Me asalta una pregunta: cómo hará la sociedad colombiana para digerir la profunda contradicción que suponen las dos colombias que se debaten su supremacía en la transición que se firma en La Habana. La firma de un acuerdo de paz nos permitirá por lo menos el intento de refundar a Colombia. Toda esa gente que se declara de bien, que nunca ha empuñado un arma ni ha caído en ningún acto de deshonestidad, por lo menos pública, tendrá que dirimir esa contienda. Para ello hagamos una síntesis de esos dos países que se disuelven en los noticieros en una amalgama de folklorismo y esperpento.

Un país, el del general Palomino, que ha dicho que sus propiedades y negocios son para garantizar el sustento de su familia, hablamos de más de 3 mil millones de pesos de patrimonio. Matemáticamente no existe posibilidad alguna de que sea una fortuna lícita con su sueldo de policía, y aunque lo fuese muchos se preguntan si la vocación de policía es compatible con la de empresario, más aún, si no termina siendo una ofensa hacerse millonario frente a una tropa de gente humilde a la que le han dicho que la vida militar y de policía se basa en el ejemplo. Es el mismo país de Luis Bedoya a quien le escuché personalmente cuando nos decía a un reducido grupo de personas y con un tono parroquial que todos ellos (la selección de fútbol) eran sobre todo grandes seres humanos, que él mismo se había aplicado a fondo para inculcarles valores cristianos, eran muy creyentes todos, decía. Entre tanto amasaba una fortuna en paraísos fiscales producto de todo tipo de corruptelas. No salimos del aturdimiento por los escándalos en dos instituciones muy arraigadas en el país cuando se escenifica el despropósito mayor, el Fiscal General de la Nación entregando un premio a la analista Natalia Springer después de que ambos protagonizaran un escándalo por contratos millonarios suscritos entre el ente acusador y la analista. No solo es una cifra estrafalaria, ha supuesto enconados debates y reclamos por parte de funcionarios de la Fiscalía que no entienden cómo es que pagan a externos tareas para las cuales están las unidades de análisis del organismo.

Está el otro país, el de los policías que cayeron heridos o muertos en prestación de su servicio o de sus familias que no aspiran a esos miles de millones de pesos para vivir una vida digna tal y como parece ser el canon de la comandancia. Es el país de miles de auxiliares y policías que los mueve una profunda convicción de servicio sin que ello pase por el anhelo de un enriquecimiento ilícito. Es el mismo país de las mujeres de la selección femenina de fútbol que, mientras Bedoya escondía su fortuna mal habida, combinaban y combinan su vida de jugadoras de alto rendimiento con trabajos precarios para sobrevivir, juegan con la caridad de la Federación y aparte tienen el desparpajo de brillar en el deporte internacional. Y finalmente está el país de los fiscales que arriesgan sus vidas, que creen en la justicia y que se mueven con honestidad, no son todos y puede que no sean la mayoría, pero existen y hacen parte de ese país oculto que emerge progresivamente del anonimato.

Ahora sí gente de bien, esta es una interpelación directa que recae sobre ustedes, decidan sobre el tipo de país que quieren después de la firma de un acuerdo de paz. Si es la firma para validar lo que ya tenemos, el país del privilegio y las elites que engatusan, de quienes se burlan en nuestra propia cara con la confianza de que por más que nos escupan aquí no pasa nada; o se deciden por el país de la gente humilde que, más allá de sus diferencias ideológicas, culturales, sociales o económicas es gente simplemente honesta que se va abriendo camino en medio del muladar en el que otros nos han convertido.

Y por qué preguntarle eso a la gente que no ha tenido nada que ver en el conflicto, que no ha empuñado un arma y que no ha desviado los recursos del Estado. Sencillamente porque ha sido la gente que con su voz o con su silencio han patrocinado a quien presiona el gatillo, han puesto a quienes expolian nuestros recursos, o han permitido que lo hagan a partir de su indiferencia. Es la gente que ha sido permisiva con el delito de las familias dueñas de la institucionalidad. De quienes han callado y en algunos casos han aplaudido los crímenes cometidos por las fuerzas de seguridad en nombre del Estado. Hay dos culpables de la degradación y corrupción de este país, quien la comete bajo la lógica de que alguien lo hizo antes que él y alguien lo hará en su lugar, al final de cuentas el Estado es esa caja menor de los «avispados», y el otro culpable es usted, el que lee estas lineas y no ha tenido el coraje suficiente para repudiar y deslegitimar las instituciones que en nombre de la democracia se vuelven criminales. Es un problema ético el que tenemos en nuestras manos y que no se resolverá en La Habana sino en la consciencia de cada una y cada uno de nosotros.

Usted verá si prefiere la firma de un acuerdo de paz para un cambio real o prefiere que lo parezca como en aquella famosa máxima Gatopardesca «Hay que cambiarlo todo para que todo siga igual».

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