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A pesar de que quiero dar por clausurado el tema miren esta “perlita” que me envió el Señor Presidente del equipo :

De: Rodrigo Rendon Ruiz (realcartagena2004@hotmail.com)
Enviado: sábado, 16 de febrero de 2008 04:30:23 p.m.
Para: jcap

VAMOS A ESTAR ATENTOS EN EL MONUMENTAL PARA CUANDO VAYA A COMPRAR SU BOLETA YA QUE ES EL SITIO OFICIAL PARA ADQUIRIRLA POR QUE UN GRAN HINCHA NO COMPRA REVENDIDAS LAS BOLETAS SINO EN EL SITIO OFICIAL .

ESPERAREMOS AVER DONDE COMPRA SU BOLETA.

Esta es mi respuesta a semejante bobada :

De : jcap 
Enviado: sábado, 16 de febrero de 2008 04:52:08 p.m.
Para: Rodrigo Rendon Ruiz (realcartagena2004@hotmail.com)

Por comentarios como este es que la gente señala que usted tiene unas salidas bastante infantiles y no dignas de un presidente de equipo . Si leyó el blog se podrá dar cuenta que ya yo di por clausurado el tema, la gente juzgará quien tiene la razón , no se preocupe por mi boleta que afortunadamente tengo los medios y no necesito desplazarme hasta las instalaciones del monumental para adquirir boletas si puede apreciar tengo aproximadamente más de tres meses fuera de la ciudad y me entero de los temas del Real mejor que cualquier persona que se encuentre en Cartagena .

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A Propósito de temas infantiles y como quiera que este blog es para todos los públicos, hoy les traiga un cuento infantil, tan infantil como algunos de los argumentos con los cuales nos toca a veces lidiar y con los que se pretende contrarrestar algunas realidades de la vida cotidiana.

Este tipo de ejercicios son interesantes ya que nos alejamos un poco del tema del fútbol y sirve para que algunos de los lectores del blog le enseñen a sus hijos pequeñas moralejas de la vida lo cual les servirá en su futuro para no cometer errores infantiles como el que cometen algunos de los personajes de nuestro cuento.

El traje nuevo del Emperador
[Cuento infantil. Texto completo]
Hans Christian Andersen

Hace muchos años había un Emperador tan aficionado a los trajes nuevos, que gastaba todas sus rentas en vestir con la máxima elegancia.

No se interesaba por sus soldados ni por el teatro, ni le gustaba salir de paseo por el campo, a menos que fuera para lucir sus trajes nuevos. Tenía un vestido distinto para cada hora del día, y de la misma manera que se dice de un rey: “Está en el Consejo”, de nuestro hombre se decía: “El Emperador está en el vestuario”.

La ciudad en que vivía el Emperador era muy alegre y bulliciosa.

Todos los días llegaban a ella muchísimos extranjeros, y una vez se presentaron dos truhanes que se hacían pasar por tejedores, asegurando que sabían tejer las más maravillosas telas. No solamente los colores y los dibujos eran hermosísimos, sino que las prendas con ellas confeccionadas poseían la milagrosa virtud de ser invisibles a toda persona que no fuera apta para su cargo o que fuera irremediablemente estúpida.

-¡Deben ser vestidos magníficos! -pensó el Emperador-. Si los tuviese, podría averiguar qué funcionarios del reino son ineptos para el cargo que ocupan. Podría distinguir entre los inteligentes y los tontos.

Nada, que se pongan enseguida a tejer la tela-. Y mandó abonar a los dos pícaros un buen adelanto en metálico, para que pusieran manos a la obra cuanto antes.

Ellos montaron un telar y simularon que trabajaban; pero no tenían nada en la máquina. A pesar de ello, se hicieron suministrar las sedas más finas y el oro de mejor calidad, que se embolsaron bonitamente, mientras seguían haciendo como que trabajaban en los telares vacíos hasta muy entrada la noche.

«Me gustaría saber si avanzan con la tela»-, pensó el Emperador. Pero había una cuestión que lo tenía un tanto cohibido, a saber, que un hombre que fuera estúpido o inepto para su cargo no podría ver lo que estaban tejiendo. No es que temiera por sí mismo; sobre este punto estaba tranquilo; pero, por si acaso, prefería enviar primero a otro, para cerciorarse de cómo andaban las cosas. Todos los habitantes de la ciudad estaban informados de la particular virtud de aquella tela, y todos estaban impacientes por ver hasta qué punto su vecino era estúpido o incapaz.

