Al poco tiempo Abelardo empezó a faltar a las reuniones del grupo juvenil, otro seminarista lo reemplazaba.  Cierto día, a los dos grupos los convocaron a un evento especial en el salón parroquial del barrio vecino.  Aidol asistió puntualmente, se sentó quedando intercalado entre jóvenes que casi no conocía.

Imagen 1. Nostalgia y reflexión.  Tomada de John Ioannidis en Pixabay

A la hora indicada les dieron la bienvenida e hicieron un par de reflexiones, luego llegó el acto central.  Todo se silenció, por una de las esquinas apareció Abelardo, avanzando solemnemente, al verlo se pusieron de pie y lo aclamaron.  El recibimiento para Abelardo fue muy conmovedor, se le encharcaron los ojos, eran sus chicos.  Les habló elocuentemente de cómo llegó y se conectó con la comunidad, les dijo “…con ustedes sentí que estaba hecho para servir y que sirviendo me llenaba de vida…”.  Pasó a contarles dos o tres anécdotas vividas en el barrio, después hizo una pausa y les manifestó con voz ceremonial:

—Como todo en la vida termina, esta fabulosa aventura ha llegado a su final. Yo no me quiero ir, pero lo debo hacer —los jóvenes lo escuchaban desconcertados, no sabían qué pasaba, se escuchaba un murmullo que fue creciendo lentamente.

Abelardo, pidió un poco de silencio agitando sus manos, aclaró su voz y les dijo proféticamente:

—Mis muchachos, lamentablemente me marcho, los dejo.  Debo hacerlo.  Me encantaría quedarme.  Ustedes, más que nadie, saben lo que significa para mí estar aquí —se detuvo y miró a la concurrencia que estaba sentada formando un gran círculo, sus ojos brillaban —Esta comunidad ha llenado mi corazón, pero sobre mi voluntad tengo que partir. Humildemente obedezco un mandato de mi congregación — los jóvenes se miraban aturdidos, se escuchaban sollozos.

—¡Ay!  Pero lo que más me duele y tiene mi alma abatida… —los observó afligido, la audiencia calló por completo — … es que tal como al mesías, uno de ustedes, sí, ¡uno de ustedes me ha traicionado!  No lo entiendo, solo les he brindado entrega y cariño, sin embargo, uno de ustedes me ha traicionado —y los miró compasivamente.  Todos los presentes quedaron estupefactos, confundidos, se miraban entre sí como diciéndose “yo no fui, ¿acaso fuiste tú?”.  “¿Qué pasó? …”

—A esa persona yo la perdono.  Sí, la perdono porque en mi corazón solo hay amor; porque perdonar es divino.  La abrazaré fuertemente para que recuerde que, aunque ha roto mi alma, tiene mi afecto —suspiró, luego volvió a mirarlos y señaló con congoja —ahora me despediré de cada uno de ustedes, no se muevan, iré hasta sus asientos.  ¡Esto es muy difícil! —gimió y agachó la cabeza, luego la levantó y se movió, reinaba un abrumador y a la vez, perturbador silencio.

Su sentimiento

Se acercó a cada asistente, le decía un par de palabras y lo abrazaba, aquello se convirtió en un mar de lágrimas, la afectividad, el sentimiento y la tristeza flotaban en el aire.  Ahora era el turno para Aidol, por cierto, le tocó casi de último, Abelardo se puso de rodillas, lo miró de frente cariacontecido y al oído le dijo:

—¿Por qué? Dime ¿por qué me hiciste esto?

—¿Ahhh? Pero… ¿Yo qué hice? ¿Qué hice? —preguntó Aidol confundido, se puso pálido y se le secó la boca.

—De cualquiera lo podía esperar, pero de ti, de ti jamás— y lloró.  Todos contemplaban aquella escena —¿Por qué me hiciste esto? —lo abrazó y le estampó un beso en la mejilla, entonces, se escuchó un sonoro “Ooohhh” entre los presentes.  Aidol no salía de su asombro, no podía hablar, estaba aturdido, sobre él sentía cientos de miradas llenas rencor.

La salida

Abelardo se marchó, salió rodeado de jóvenes apesadumbrados que lo abrazaban, muchos gimoteaban y le suplicaban que no se fuera.  Aidol fue el último en abandonar aquel salón, estaba completamente solo.  En la calle vio algunos rostros de mirada penetrante, se sentía señalado, empezó a caminar lentamente bajo el caluroso sol del mediodía.  De repente, por un costado apareció fatigado Beto, un amigo del grupo juvenil, lo tomó del brazo y lo invitó a marcharse del lugar rápidamente.  Por el camino le dijo:

—Todos están muy dolidos con lo de Abelardo y te echan la culpa, por lo del Memorial.  Porfa cuídate mucho.  Una de las chicas del otro grupo estaba furiosa contigo, Lila, dizque tiene un primo que es un malandro.  Escuché que decía con ira —entonces la arremedó — “… ¡Esto no se puede quedar así! Ese traidor las tiene que pagar. ¡Qué rabia! Seguro busco a mi primo y le cuento”.

