Estamos a expensas de saber el fallo de la Corte Constitucional en relación al tema de los toros en Bogotá. No ha sido un debate excento de extravagancias y arbitrariedades, no es imposible que exista un camino diferente cuando se trata de justificar la tortura y el sacrificio de un animal para satisfacer el morbo de un grupo de invitados al espectáculo.

Es extravagante estirar la cobertura del arte a una actividad que por muchas florituras tiene como objetivo el padecimiento y sacrificio de un animal. El objetivo último, el que tiene que ver con el sujeto que paga y ve el espectáculo, no se diferencia en nada con aquel que paga por una cinta del género Snuff (aquellas películas donde hay violencia explícita y las víctimas después de ser torturadas son asesinadas) y es el éxtasis que produce un ritual de derramamiento de sangre donde el perpetrador dibuja un ambiente litúrgico de lo que en realidad es un asesinato.

El reconocido escritor y periodista Antonio Caballero citó en alguna de sus conferencias a Rainer Maria Rilke: “lo bello es el comienzo de lo terrible. Es aquella parte de lo terrible que todavía podemos soportar.”. “La belleza de lo sangriento” terminaría diciendo en la misma intervención refiriéndose a la estética en la tauromaquia.

Es arbitrario, desde una perspectiva ética, que algunos intelectuales con una mentalidad meridianamente progresista se rasguen las vestiduras por las violencias que componen el drama colombiano y al tiempo osen darle una connotación bella a un ritual sanguinario. Es una tradición, un componente de la cultura colombiana, dirán con la suficiencia que les acredita como intelectuales y con el respaldo de varios fallos de la Corte Constitucional. Sigue siendo un argumento extravagante, en boca de un intelectual, suponer que la cultura es estática cuando es todo lo contrario. La cultura se reinventa y se legitima en el marco de los valores éticos/morales de una sociedad y caduca cuando esa sociedad decide que esa expresión cultural va en detrimento de sus valores fundamentales.

Las nuevas generaciones de la sociedad del siglo XXI están creando un consenso sobre la idea de que la violencia gratuita no tiene ningún sentido y la imposición de un martirio a un animal para el deleite de un grupo hace parte de esa violencia que ya no se puede justificar ni desde el arte ni desde la cultura porque ahora es anti-cultura (no contra cultura, es diferente).

Ese es el motivo por el cual tradiciones medievales como lanzar una cabra desde un campanario, o competir por llegar primero para arrancar la cabeza de una Oca viva colgada de una cuerda se han prohibido en España al igual que las corridas de toros en Catalunya, porque ya no corresponden con los valores de una sociedad que depura de su identidad cualquier atisbo de violencia.

Es más estravagante aún que Cesar Rincón, el famoso torero colombiano, aliente a los novilleros en huelga de hambre en Bogotá a seguir con su lucha mientras le sirven un jugoso solomillo en una de sus haciendas de España. Es curioso, quienes han levantado la voz resultan ser los representantes de una pequeña clase acomodada aficionada a esos espectáculos y que ni por asomo acompañaran la batalla de los jóvenes toreros contra la alcaldía de Bogotá. Es comprensible, para unos es un espectáculo que llenaran con cualquier otra excentricidad, para los otros es la carta que se jugaron para salir de la pobeza y del anonimato.

Pero lo que resulta aun más extravagante, más que los argumentos rabiosos de Caballero y el activismo cómodo de Rincón, es que se atrevan a comparar el movimiento anti apartheid de Mandela con su defensa de la tauromaquia. Me disponía a argumentar lo que a mi juicio es una comparación delirante pero es tal el despropósito que no vale la pena ni mencionarlo.

Lo que si vale la pena mencionar es lo siguiente. Que la actitud de Gustvo Petro en ésta materia es coherente. No me refiero al debate jurídico-administrativo y ni siquiera al ético en relación a la tauromaquia, me refiero a dos ideas centrales.

Una, que en el mundo globalizado de hoy los derechos fundamentales se han equiparado a todas las categorías de seres vivos y las grandes sociedades van dando pasos, lentos pero pasos, hacía una protección y dignficación de la vida y la muerte de los animales.

Dos, que en un país tan cargado de violencia como Colombia y donde nos han obligado a ver correr tanta sangre, a diferencia de lo que dice Rilke a la que no le veo el crepúsculo de lo bello sino que pasa directamente a lo terrible, se erradique de nuestra cultura cualquer elemento que justifique o haga apología de la violencia (flagelando y matando con una espada a un toro) para satisfacer la necesidad de divertimiento de una comunidad.

Por eso Petro no sólo tiene la razón sino que además dió un paso, que más allá de la decisión de la Corte Constitucional, ha enfilado a la sociedad bogotana a no tener vergüenza de considerar a los animales como seres iguales en derechos y a dignificarnos nosotros mismos como seres humanos.

@jc_villamizar