Como buen demócrata hago el llamado para que el próximo domingo salgan a votar. Incluso como decía un amigo, ir a votar con una escafandra que nos aísle de las consecuencias nauseabundas de votar en un país como Colombia. Ahora bien, se puede ser demócrata sin terminar siendo iluso.
Las opciones que polarizan a Colombia al tenor de las encuestas no nos plantean dos proyectos de país, sólo resolverán el dilema entre el uribismo militar o el uribismo diplomático. La cuestión radica en que éstas elecciones quedaron atrapadas en la figura de un hombre que absorbe cual agujero negro todo lo que se le cruce en el camino. No es nada nuevo ya lo sabemos, el caudillismo corrosivo en Colombia hace parte del legado colonial, le permite a la sociedad delegar responsabilidades al punto de desentenderse para luego criticar. Puede que incluso genere algún tipo de éxtasis la figura del líder para que la gente entregue su voluntad tan incondicionalmente a un individuo, eso y la compra de votos que digámoslo de alguna manera, «afianza» los liderazgos.
El panorama es desolador, salvo Clara Lopez a quien sólo se le puede endilgar con Uribe una relación sentimental de vieja data, que sirve exclusivamente para la anécdota, el resto de candidatos son o han sido proyectados desde el gobierno de la “Seguridad Democrática”. Dos ex Ministros de Defensa, un ex Ministro de Hacienda y testaferro oficial de su legado y un ex candidato-delfín a la alcaldía de Bogota.
Todo parece indicar que a segunda vuelta pasarán dos representantes del uribismo, salvo que estemos en medio de una campaña encubierta del miedo para movilizar el voto moderado, eso lo sabremos el próximo domingo.
Por un lado está Zuluaga, versión oficial del ex presidente y que en los últimos días hemos visto tan genuino que ha logrado incorporar a su campaña aquellos métodos “no convencionales” de antaño, y si la justicia comprueba la veracidad de las pruebas, abiertamente delictivos. La misma actitud militarista y patriarcal a la que nos tuvo acostumbrados Uribe durante 8 años.
Por otra parte esta el candidato-Presidente. No tengo duda de que Santos no es Uribe en sus formas, es diplomático, aquí se aplica nítidamente la diferencia entre un gamonal y un señorito. Sin embargo el punto de divergencia se reduce al proceso de paz en la Habana, tema relevante sin duda pero no exclusivo en una agenda de país.
El gobierno de Santos materializó el modelo económico diseñado en la era Uribe. Los resultados para la economía del país, en concreto los TLC, han destrozado la pequeña y mediana empresa y nos han llevado a dos paros agrarios. Por otra parte la explotación minera y la producción energética (hídrica y fósil) nos han dejado en el segundo lugar después de la India como país con más conflictos ecológicos del mundo. No son temas menores, inciden directamente en la política social, la calidad de vida, el desarrollo sostenible y la distribución de la riqueza.
Independientemente de las caras de los contendores, no puedo dejar de ver la sombra de Uribe por todas partes, es inevitable sentirse en una versión actualizada de “La Fiesta del Chivo” de Vargas Llosa.
Estamos inmersos en una campaña electoral pobre en contenidos, mediatizada por los escándalos de los dos principales contendores, una campaña que en el mejor de los casos plantea el debate a favor o en contra de las tesis políticas del uribismo, y en el peor de los casos del uribismo militar de Zuluaga o el uribismo diplomático de Santos.
A pesar de todo ello sigue habiendo alternativas aunque no estén muy presentes en el circo mediático, yo sin duda la tengo Clara!. Nos queda una reflexión urgente para el día después de conocer quien será nuestro nuevo Presidente o Presidenta. ¿Ésta es la forma de ejercer y hacer la política que merece y necesita Colombia?
@jc_villamizar