Lo anunciado hace pocos días por Florentino Pérez, presidente del Real Madrid, respecto a la creación de una nueva liga de clubes grandes en Europa, es una gran revolución en la industria del Fútbol. La Superliga, como le han llamado, ya tendría 12 clubes de fútbol privados anotados como fundadores y esperan llegar a 15 en el cortísimo plazo. El gigante financiero JP Morgan se ha anunciado que estaría dispuesto a invertir USD 4,000 millones en este nuevo proyecto, suscitando el interés de variados inversionistas quienes ven un rentable negocio en este nuevo proyecto.
Lo revolucionario de esta Superliga es que ni la FIFA ni la UEFA son parte de este proyecto. Las reacciones de la UEFA y FIFA han sido agresivas y amenazantes. Aleksander Ceferin, presidente de la UEFA, se refirió a este proyecto como «un escupitajo en la cara para todos los amantes del fútbol» mientras que Gianni Infantino, presidente de la FIFA, ha amenazado a los clubes disidentes con «afrontar las consecuencias si persisten en este proyecto».
El monopolio del fútbol profesional se siente amenazado y es absolutamente entendible. El hecho de que los grandes clubes europeos organicen su propia liga de fútbol es, sin duda alguna, un golpe mortal al predominio monopólico de la FIFA como ente organizador y rector del fútbol profesional. Nuevas reglas, nuevo campeonato, nuevos intereses económicos en un proyecto que promete a sus miembros beneficios muy superiores a los que hoy recibe. La realidad es que en los campeonatos de fútbol profesional, las recompensas las reciben siempre los mismos: tres equipos en España, tres equipos en Italia y seis equipos en Inglaterra. Los mismos 12 disidentes de la UEFA.
El interés económico que ha motivado esta Superliga es simple de entender. Los ingresos que reciben la FIFA y la UEFA en una porción bastante relevante quedan atrapados en su misma burocracia y en pagos que se adelantan a clubes menos privilegiados o menos competitivos. El hecho de que la Superliga sea administrada por un grupo de pocos clubes de élite significa que todos estos ingresos quedarán administrados por ellos mismos.
Es cierto que la mayoría de los ingresos por transmisiones y publicidad están directamente relacionados a los clubes grandes. Un partido del Manchester United contra Real Madrid genera ingresos astronómicamente superiores a uno del Eibar de España contra Benevento de Italia. Esto significa que los clubes pequeños simplemente verían mermados considerablemente sus ingresos, obligándose a reducir el costo de sus plantillas de jugadores y eventualmente aquellos financieramente más débiles se verán obligados a abandonar el fútbol profesional. Desde este punto de vista, no gana el fútbol, sino que ganan los clubes más grandes.
Si este proyecto logra fructificar en Europa, pronto se unirán los clubes más grandes de la Concacaf y aquellos de la Conmebol para ejecutar un proyecto equivalente. Boca, River Plate, Flamengo, Corinthians, Atlético Nacional y Colo Colo, entre otros, tendrán seguramente un espacio en este nuevo proyecto, mientras observaremos morir al resto de nuestro pobre fútbol latinoamericano.
El proyecto de la Superliga sigue como proyecto. Vienen las batallas legales, las «consecuencias» de Infantino y que otro resto de clubes se unan a este nuevo proyecto. Si efectivamente este proyecto logra avanzar y materializarse será muy difícil que el resto de los grandes clubes europeos se queden compitiendo en sus mismas ligas locales.
La FIFA ciertamente no ha logrado cumplir con las expectativas de los grandes clubes y son ellos mismos los que han decidido arreglar el problema con sus propias manos, con las consecuencias que esto traerá para el fútbol en su conjunto.
Una muy buena noticia para los clubes grandes del mundo, pero muy mala para el fútbol.
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