Hoy no voy a escribir sobre el famosísimo libro de Milan Kundera, que ciertamente recomiendo que lean en una de sus vacaciones, sino que voy a escribir sobre la levedad del ser o la relativa irresponsabilidad de ser. Esa levedad que nos hace minimizar el tamaño del problema en en que estamos. La levedad de tomar una mirada light o por encima de situaciones que se ven como montañas. A nuestra incapacidad de distinguir un elefante en un nido de ratas, o peor aún, nuestra inconsciente habilidad de disfrazar (mentalmente) de rata al elefante para ahorrarnos la carga que significa trabajar con él.
Generalmente los problemas no aparecen de la noche a la mañana. Toman tiempo en gestarse, desarrollarse y hacerse notorios. Muchos están ahí, creciendo silenciosamente. Ese cliente que no está bien pero al que le continuamos entregando crédito, aquel banco que está nervioso pero que no hacemos nada por tranquilizarlo o reemplazarlo por otro, esos pagos de nómina que no estamos viendo y que podrían incluir a empleados fantasma, ese vendedor estrella que nos trae clientes que finalmente no nos pagan, etc.
En la confianza y en los detalles reina el demonio. Si no somos capaces de estructurar los controles y entregar el tiempo necesario a los detalles, entonces estamos permitiendo que se desarrolle el germen de un futuro desastre. Peor aún si somos capaces de detectar el problema y simplemente obviarlo o disfrazarlo. Esto último se llama negligencia.
Los datos de crecimiento mundial, la curva de tasas americana, la guerra comercial entre USA y China, y la contracción en el crecimiento de Italia y Alemania nos hacen pensar que se avecinan tiempos difíciles. Como dijo Warren Buffett, “cuando baja la marea es cuando vemos quién está nadando desnudo”. Los problemas se evidencian normalmente en escenarios relativamente adversos, como sucede en una crisis.
Se me vienen a la cabeza un sinnúmero de casos en los cuales la empresa fue víctima de la insoportable levedad de uno o varios de sus ejecutivos. Aquella que prefirió quedarse con una deuda en dólares que después de una devaluación de su moneda local no pudo pagar, aquella que no hizo los ajustes en costos necesarios para soportar un período de bajos precios, aquella que no planificó ni supervisó adecuadamente el proyecto que terminó con sobrecostos imposibles de cubrir o aquella que prefirió la comodidad de asegurar contratos por la vía de sobornos que finalmente fueron descubiertos, entre muchos otros.
Si bien este fenómeno de la “insoportable levedad del ser” es totalmente inherente a la naturaleza del ser humano, creo que hay ciertas prácticas que le pueden ayudar.
- Hágale caso a su intuición. Los problemas primero los siente su estómago y después su cabeza. Identifique de qué se trata.
- Profundice. Busque mayor información, pregunte, compare, hable con más gente del tema que le preocupa hasta que lo entienda bien y encapsule el problema.
- Ponga un responsable a cargo del impase. Si no tiene en su equipo a quien lo pueda ayudar en la solución o si el problema es demasiado grande y complejo, entonces contrate a un especialista.
- Defina con el responsable un plan de acción. Este debe contener actividades, fechas y entregables definidos.
- Estructure reuniones de seguimiento y control. Asegure que el plan de acción definido se ha cumplido adecuadamente en todas sus etapas.
- Mida resultados. Defina las métricas que le permitan asegurar que el problema se ha solucionado.
- Asegure cambios al proceso o políticas que impidan que el problema vuelva a ocurrir en el futuro.
Recuerde el viejo dicho de Benjamín Franklin: “La pereza viaja tan despacio que la pobreza no tarda en alcanzarla.”