«Enviaré a mi viejo ministro a que visite a los tejedores -pensó el Emperador-. Es un hombre honrado y el más indicado para juzgar de las cualidades de la tela, pues tiene talento, y no hay quien desempeñe el cargo como él».

El viejo y digno ministro se presentó, pues, en la sala ocupada por los dos embaucadores, los cuales seguían trabajando en los telares vacíos. «¡Dios nos ampare! -pensó el ministro para sus adentros, abriendo unos ojos como naranjas-. ¡Pero si no veo nada!». Sin embargo, no soltó palabra.

 

Los dos fulleros le rogaron que se acercase y le preguntaron si no encontraba magníficos el color y el dibujo. Le señalaban el telar vacío, y el pobre hombre seguía con los ojos desencajados, pero sin ver nada, puesto que nada había. «¡Dios santo! -pensó-. ¿Seré tonto acaso? Jamás lo hubiera creído, y nadie tiene que saberlo. ¿Es posible que sea inútil para el cargo? No, desde luego no puedo decir que no he visto la tela».

-¿Qué? ¿No dice Vuecencia nada del tejido? -preguntó uno de los tejedores.

-¡Oh, precioso, maravilloso! -respondió el viejo ministro mirando a través de los lentes-. ¡Qué dibujo y qué colores! Desde luego, diré al Emperador que me ha gustado extraordinariamente.

-Nos da una buena alegría -respondieron los dos tejedores, dándole los nombres de los colores y describiéndole el raro dibujo. El viejo tuvo buen cuidado de quedarse las explicaciones en la memoria para poder repetirlas al Emperador; y así lo hizo.

Los estafadores pidieron entonces más dinero, seda y oro, ya que lo necesitaban para seguir tejiendo. Todo fue a parar a sus bolsillos, pues ni una hebra se empleó en el telar, y ellos continuaron, como antes, trabajando en las máquinas vacías.

Poco después el Emperador envió a otro funcionario de su confianza a inspeccionar el estado de la tela e informarse de si quedaría pronto lista. Al segundo le ocurrió lo que al primero; miró y miró, pero como en el telar no había nada, nada pudo ver.
-¿Verdad que es una tela bonita? -preguntaron los dos tramposos, señalando y explicando el precioso dibujo que no existía.

«Yo no soy tonto -pensó el hombre-, y el empleo que tengo no lo suelto. Sería muy fastidioso. Es preciso que nadie se dé cuenta». Y se deshizo en alabanzas de la tela que no veía, y ponderó su entusiasmo por aquellos hermosos colores y aquel soberbio dibujo.

-¡Es digno de admiración! -dijo al Emperador.

Todos los moradores de la capital hablaban de la magnífica tela, tanto, que el Emperador quiso verla con sus propios ojos antes de que la sacasen del telar. Seguido de una multitud de personajes escogidos, entre los cuales figuraban los dos probos funcionarios de marras, se encaminó a la casa donde paraban los pícaros, los cuales continuaban tejiendo con todas sus fuerzas, aunque sin hebras ni hilados.

-¿Verdad que es admirable? -preguntaron los dos honrados dignatarios-. Fíjese Vuestra Majestad en estos colores y estos dibujos -y señalaban el telar vacío, creyendo que los demás veían la tela.

«¡Cómo! -pensó el Emperador-. ¡Yo no veo nada! ¡Esto es terrible! ¿Seré tan tonto? ¿Acaso no sirvo para emperador? Sería espantoso».


-¡Oh, sí, es muy bonita! -dijo-. Me gusta, la apruebo-. Y con un gesto de agrado miraba el telar vacío; no quería confesar que no veía nada.

Todos los componentes de su séquito miraban y remiraban, pero ninguno sacaba nada en limpio; no obstante, todo era exclamar, como el Emperador: -¡oh, qué bonito!-, y le aconsejaron que estrenase los vestidos confeccionados con aquella tela en la procesión que debía celebrarse próximamente. -¡Es preciosa, elegantísima, estupenda!- corría de boca en boca, y todo el mundo parecía extasiado con ella.

El Emperador concedió una condecoración a cada uno de los dos bribones para que se las prendieran en el ojal, y los nombró tejedores imperiales.

Durante toda la noche que precedió al día de la fiesta, los dos embaucadores estuvieron levantados, con dieciséis lámparas encendidas, para que la gente viese que trabajaban activamente en la confección de los nuevos vestidos del Soberano. Simularon quitar la tela del telar, cortarla con grandes tijeras y coserla con agujas sin hebra; finalmente, dijeron: -¡Por fin, el vestido está listo!
Llegó el Emperador en compañía de sus caballeros principales, y los dos truhanes, levantando los brazos como si sostuviesen algo, dijeron:

-Esto son los pantalones. Ahí está la casaca. -Aquí tienen el manto… Las prendas son ligeras como si fuesen de telaraña; uno creería no llevar nada sobre el cuerpo, mas precisamente esto es lo bueno de la tela.

