No podía ser de otra manera, Colombia no se entendería sin contrastes dramáticos. Apenas habíamos salido de la Cumbre por la Paz en Bogotá cuando nos despertó de la efímera ilusión el trágico ataque de las Farc en el Cauca que dejó 11 militares muertos. Mientras celebrábamos con un arsenal lúdico y pedagógico la nueva cultura de paz, casi percibiendo a poca distancia lo que podría ser un cese bilateral del fuego, los medios de comunicación nos revelaron las imágenes de las bolsas blancas con los cuerpos de los militares y la noticia del asesinato de cinco indígenas en la misma región. Insisto, eso somos y por eso para que no nos sigamos fustigando con las frustraciones de nuestra propia ingenuidad, es necesario que desmitifiquemos la paz.

Nunca entendí del todo la cumbre realizada en Bogotá, inclusive venía cuestionándome sobre el exceso con el que se ha invocado la palabra «paz», sobre todo por el peligro latente de vaciarla de contenido. Es un término cargado de ritualidad y desde una perspectiva ontológica es un concepto compuesto de otros aún más complejos que le dan un significado solemne, su repetición y cotidianización, muy por el contrario de la intención loable de arraigarla en el imaginario colectivo, lo que ha hecho es banalizarla acercándola al vacío, tal como el juego de niños en el que se repite una palabra muchas veces por un determinado lapso de tiempo hasta que finalmente queda sin sentido.

Eso le pasó a la «paz» como concepto y ya le había pasado al término «democracia» que se utilizó indiscriminadamente, particularmente en el discurso político, sin ningún tipo de remilgo y contradiciendo flagrantemente una realidad de violencias y corruptelas que las niegan sistemáticamente. Hablamos de paz pero no hemos llegado a ella, la idealizamos pero no sabemos cómo materializarla, hacemos bandera de ella pero no ejercemos los principios que la componen y que le dan esa ritualidad.

En la Cumbre por la Paz no se les ocurrió algo más contradictorio que el hecho de invitar a un maltratador compulsivo y organizar un partido de fútbol con jugadores que tienen procesos judiciales o sentencias por homicidio, narcotráfico y delitos menores; hay una gran diferencia entre hacer de la paz un ejercicio de cultura y hacerla un burdo acto circense.

¿En qué estarían pensando algunos dirigentes de la izquierda montando ese circo de Maradona que opacó el esfuerzo de ambientar la posibilidad de un acuerdo de paz? Sin lugar a dudas con la democracia pasa lo mismo, es sólo una muletilla en el discurso de la clase política para disimular el tufo de corrupción, clientelismo, amaño y fraudes varios que les acompañan. No existe peor enemigo de la democracia hoy en día que quienes desde esa clase política la promulgan.

Anhelar la paz tampoco significa bautizar cualquier acción con su icono distorsionado, podrían ser zapateros por la paz, conductores por la paz, empresarios por la paz y así sucesivamente hasta que todo el país sea Colombia por la paz, pero todo esto no deja de ser una frivolidad si la sociedad no materializa acciones concretas que rompan con una dinámica de violencia. No es creíble la paz sin transparencia en la gestión pública, sin que la justicia recaiga con ejemplaridad en quienes desde el poder cometen un delito, sin que la tolerancia signifique resignación y la resignación de una mayoría sea la impunidad de una minoría, todo ello conduce a la violencia que vacía de significado el concepto de la paz.

Por eso el mejor antídoto contra las frustraciones es reconocernos sin cortapisas que distorsionen nuestra realidad, podemos partir por la base de que vivimos en un país que todavía está en guerra, que militares y guerrilleros seguirán cayendo en el campo de batalla, que queremos una paz y que si la conseguimos será imperfecta. Debemos ser conscientes de que después de la firma de un acuerdo nos quedarán nuestras intolerancias, nuestras desigualdades, nuestros políticos codiciosos, mafias y carteles de casi todo lo que sea susceptible de venderse y comprarse. Nos quedará un país mejor que el que tenemos ahora pero que estará a una gran distancia del país digno a donde queremos llegar.

La mejor manera de conseguirlo es llenando de nuevo de contenido el concepto de la «paz» desde nuestra realidad concreta y directa e incluso, como planteaba el filósofo Slavoj Zizek, aprehender el «derecho a la intolerancia» con respecto a quienes quieren sólo volverla una bandera o quienes definitivamente no la quieren y se siguen aferrando al suculento negocio de la guerra.

@jc_villamizar