Una chispa que encienda el polvorín de la historia, un detonante que muchas generaciones nunca tendrán la oportunidad de vivir. Ese puede que sea nuestro momento histórico, justamente hoy, cuando se cumplen 50 años completos de confrontación armada. El fogonazo surge del dilema de la paz y se produce en lo más hondo de las contradicciones de las fuerzas que detentan, una u otra, el poder institucional, mediático, militar y/o paramilitar.

Paradoja: a pesar de muchos intentos frustrados para acabar con la violencia armada nunca hemos estado tan cerca como hoy de lograr un acuerdo de paz que ponga fin a la violencia política. Y, al mismo tiempo, nunca hemos estado tan cerca como hoy de perder esa oportunidad y retroceder a los años más infames y degradantes de la guerra colombiana, los años del gobierno de Uribe Vélez. Ésta ambivalencia tan simple y tan nítida se nos presenta por los azares de la historia como un dilema que debe resolver el pueblo colombiano a través de las urnas.

Se acabó eso de seguir como telespectadores las conversaciones de los encumbrados negociadores, ni los partes de guerra de generales y comandantes guerrilleros. La historia nos llama a ser mandatarios de primer nivel y decidir la suerte de todos ellos y en consecuencia el futuro de todos nosotros. 

Los dedos tensos en el disparador del fusil en las tropas acuarteladas y los frentes guerrilleros esperan el desenlace. Las plumas y papeles de los negociadores sobre las mesas inmóviles, los dos candidatos, el que reivindica el gatillo y el que le apuesta a la pluma, afanados por decantar las opciones de voto. Y todos ellos, absolutamente todos, sujetos al mandato que devenga de las elecciones del próximo 15 de junio. 

La paz se ha convertido, después de los resultados de la primera vuelta, en nuestro nuevo “Florero de Llorente”. El pretexto que todo un país esperaba para decidir, por primera vez, si quiere una Colombia en tránsito hacia la paz o una Colombia hundiéndose en su vieja guerra. No hay intermediario alguno. La pregunta de lo que se quiere nos la han hecho y debemos contestarla en la figura de las dos candidaturas que aspiran a ocupar la Casa de Nariño. Es histórico porque nunca antes se habían dado unas elecciones plebiscitarias como éstas y nunca antes nuestra opción de voto había sido tan determinante como lo es ahora.

Decidimos un cambio

En cualquiera de los dos casos Colombia no será la misma. Si la sociedad escoge a Zuluaga habrá escogido la reedición del gobierno de Uribe y el borrón de un solo plumazo de los avances en materia de paz. Si por el contrario se decanta por Santos no escogerá al actual presidente de la República, no. Escogerá a un presidente obligado a firmar la paz e iniciar un proceso de reconciliación nacional, el voto en cualquier caso provocará en el país un movimiento irreversible.

Las y los votantes del Polo-UP y de la Alianza Verde son y somos votantes que le apostamos a la paz. Es consecuente que ante ésta disyuntiva demos el paso primero y paso necesario para conseguir un país garantista y realmente democrático. Ese paso es lograr un acuerdo de paz entre el Estado y la insurgencia; entendiendo que no es un voto programático, ni una coalición de gobierno, ni un giro a la derecha, es simple y llanamente un frente común por la paz y contra la guerra.

A partir del 15 de junio, cuando tengamos asegurada la continuidad del proceso de la Habana y los diálogos con el ELN, el ejercicio de oposición y control político debe seguir porque, en efecto, el país es mucho más que la negociación de la Habana, si, pero sin ella simplemente no tendremos país.

@jc_villamizar