La tibia noche de aquel 31 de diciembre tenía un cielo despejado, la gente caminaba alegremente por las calles, las casas brillaban con los arreglos de luces, abundaban los adornos navideños, se escuchaba la música alegre de diciembre y la pólvora. Las personas iban de prisa, sonrientes, con sus mejores trajes; con la llegada del Año Nuevo se respiraba un ambiente de esperanza, de ilusión, todos desprendían un optimismo desbordante.
Imagen 1. La llegada de Año Nuevo. Imagen tomada S Hermann & F Richter en Pixabay
En aquel momento Patri conversaba divertidamente con Tato en la sala de su casa, llevaban unos pocos meses de “cuadrados”, ya eran novios oficialmente. Él se extasiaba en sus vivaces ojos, estaba completamente enamorado, era la chica de sus sueños, quedó cautivado desde el primer día que la vio en el colegio, pero se tomó muchos días para declararle su amor. “¡Qué bonita pareja hacen!” decían sus allegados y conocidos. Curiosamente, durante el tiempo que llevaban juntos, no habían tenido una sola desavenencia, se complementaban muy bien, ¡era la pareja ideal!
Convinieron que Tato estuviese a las doce en casa con sus padres y hermanos, para compartir el fin de año. Patri le sugirió marcharse a las once para que tuviera suficiente tiempo en llegar, aunque vivía a menos de quince minutos de allí. Además, le pidió que llegara a la una, para asistir al tradicional baile familiar de Año Nuevo en la casona del abuelo. Sería la carta de presentación ante toda la familia de Patri.
Camino al Alto
Tato se despidió y salió con dirección a su hogar. Faltando tres cuadras para llegar vio venir a Martín, su compañero de colegio, recio jugador de fútbol, excelente persona y amigo, que caminaba desanimado con un ramito de rosas en sus manos; recordó que, aunque se querían, las cosas entre Sofía y él no andaban bien. Se saludaron:
—¿Qué más hermano? ¿Cómo te ha ido?
—Pues será bien Tato —le dijo mirándolo, se acercó un poco.
—Aah, no hermano, ¿la verdad? Mal ¡muy mal! —corrigió —Sofi me echó hace dos días. Me dijo que mejor dejáramos las cosas así. Yo le insistí, pero dijo que veníamos mal desde hace rato, que no quería seguir conmigo. Ah, yo de valiente le dije que bueno, que entonces dejáramos las cosas así.
—¡Uy! Lo lamento.
—Sabes, no pensé que fuera así. ¡Esto es muy duro hermano! No hago sino pensar en ella, cualquier cosa me la recuerda. Está en mi mente en cada instante. Todas las canciones me salen, ¡pero todas! ¡Qué cosa tan horrible!
—Fresco, hermano. Tranquilo. ¿Y para dónde vas con ese ramito?
—Voy para la casa de ella. A ver si me da otra oportunidad… Acompáñame, por favor. Acompáñame —le imploró, con el llanto a punto de inundar sus ojos.
Tato lo pensó, debía estar en su casa a las doce y luego donde su adorada Patri. ¿Tendría tiempo suficiente? Miró su reloj, observó a su amigo que se derrumbaba lentamente, estaba destrozado, necesitaba una mano amiga que lo apoyara en aquel instante.
—Vamos, si me aseguras que estoy en mi casa antes de la medianoche.
—Uy, seguro que sí. Hermano, gracias, muchas gracias —y empezaron a caminar rápida y firmemente hacia el Alto.
Imagen 2. La bella Sofi. Imagen tomada de Free-Photos en Pixabay
El desaire
Martín tenía otro semblante, se sentía más seguro, saludaron a lo lejos a varias personas deseándoles “Feliz Año”; no se detuvieron hasta llegar a la casa de Sofía. A la entrada estaba Carmenza, que se sorprendió al verlos, los saludó efusivamente. Martín preguntó por Sofía, necesitaba hablarle y verla solo unos minutos —Yo creo que eso es como difícil, pero le pregunto. Regálenme un momento — contestó Carmenza y entró a su casa.
Para Martín transcurrió una eternidad, pero solo pasaron un par de minutos y Carmenza regresó con el rostro adusto, Tato se apartó para dejarlos hablar a solas.
—Sofi no quiere conversar contigo y menos verte de nuevo. Que ustedes ya habían hablado de eso. Que no insistas por favor.
—Dile que no puedo vivir así, sin ella, que es todo para mí…
—Martín… —lo interrumpió —no sé qué habrá pasado entre ustedes dos, pero ella no quiere saber nada de ti, ¡nada! Yo me la conozco y cuando es no, ¡es no!
—Ay, no…pero… Está bien —le dijo resignado y con amargura —Mira, te regalo este ramito, úsalo —le entregó el ramo de rosas. Ella lo recibió para no hacerle un desaire, lo miraba con tristeza, era difícil verlo tan derrotado.
