Tipo cuatro y treinta de la tarde, en el salón de monitoría, se encontraban tres estudiantes intercambiando opiniones. Intempestivamente se escuchó un recio saludo desde la entrada, alzaron la vista y vieron en el marco de la puerta a un caballero elegantemente vestido con traje de paño y corbata, traía zapatos negros que brillaban impecablemente, su saco colgaba con estilo en su brazo derecho y llevaba un maletín ejecutivo en su mano izquierda. Lo miraron detenidamente de arriba abajo.

Imagen 1.  Traje de hombre.  Tomada de Tumisu en Pixabay

—¡Doctor! Por favor, sígase.  ¿En qué le podemos servir? —manifestó entusiastamente Jesús.

—¿Qué vientos lo traen por acá? —exclamó Edu.

—¿No será que se extravió? Hágame el favor, ¡qué pinta! —dijo Antonio.

—¡Qué payasos!  —contestó Pepe soltando una carcajada y se acercó a sus compañeros.

Sus amigos estaban orgullosos de él, además de ser brillante, era el primero del grupo que ingresaba a trabajar en una importante empresa del sector financiero. Tan solo un par de semanas atrás vestía de jeans, camiseta, tenis y mochila; además, llevaba el corte de pelo de moda, con colita.

Primeros días

Les contó, entre risas y chanzas, sobre sus primeros días en aquel empleo, el cambio brutal en su rutina diaria, pasar de los salones de clase a la oficina, el cumplir con un horario fijo y reacomodar sus materias, ser el nuevo, desconocer desde la terminología propia del negocio hasta la etiqueta “invisible” del área; el estar sentado frente al computador la mayor parte del día y perder la libertad que da el campus universitario. Sin contar con la adaptación a su nuevo look y lo costoso que le resultaba, le tocó renovar casi todo el vestuario, desde los zapatos, pasando por medias, cinturones, camisas, en fin; además, su reloj deportivo Casio F-91 tampoco combinaba con la ropa formal, no sobra decir, vestimenta a la cual no estaba acostumbrado.  —Realmente, todo es una novedad.  Les confieso que lo más difícil fue cortarme la colita ¡Uy, eso me dolió! —dijo llevándose su mano a la nuca.

Una ayuda necesaria

Sus amigos notaron un dejo de preocupación en sus palabras, al parecer necesitaba seguir complementando su vestuario.

—¡No me digas! ¿Qué te falta? —preguntó Edu.

—Un par de prendas más para combinar.  Es que el ropero que estoy armando está muy limitado por ahora.

—Hum, entonces qué queda por hacer ¿Ya llamaste al Tío Rico? Porque en toda familia siempre hay uno.

—Ya lo hice, lo llamé a lista.  Está ilíquido, no tiene cash disponible —afirmó sonriendo.

Como caído del cielo

Continuaron conversando, alguien invitó a tomar café, Antonio se excusó porque a las cinco iniciaba su monitoría.   Salieron los tres y al doblar en un pasillo, de frente se encontraron con Albertico, sonriente los saludó, claro no sin antes hacerle una reverencia al “Doctor” y tomarle el pelo.   Albertico, aparte de ser estudiante, era propietario de un pequeño taller metalmecánico con el que sostenía a sus padres y hermanos.

—Albertico, acompáñanos a tomarnos un cafecito y hablamos de un tema importante —lo convidó Jesús.

—¿Café? Con este calor.  Yo más bien les acepto algo de “Juguitos”.  ¿Les parece? —estuvieron de acuerdo y caminaron hacia el quiosco.

Llegaron a la tienda, hicieron el pedido, buscaron donde sentarse para conversar del tema del día:  el ingreso de Pepe a la empresa. Entre tanto Albertico se deleitaba con su Salpicate, una mezcla de salpicón y jugo de aguacate.  Pepe entre risas seguía contando sus peripecias, hasta que volvió al tema de su ropero.

Imagen 2.  Jugos y batidos.  Tomada de silviarita en Pixabay

Ponte el saco

—Uy, pero hoy si fue la patada.  ¡Qué vergüenza!  Hasta me da pena decirles.

—¿Qué pasó?  Cuente, cuente…—insistió Albertico curioso.

Les relató que su jefe llegó a su escritorio y le pidió que lo acompañara a una reunión que tendría en 10 minutos.  Inmediatamente dejó lo que estaba haciendo, tomó su agenda y bolígrafo, se dispuso a seguirlo, pero su jefe le dijo —No olvides tu saco —entonces se devolvió, lo tomó del perchero y lo dobló sobre su brazo.  —Por favor póntelo, es una reunión importante — Pepe asintió y le contestó angustiado —Sí señor — Su jefe giró y Pepe salió detrás de él; en el trayecto se encontraron con un director que iba también a la mencionada reunión, su jefe empezó a conversar con él.  Tomaron el ascensor y Pepe se escabulló hasta el fondo mientras simulaba ponerse el saco.  Entró a la reunión detrás de ellos y se hizo al lado del director quien antes de sentarse se quitó el saco y lo puso en el espaldar, Pepe siguió su ejemplo, su jefe lo miró frunciendo el ceño.  Pepe pensaba — Tendré que ponerme la chaqueta.  Seguro me va a regañar—mejor dicho, se concentró más en el bendito saco que en la reunión, la cual avanzaba con una participación activa de su jefe.  Por fin terminó la presentación, sudando la gota gorda le indicó a su superior que “…se iba volado para la U.”, él consintió, entonces salió de allí presuroso.

