidiana en la ciudad.
Por esas fechas todos -a su medida, a su alcance, a su modo- se creyeron ricos. Gastar fue más importante que pagar. Se gastó ayer y se pagará cuando se pueda…
Ahí podría estar escondida una de las razones por la que Colombia es –de nuevo- considerada como el segundo país más feliz del mundo: porque los colombianos dejamos para después las preocupaciones, las responsabilidades, los deberes, las deudas. Sabemos que existen, pero miramos para otro lado.
En la encuesta de felicidad, esperanza y optimismo económico realizada por la firma internacional Gallup entre octubre y diciembre pasados el país obtuvo 87 puntos. El 46 por ciento de nuestros encuestados respondieron que la situación mejorará en este 2018. ¡Somos campeones mundiales del optimismo! No es broma. Lo dice la mentada encuesta.
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A ver cómo le hacemos para que esto mejore, pues con las tarjetas de crédito en rojo, los gastos de los colegios o universidad, los impuestos anuales que ya se asoman, el regreso al trabajo, las madrugadas, el pico y placa, y la tuza de las vacaciones que se acaban parece una tarea muy larga para un solo año. Eso sí, en Semana Santa hay que salir otra vez a pasear sin saber cómo.