Las crisis económicas tienen su origen en una afectación profunda del sistema productivo o financiero que provoca alteraciones importantes en producción, precios y empleo. Esta crisis económica actual está originada en los impactos económicos que han provocado las medidas de protección sanitaria en cada uno de los países. Es así como el cierre de restaurantes, cines y bares, restricciones en el comercio, cierre de fronteras aéreas y millones de personas aun trabajando desde sus hogares han provocado una alteración brutal tanto de la oferta como de la demanda, a tal punto que las contracciones de PIB para el segundo trimestre de este año han sido de dos dígitos en la mayoría de los países de la región.

En general, las economías latinoamericanas avanzan – algunas con más paso firme que otras – en dirección del desconfinamiento pese a que temporalmente puedan volver las cuarentenas con el objetivo de hacer frente a una ocupación mayor de camas para pacientes críticos. Lo cierto que la normalidad económica aún parece estar bastante por delante de nosotros.

Sin duda, la vacuna que nos proteja del covid-19 será uno de los hitos que nos permita normalizar nuestra vida económica. Sin embargo, pareciera que la normalización de la economía será mucho más pausada que la solución que nos traiga esta bendita inyección.

Es que la destrucción del empleo ha sido, sin duda alguna, una situación sin precedentes. En el caso chileno, el desempleo formal está por primera vez desde la crisis de deuda de 1982-83 en niveles cercanos al 11 %, sin embargo, en caso de corregir este indicador por los trabajadores que hoy se encuentran acogidos al seguro de desempleo y de aquellos que no están buscando empleo dada la situación general de la economía, este número podría incrementarse a un 24 %. Prácticamente 1 de cada 4 personas que forma parte de la fuerza laboral estaría en situación de desempleo.

En el caso colombiano, según el Dane, la tasa de desempleo alcanza un número cercano al 20 % al mes de junio del 2020. Sin embargo, de acuerdo a algunos analistas, de incluir en esta cifra a todos los que han perdido el empleo, el porcentaje de desempleados podría ser del 30 % de la fuerza laboral.

La normalización del empleo pre-crisis podría tardar muchos años. Lo que estamos presenciando en esta crisis es una destrucción masiva de capital privado, lo cual puede tardar muchísimos años en recuperarse. Ciertamente las políticas de gobierno deben centrarse en alivianar cargas tributarias y en ofrecer subsidios al empleo que permitan estimular la inversión privada en diversos sectores de la economía.

Sin embargo, altos niveles de desempleo son un problema social muy serio, y desde la gravedad que tienen para nuestra sociedad, estos pueden terminar en un gran problema político.

Ya hemos visto los efectos del descontento social en diversos países de la región. Desde el despertar social en Chile durante el mes de octubre del 2019, hasta en Estados Unidos con el estallido de violencia que provocó la muerte de George Floyd en manos de unos policías hace unos pocos meses. Ciertamente el hambre y la miseria son detonadores primarios del descontento social y los diversos gobiernos tendrán que desarrollar las herramientas que permitan controlarlos o mitigarlos adecuadamente.

Las crisis políticas se podrían detonar a partir del descontento social y/o la incapacidad que puedan tener los distintos gobiernos en proveer la asistencia mínima para hacer frente a las necesidades básicas de la población. Un pueblo con hambre va a estar en contra de sus mandatarios, sean del color que sean.

Esta será la trilogía de esta crisis: una que nace de un problema sanitario, que arrastra a nuestra economía y que continuará probablemente con una crisis social y política de proporciones. Esto solo comienza.

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