Regreso a casa
Tato se acercó, lo miró intentando escrudiñar sus pensamientos, empezaron a caminar de regreso a casa. El bullicio se incrementaba por la proximidad del Año Nuevo. Martín andaba con desgano, parecía tener pies de plomo, Tato intentaba hablar de otro tema, pero sabía que tenía el corazón roto. Avanzaron, estaban próximos a llegar a la cancha de fútbol, la pólvora arreciaba, en algunos equipos de sonido se escuchaba el coro “Faltan cinco pa’las doce, el año va a terminar, me voy corriendo a mi casa …”. Martín se detuvo y miró fijamente a Tato, lo tomó por los hombros y le dijo:
—¡Esto es muy doloroso! Ojalá que nunca te pase. Ay, yo como quiero a mi flaca. No entendí lo que quería —y empezó a sollozar. Tato no sabía qué decir, el sufrimiento de aquel hombre lo conmovía, solo se le ocurrió abrazarlo.
Continuaron su trayecto, Martín volvió a detenerse como tratando de encontrar una explicación, inesperadamente, el cielo se rompió, estallaron mil luces y estruendosos sonidos lo inundaron, la gritería era inmensa, la gente corría como loca, abrazándose y deseándose “Feliz Año” a diestra y siniestra; algunos corrían con maletas dándole la vuelta a la cuadra, en la calle algunos compartían uvas y lentejas para la buena fortuna, la música sonaba a todo taco.
Ellos solo atinaron a mirarse, desconcertados, la media noche los sorprendió al lado de la vacía cancha de fútbol. Se abrazaron nuevamente. Tato le deseó un ¡Feliz y Venturoso Año Nuevo!
—Igualmente para ti y tu familia —dijo Martín con una triste sonrisa —pero para mí no será tan bueno, imagínate, si así es el comienzo ¿cómo será el final? —apuntó amargamente.
—Uy. ¡Apúrate! ¡En mi casa me van a destortillar! —expresó Tato —todos me estaban esperando para la cena y la llegada de las doce. Vení, corramos —y empezaron a caminar, casi a trotar, apresurados.
En busca de la novia
Tato celebró con su familia y antes de la una salió directo para la casa de Patri. Su novia lo recibió con los brazos abiertos, le deseo un “Feliz Año” entre risas y alegría, le dio un tierno beso, le puso los brazos alrededor del cuello, lo miró coquetamente, lo atrajo y lo besó apasionadamente como nunca se había imaginado —Vida, ¡Feliz Año! Me haces muy feliz —terminó diciéndole mientras lo miraba enamorada. Él quedó levitando, flotaba sobre el piso, suspiraba. Era el hombre más afortunado del universo. Doña Esperanza los observó, se sonrojó y sonrió — “¡Es puro Amor! Mi chiquita se ve muy feliz” — pensó y fue a sacar unos comestibles para llevar a la fiesta del abuelo.
Imagen 3. Un beso. Imagen tomada de Free-Photos en Pixabay
Mientras tanto, los novios se sentaron en la sala y conversaron de lo acontecido después de las once de la noche. Él emotivamente le narró lo sucedido con Martín, ella le prestaba toda la atención, en un momento se quedó callada, miró hacia la pared, frunció el ceño y le pidió que le repitiera el momento cuando dieron las doce de la noche. Tato no lo pensó y narró el conmovedor instante. Ella se alejó un poco, su sonrisa desapareció, separó sus manos de las de él.
—¿Escuché bien lo que dijiste? ¿La llegada del Año Nuevo la pasaste con tu amigo al lado de una cancha? —le increpó.
—Sí, así es. Martín estaba devastado, desolado; necesitaba el apoyo de un amigo. Sin darnos cuenta el tiempo pasó…
—A ver, a ver —lo cortó tajantemente —me quieres decir que en vez de pasar ese instante tan especial con tu mamá o conmigo ¿preferiste quedarte con uno de tus amigos?
Tato se quedó de una pieza, palideció, se le secaron los labios, no esperaba tal reacción.
—Contesta por favor.
—Es que… es que lo vi tan mal.
—¿Y no pensaste en nosotras? ¿En las personas que más te quieren en este mundo?
—Sí, pero…
—Mejor no sigas —le dijo levantando la palma de la mano en señal de silencio.
—Por favor vete y sigue celebrando con tus amigotes. ¡Feliz noche! Ah, y me devuelves el beso especial que te di. Escucha ¡jamás, pero jamás en la vida te volveré a dar otro así! —le dijo con carácter y firmeza sin levantar la voz.
Ahora el que estaba devastado era Tato, se quedó pasmado; en ese momento ni el ramito de rosas lo salvaría, cualquier cosa que dijera sería usada en su contra. Súbitamente, Doña Esperanza, quien había presenciado la escena, le tiró un salvavidas:
—Mijo, venga y me ayuda con esa cajita que está en la cocina. Es para llevarla donde el abuelo —le indicó. Y se acercó donde Patri, mientras él se dirigía al sitio señalado.
—Hija, no seas así, es un buen muchacho —le dijo en voz baja.
—Mami, precisamente por eso, porque es muy buena gente y no quiero que se aprovechen de su nobleza. ¡Es que me da una rabia! Qué sufra un ratico para que aprenda —le contestó sonriendo mientras le guiñaba un ojo.
—Pero míralo, está todo achantado y aburrido, ¡pobrecito!
Diligentemente salió detrás de ellas con la caja de víveres. ¿Será que Tato, en lo que queda de la noche, podrá reconquistar al amor de su vida?