Sus compañeros seguían la narración con gran interés, se preguntaban qué le impedía ponérselo.

—Nos tienes intrigados ¿Qué es lo que tiene ese saco? ¿Acaso le falta algún botón?  ¿Está desteñido? ¿Sucio? —preguntó Albertico.

—Nooo, nada que ver —contestó entre risas Pepe —esperen, mejor les muestro —y extendió el saco tomándolo con la punta de sus dedos.

—¡No puede ser!  —dijo Edu asombrado.

—¡Juepucha! ¡Qué es ese babero! Es la chaqueta de Yoda ¿O qué? —expresó Albertico mientras todos reían.

—Pues, pues…  —intentaba contestar Pepe muerto de risa.

—Ah, no jodas.  Con razón no te lo querías poner —pronunció casi ahogándose con el jugo Jesús.

—Pues es el saco del vestido… —continúo Pepe — …del vestido de la ¡Primera Comunión!  —sus amigos reían desaforadamente.

—Vean que el color del saco y de este pantalón son igualitos, yo lo cuelgo del perchero y todos creen que voy con el traje completo ja, ja, ja.

La propuesta

Lograron serenarse, ahora no sabían si reírse o felicitar a su amigo por su inventiva, lo único cierto era que habían disfrutado con aquella disparatada situación.

—Eh, Pepe estás como grave.  Si ves Albertico, el Doc necesita renovar su indumentaria.  ¿Será que le puedes colaborar y prestarle money? —dijo Jesús bajando la voz.

—¡No!  Esa salida de este man fue bestial, ¡el saco de la Primera Comunión! todavía no me la creo.  Dígame qué necesita, usted es un genio, si puedo con mucho gusto —afirmó Albertico.

—¡Qué vergüenza! Uy sí, te aprovecho y te molesto.  Necesito comprar un par de trajes y camisas, si te queda fácil.

—Por supuesto, de una.  ¿Para cuándo?

—Para hoy es tarde —exclamó Pepe ilusionado.

Albertico se quedó por un momento pensativo, luego lo miró y le dijo:

—Ah, te cuento que en este momento estoy sin efectivo, pagué la nómina y unos materiales —ahora la ilusión de todos decaía.

—Nos fregamos, otro ilíquido como tu Tío Rico. ¡Eh, ya somos cinco! —dijo Edu suavizando el ambiente.

—Un momento, se me ocurre algo —expresó Albertico iluminándosele el rostro —te propongo que vamos a la tienda “Listo y a su medida” del Gran Pasaje y compras tus trajes.  Si bien ahora no tengo efectivo, sí te puedo prestar mi tarjeta de crédito.   Hacemos la compra y después cuadramos, no me pagas ningún interés.

—¿En serio?

—Sí, seguro.  Para qué están los amigos pues.

—De verdad, te agradezco mucho.  Me quitas un peso de encima. ¡¡Gracias!! —todos estaban emocionados.

—¡Fresco!  No te preocupes, no es nada.  Es más, yo estoy libre en este momento, si te parece vámonos ya para el almacén en mi carro.  Muchachos ¿nos acompañan?

—¡Sí, claro! ¡Esto no me lo pierdo! —dijo Jesús.

Visitando la tienda

Llegaron al almacén, les enseñaron toda la gama de vestidos disponibles, Pepe los observaba deslumbrado y echaba cuentas en un papel.  Se acomodó con un par de trajes muy sobrios, debido a su protuberante pecho, conocido como “el segundo de la Facultad” por lo fortachón, debieron dejar las chaquetas para ajustarlas.  Aprovechó y llevó camisas, corbatas y zapatos Longonni, terminaron justo antes de que el almacén cerrara.

Imagen 3.  Jeans y trajes.  Tomada de Gregor en Pixabay

Salieron satisfechos, luego se separaron.  Albertico caminaba tranquilo hacia el parqueadero, convencido que “Dar es también recibir”.  Pepe avanzaba acompañado por sus dos amigos, iba radiante cual Santa Claus lleno de paquetes.

—Doctorísimo, este es un pequeño aporte nuestro a la causa —le dijo Jesús — para que tomes un taxi hasta tu casa ¡llevas muchos paquetes! —y le entregaron unos billeticos doblados.  Él se negó, pero ellos insistieron y detuvieron un taxi.

—Doctor, el servicio es completo, siga, súbase —le ayudaron a entrar — ¿O sino para qué son los amigos?  Chao ¡Mucho juicio! — y cerraron la puerta del vehículo despidiéndolo.

Los dos se encaminaron al paradero del bus, guardaban un sentimiento de gratitud hacia Albertico por su generosidad y espontaneidad.  Jesús se detuvo y dijo:

—¡Epa! Qué risa, hasta le tocó el corte de coleta.  ¡Ah! Todavía me pregunto ¿cómo se le ocurrió llevar el saco de la Primera Comunión? ¡Increíble!

—¡Yes! Y lo más teso ¿cómo lo conservó durante tanto tiempo?

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