Un grupo de familiares y amigos compartían alegremente, hablaban de todo un poco, del clima, de la moda, de deportes, de las últimas noticias.  Hasta que alguien tocó el tema acerca del denso tráfico en el centro de la ciudad, inmediatamente empezaron a poner ejemplos de otros lugares donde también se presentaba congestión vehicular.  Uno de ellos dijo:

—El problema no es solo en esta ciudad, en casi todas las capitales hay trancones.

—Eso es verdad.  En un noticiero mostraron los atascos que hay en las capitales del país, en Bogotá, Cali, Medellín, Villavicencio, Cartagena, en fin —señaló Marcela.

—La cosa está muy complicada, en horas pico trayectos que antes uno hacía en 20 minutos ahora se llevan hasta casi una hora.

Imagen 1.  Congestión vehicular, tomada Pixabay.

Siguieron conversando sobre el asunto, igualmente, hicieron propuestas de cómo mejorar la situación, arreglando vías, ampliando unas, haciendo otras nuevas, suspendiendo giros a la izquierda, construyendo viaductos.  Mencionaban también, la falta de cultura ciudadana, la imprudencia de algunos, el afán que se tiene a diario, el no ceder el paso, los carros que se atraviesan, la cantidad de motos, el caos que se armaba cuando llovía, los huecos que no se veían, los semáforos que dejaban de funcionar…

Semáforos

—A mí no me hablen de semáforos por favor.  Con ellos me ha ido como a los perros en misa —señaló jocosamente Nico.

—Cómo les parece que me llegó un parte por pasarme un semáforo en amarillo, una fotomulta.  En ella se ve al auto muy cerca de la otra esquina ¡pero el semáforo sigue en amarillo!  Al parecer cambió cuando yo estaba pasando.

—¡No me digas! —habló Camilo —¿Y cuánto es la multa?

—Más de ochocientos mil pesos.

—Wow ¿Y entonces qué hiciste? —preguntó Marcela.

—Lo primero, fue documentarme sobre la norma de cruzar en amarillo.  Encontré que, si el auto está muy cerca al semáforo y cambia a amarillo, lo mejor es no disminuir la velocidad y menos frenar, alcanzas a pasar antes que se ponga en rojo, en este caso no debe haber multa.

—En El Tiempo.com encontré argumentos sobre esta situación, los imprimí.  Fui hasta el semáforo y le tomé una foto, lo busqué también en Google maps, pensando que de pronto los del tránsito, por la ubicación de los colores, se habían confundido creyendo que estaba en rojo y no en amarillo.

En busca de consejo

Todos estaban atentos al relato, querían conocer el desenlace.  Nico comentó que antes de ir a la Secretaría de Tránsito, habló con un amigo que tenía mucho conocimiento sobre estas cuestiones y le contó lo sucedido.  Su respuesta fue clara y contundente:

—Nada que hacer papá, ¡pague!

—Pero…

—Pague, es lo mejor y lo único que puedes hacer, pagar.  Si ahí dice eso, eso es. — lo interrumpió sin escuchar los argumentos de Nico.  Lo dejó de una pieza.

Entonces se acordó de otra amiga que había estado encargada del manejo de los vehículos en una empresa, le narró su historia, ella le dijo suavemente:

—Mira, claro que puedes hacer la reclamación, eso se puede llevar algún tiempo, hasta meses.

—Lo más seguro es que pierdas.  Así que yo te recomiendo que hagas el curso rapidito y te ganas el descuento del 50%.

Llegó la hora

Nico se fue para su casa haciendo conjeturas, estaba medio aburrido.  Allí armó una carpeta con los papeles y las fotos.  Al día siguiente madrugó para la Secretaría de Tránsito.  Pidió su turno, se acercó a la oficina correspondiente, le tocó el ficho 35, iban en el 26; se sumió en sus pensamientos, organizaba de nuevo las ideas con las cuales sustentaría su “defensa”, como llamaba a sus argumentos.  Al poco rato vio salir de la oficina, cabizbajo, a uno de los usuarios, entonces respiró profundamente y se dijo —No dejaré pisotear mis derechos.  Con lo “polvorita” que estoy no voy a permitir que me la monten, no es sino que me digan cualquier cosita y verán que les cantó la tabla ¡Ay donde se me suba el Rodríguez a la cabeza, ay, ay!

A continuación, apareció en la puerta de la oficina un tipo inmenso, de casi dos metros de estatura, acuerpado, se le veía como una cicatriz en la frente, con tremendo vozarrón dijo firme y pausadamente:

—Por favor, que pase el siguiente, ¡el 27!

Nico lo miraba atónito, eso no era un llamado, era una orden.  Inmediatamente reflexionó —Pucha, este mastodonte me vuelve papilla donde le revire alguna cosa.  Qué manos tan descomunales las que tiene ¡Dios mío! No más me agarra del cuello y me saca por una ventana.   “Con permiso dijo monchito” —Apenas el funcionario dio la espalda, Nico se escabulló, no se arriesgó, se fue rapidito e hizo el curso.  “¡Por lo menos me gané el descuento!” decía entre risas a sus amigos.

El turno para Sara

En esas Sara dijo —Hum, ¡a mí me pasó una!  Les cuento.