-¿Quiere dignarse Vuestra Majestad quitarse el traje que lleva -dijeron los dos bribones- para que podamos vestirle el nuevo delante del espejo?

-¡Sí! -asintieron todos los cortesanos, a pesar de que no veían nada, pues nada había.

Quitose el Emperador sus prendas, y los dos simularon ponerle las diversas piezas del vestido nuevo, que pretendían haber terminado poco antes. Y cogiendo al Emperador por la cintura, hicieron como si le atasen algo, la cola seguramente; y el Monarca todo era dar vueltas ante el espejo.

-¡Dios, y qué bien le sienta, le va estupendamente! -exclamaban todos-. ¡Vaya dibujo y vaya colores! ¡Es un traje precioso!
-El palio bajo el cual irá Vuestra Majestad durante la procesión, aguarda ya en la calle – anunció el maestro de Ceremonias.

-Muy bien, estoy a punto -dijo el Emperador-. ¿Verdad que me sienta bien? – y volviose una vez más de cara al espejo, para que todos creyeran que veía el vestido.

Los ayudas de cámara encargados de sostener la cola bajaron las manos al suelo como para levantarla, y avanzaron con ademán de sostener algo en el aire; por nada del mundo hubieran confesado que no veían nada. Y de este modo echó a andar el Emperador bajo el magnífico palio, mientras el gentío, desde la calle y las ventanas, decía:
-¡Qué preciosos son los vestidos nuevos del Emperador! ¡Qué magnífica cola! ¡Qué hermoso es todo! .

Nadie permitía que los demás se diesen cuenta de que nada veía, para no ser tenido por incapaz en su cargo o por estúpido. Ningún traje del Monarca había tenido tanto éxito como aquél.

-¡Pero si no lleva nada! -exclamó de pronto un niño.

-¡Dios bendito, escuchen la voz de la inocencia! -dijo su padre; y todo el mundo se fue repitiendo al oído lo que acababa de decir el pequeño.

-¡No lleva nada; es un chiquillo el que dice que no lleva nada!
-¡Pero si no lleva nada! -gritó, al fin, el pueblo entero.

Aquello inquietó al Emperador, pues barruntaba que el pueblo tenía razón; mas pensó: «Hay que aguantar hasta el fin». Y siguió más altivo que antes; y los ayudas de cámara continuaron sosteniendo la inexistente cola.

FIN


Volviendo al tema del fútbol y al tema por el cual existe este blog que no es otro que el acontecer diario del Real Cartagena.

Si el Señor Hans Christian Andersen viviese en Cartagena y fuera hincha del Real seguramente no tendría que hacer mucho esfuerzo para adaptar su cuento a la realidad del equipo heroico .

Los acolitadores de lo que hace el presidente del club que para los efectos sería algo así como el emperador del cuento,  ya cada uno de ustedes dentro de su leal saber y entender los tendrá plenamente identificados.

Los Tejedores y estafadores serían todos aquellos empresarios que le han traído cualquier cantidad de paquetes al equipo con el argumento de que son jugadores de primer orden.

Otros tejedores serían esos jugadores que han venido a escampar en Cartagena conocedores de que aquí pueden hacer lo que se les venga en gana o simplemente no hacer nada ya que aquí no hay quien les cuestione sus mediocres actuaciones dentro del terreno de juego .

Los súbditos serían todos esos hinchas que han mirado estoicos como se hace y deshace y no se han pronunciado por temor a los cuestionamientos y a ser tildados de malos hinchas y de enemigos de la institución.

Y el pequeño niño vendrían siendo ese pequeño grupo de personas que no se ha replegado y que le han dicho a las cosas por sus nombre y en el momento preciso, honrosas excepciones a la regla general dentro de la cual podemos señalar a los señores Rodolfo Viana, Carlos Hurtado, Álvaro Anaya y Rafael Guerra los cuales a mi modesto juicio han sido objetivos en sus cuestionamientos en procura de buscar el bien para el equipo y para la hinchada del mismo.

Nosotros en este blog tratamos de ser los relatores de este cuento llevándoles a ustedes nuestra particular visión de las cosas que acontecen alrededor del equipo y creo que de alguna manera nos acercamos a lo que observaba aquel pequeño niño que puso al descubierto el engaño que se fraguó en el tema del “traje nuevo del Emperador”.

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