Tenemos dos opciones para entender lo que está en juego en La Habana. La de Elizabeth que pudo hablar de nuevo de su hermano siete años después de que muriera asesinado a manos de un grupo paramilitar. Se lo dijo a Colombia en un especial de Canal Capital desde Arvika, un lejano pueblo entre la frontera de Suecia y Noruega. La de Alfredo y su familia que pidieron permisos en el trabajo y pusieron sus ahorros en la organización del segundo encuentro del Foro Internacional de Víctimas en Tynset, Noruega. La de Jairo Nepomuseno, colombiano, militante, incansable activista que a sus 76 años sigue activo por la causa de la paz desde su exilio en Bruselas víctima de agentes del Estado. En este punto un pequeño apunte sobre memoria, Nepo saca una vieja y acartonada fotografía del hermano que acaba de morir en México. El instante que inmortalizó la foto es el momento en el que un hombre y un toro heridos de muerte fijan sus miradas el uno sobre el otro. El novillero yace arrodillado y de su muslo se desprende un hilo de sangre, el toro aún erguido derrama la suya por el lomo y la comisura de su nariz y boca. Los dos van a morir después de ese encuentro, el animal en ese preciso instante, el novillero 30 años más tarde por una hepatitis C producto de la cornada.

La de ellos y de las personas delegadas al encuentro, sus organizaciones locales, la gente humilde y anónima que en lugares remotos hace empanadas o tamales para recoger fondos y hacer encuentros por la paz. Es la forma de entender la negociación desde la irracionalidad de quien, a pesar de haberse cargado de innumerables frustraciones, tiene la testarudez de volver a creer en que es posible y necesaria una Colombia reconciliada. Para ello víctimas de diferentes hechos son capaces de reunirse y ratificar que si el perdón es un paso para la paz ellas lo darán sin lugar a dudas. El perdón como una actitud de generosidad y grandeza con una sociedad en la que saben, no debe repetirse la historia.

La otra cara de la moneda es el Procurador Ordóñez, Uribe, el fiscal Montealegre, la clase política apoltronada durante estas décadas de conflicto y los intocables que desde la sombra del poder mueven el país a su antojo. El esfuerzo que el gobierno nacional y las FARC están haciendo para firmar un acuerdo de paz es respaldado inequívocamente por la comunidad internacional y por las victimas del conflicto armado, es una voluntad genuina de pasar la página y reparar el daño. En el medio hay un sin fin de intereses, medias verdades y estrategias para que la firma del acuerdo no rompa el estatus quo. La manifestación convocada por Uribe para el 2 de abril y su cruzada internacional para denunciar persecución política no deja de ser una acción defensiva para evadir la cárcel, sabe perfectamente que mientras no le infrinjan una derrota política la justicia no tocará a su puerta. El Centro Democrático utiliza a la sociedad colombiana para dilatar un acuerdo que les pondrá contra las cuerdas, muchos allí le temen a la justicia pero sobre todo le temen a que el país sepa la verdad de cómo se llegó al poder con la ayuda de los bajos fondos. El procurador puede que sea hoy en día la figura más tendenciosa y sesgada de los funcionarios públicos, a nadie le cabe duda que ha privilegiado su criterio moral sobre el interés general de la sociedad colombiana, ha pretendido menoscabar la credibilidad en el proceso de paz para imponer una agenda conservadora fiel a los intereses del sector que representa. La fiscalía tiene en su poder casos con suficiente carga probatoria como para proceder a detenciones inmediatas, el caso de Santiago Uribe estuvo en el congelador durante años y sólo ahora surge, casualmente cuando más arrecia la oposición del ex presidente frente al tema de la paz. La conclusión es que la justicia se aplica a cuenta gotas y como forma de regular los poderes fácticos que gobiernan a Colombia.

Para todos ellos la negociación de La Habana es un trámite de carácter estético con el que buscan limpiar la imagen ante la comunidad internacional pero en el cual no están dispuestos a dejar un milímetro de sus privilegios. Para todos ellos la paz debe ser la forma de cambiarlo todo para que todo siga igual. El ejemplo más elocuente son los partidos políticos tradicionales que están diseñando sus estrategias para entrar en el «postconflicto» con la capacidad de mantener sus feudos electorales, llegarán con la cartera llena de plata como lo han hecho toda la vida y buscarán que la politiquería siga campando a sus anchas en las regiones, de eso viven y a eso se deben.

Son dos formas de asumir la negociación de La Habana, con la mezquindad de quienes nos llevaron a esta guerra o con la generosidad de quienes la padecieron y trabajan genuinamente por acabarla. Es la hipocresía escenificada por el poder político en los grandes medios o es la convicción que emerge desde la Colombia más popular para cambiar definitivamente las cosas. La sociedad colombiana debe decidir qué tipo de actitud toma y a qué sectores de la sociedad apoya, nos la jugamos por un perdón difícil pero real o por una parodia llena de arlequines en la que todo será una farsa. Cada cual que decida.

@jc_villamizar