Se acercó más a la mesa y empezó con su narración.   Iba en su vehículo con sus dos hijos, Manuela y Andrés, que en ese momento estaban pequeños, más o menos de 5 y 4 años; ellos iban sentados en el puesto de atrás en sus respectivas sillas para niños.   Al llegar a un semáforo, este se puso en rojo, Sara detuvo el auto y su hija le dijo que tenía sed, que el termo se le había caído, ella no lo podía coger porque, como su hermano, tenían atados sus respectivos cinturones.  Sara aprovechó que estaba en rojo e intentó tomar el termo que estaba en el piso, no lo alcanzaba, entonces, desenganchó su cinturón, tomó el recipiente y se lo entregó a Manuelita.

La niña agradeció a su mamá, el semáforo cambió, Sara apresurada quitó el freno de mano y arrancó su carro.  La vía era de doble carril y en ese momento no estaba congestionada, se hallaban cerca de casa.  De repente, apareció a su lado un guarda de tránsito en su moto, quien le hacía señas para que se estacionara más adelante.

—¿Qué será?  No me he pasado el semáforo en rojo, hoy no tengo pico y placa, voy como a 30 kilómetros por hora… —caviló Sara.  Entonces, se detuvo.

El agente también se estacionó y se acercó a la ventanilla de la conductora.  Sara bajó el vidrio.

—Señora buenos días, soy el agente Mojica.  Me permite por favor los documentos del auto y su licencia —le dijo amablemente el agente de tránsito.

Ella buscó los documentos en la guantera y se los pasó.

—Disculpe, ¿con quién viene? —le preguntó.

—Con mis hijos —le contestó orgullosa y bajó la ventanilla del puesto trasero.  Los niños miraban al guarda.

—Señora ¿sabe qué infracción acaba de cometer?

—No, no tengo ni idea.

—Por favor, vuelva abrir la guantera y fíjese bien.

Con extrañeza, ella hizo lo que le pedía el agente e inmediatamente cayó en cuenta —“Juemadre ¡el cinturón de seguridad!, no me lo volví a amarrar, ah qué piedra” —pensó, inmediatamente se sonrojó.

—¡No puede ser, el cinturón de seguridad!  —le dijo al agente de tránsito tomándose la cabeza con las manos.

Imagen: Cinturón de seguridad, tomada Pixabay.

Sara le explicó al agente Mojica lo sucedido, que todo había ocurrido por el termo. Él la miraba inflexible con una leve sonrisa, como diciendo “Ya la embarraste”, los niños estaban atentos viendo lo que sucedía.  El agente procedió a sacar su libreta.

—Agente Mojica, yo soy una buena conductora, cumplo con las normas, tengo los papeles en regla, el equipo de carretera está completo, el extintor vigente, no tengo multas.  Le prometo que de ahora en adelante pondré más atención —le dijo angustiada, casi rogándole.

—Señora, cometió una infracción, debo hacerle el comparendo.

—No, por favor no me parta.

—A ver, aquí dice… —dijo mirando la licencia —sí…señora Sara, yo la tengo que partir, esa es la norma.

—¿Entonces me va a partir?

—Sí, la voy a partir.

Los niños empezaron a quejarse, Manuelita estaba que lloraba y Andresito hacia pucheros.

—Sí ve agente, los niños están inquietos y tristes por lo sucedido.

El agente se asomó por la ventanilla de los niños y los vio acongojados casi a punto de llorar.

—¿Niños qué les pasa?

—¿Usted va a partir a mi mamá? —le preguntó la pequeña Manuelita.

—Sí claro, por lo que hizo la voy a partir —dijo.

—Porfis, porfis, no la parta —le rogó Manuelita.

—Es mi deber, la tengo que partir.

—¡Nooo! ¡No parta a mi mamá! —gritó Manuelita y empezó a llorar desesperadamente.

Sara y el agente se miraron desconcertados, no esperaban tal reacción.  Andresito gimoteaba y jaló la manga de la camisa de su hermanita, como preguntándole ¿qué pasa?

—Andresito, es que este señor va a partir a la mamá… la va a partir por la mitad.  ¡Nos vamos a quedar sin mamá! —dijo Manuelita entre lágrimas.  Andresito estalló en llanto, ambos lloraban desconsoladamente.

Los adultos quedaron aterrados, el agente sacó la cabeza del coche y miraba al cielo, no aguantaba la risa.  Sara trataba de calmar a los niños, pero volvía su mirada al frente, sonreía y tomaba aire.  Había confusión, los niños no se calmaban, la atribulación era total.

El agente intentaba hablar, pero no podía por la hilaridad que sentía, y a la vez, por la preocupación por los chicos, además, Sara lo miraba con sus expresivos ojos, este logró calmarse un poco y dijo:

—Niños, niños, por favor calma, tranquilos.  Yo no voy a partir a su mamá, de verdad, no le voy a hacer daño.  Es solo una forma de decir.

—¿De verdad, no va a partir a mi mamá? —preguntó Manuelita afligida, sollozando y respirando entrecortadamente, con su rostro lleno de lágrimas.

—Tranquilos, no les voy a partir a su mamá —dijo, devolviéndole los documentos a Sara —Pueden continuar su camino, que tengan un buen viaje.

—Los tiene bien entrenaditos ¿no? —dijo sonriendo el agente.

—¡No!  ¡Cómo se le ocurre!

Sara, serenamente, tranquilizó a los niños, les ofreció un helado tan pronto llegaran a casa, se ciñó el cinturón y echó a andar su auto, mientras su rostro reflejaba incredulidad y a la vez sosiego con aquella historia de no creer.

FIN.

Relato anterior 

Celeste, una amiga misteriosa

Link  “SE PASÓ EL SEMÁFORO EN AMARILLO” https://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-1020719