—¿En serio?

—Sí, en serio.  Trata de no pasar por acá y menos solo, eso es lo mejor que puedes hacer. ¡Pilas!

Un encuentro fortuito

Imagen 2. Caminando solo por la calle.  Tomada de StockSnap en Pixabay

Una fría noche Aidol deambulaba por las calles de aquel barrio, al cruzar una esquina vio tres muchachos caminando por la misma acera en sentido contrario, traían un aspecto no muy santo, de caminar cansino, camisas abiertas, alardeando entre sí, como diría Beto “…están muy visajosos”.  Aidol pensó en cambiarse de acera, pero recapacitó, no era lo más prudente y se llenó de valentía.  Estaban casi encima y alcanzó a distinguir entre ellos a Germán, le decían el “Tuso”, hacía mucho tiempo que no lo veía.

—¡Quiubo viejo Aidol!  ¿Qué más hermano? —lo saludó efusivamente el Tuso, tendiéndole la mano.

—Uy, Germán, todo bien gracias a Dios, ¿vos qué tal? ¿Y la family? —preguntó Aidol un poco más tranquilo, estrechándole la mano.

—No viejo, todo bien también.  Hace años que no te pillaba por aquí.  Eh, pero te veo bien, ¡qué nota!  Parceros, este man es el único que me dice Germán, ja, ja, ja.  Es un bacán, ¿sí o no?  Por eso lo aprecio —expresó el Tuso a sus acompañantes, poniéndole una mano en el hombro.

Una confesión

—Ve, Lila mi prima me contó lo que pasó con la pinta esa, con el seminarista, ¿cómo es que se llama?  ¿Abundio?

—Abelardo —balbuceó Aidol.  No sabía que eran primos, todo se le enfrió, palideció, el corazón se le quería salir por la boca.  “Dios, me llegó la hora.  ¡Ayúdame!”  —suplicó mentalmente, mientras miraba el rostro sonriente del Tuso.

—Todos esos pelaos lloraron su salida. ¿Supiste qué pasó? —le preguntó el Tuso con tono serio.  Él lo negó con la cabeza, qué agonía tan inmensa, ¡qué suplicio!  El Tuso lo miraba fijamente.

—Nooo, no volví a saber nada de él, hace tiempo que me salí del grupo, desde que me cambié de barrio —balbuceó Aidol, mirándolo aterrado.

—¡Eh! ¡Qué pichurria!  —gritó disgustado el Tuso agitando sus brazos. “Aquí fue” pensó Aidol y cerró los ojos.

—¡Qué faltón! Cómo te parece que se quedó con la money de los pelaos, la que habían recogido. ¡Ah!  ¿Cómo te parece?  Se las robó y en bombas se perdió, cual mago ¡desapareció! — decía —¡Qué piedra!  Para acabar de ajustar, unos cuchos dicen que le entregaron un billetico para que se los guardara; mijo, y eso también se perdió. De verdad, ¡qué boleta!

—¡No te lo puedo creer! —dijo sorprendido Aidol, mientras le volvía el alma al cuerpo. —¿Será que algún avivato se aprovechó para echarle la culpa a Abelardo?  —se le cruzó por la mente.

— Parce, también dicen que al man ese lo echaron de la congregación.  Ni seminarista que sería. Uf, ¡qué bandera ese man! —señaló con desgano la Chinga, mirando de reojo y con desconfianza a Aidol.

Alejándose

Conversaron un momento más, después se despidieron. La Chinga se quedó junto a Aidol, mirándolo con resquemor y le dijo:

—¿Recordás una rumbita que hicieron los pelaos de octavo por los lados del cole?  ¿Qué vos saliste temprano y el Tuso estaba parchado a la salida? —Aidol pensó un instante y asintió con la cabeza.

Imagen 3. Un baile.  Tomada de mjtrimble en Pixabay

—Pues llave, estábamos ahí para que la Lila nos mostrara al man que los había faltoneado con el seminarista, al Judas que lo había vendido, pa´cascarlo. ¿Y sabes qué?  Te señaló a vos… —Aidol se desencajó, no pudo tragar saliva.

—El Tuso le preguntó si realmente eras vos, de una ella contestó que sí.  Entonces le dijo “no primis, tenés que estar equivocada, ese man es buena gente, a lo bien.  Ni de fundas le toco un pelo al viejo Aidol. Más bien tranqui, esperemos un tiempito que todo se aclare y ahí procedemos…” —terminó de decirle la Chinga despreocupadamente.

—¡Chinga!  Deja al calidoso quieto y apúrate —le gritó Porras, el otro compinche del Tuso —Sisas, ya les caigo —contestó.

—Uy, parce —y lo miró de frente —menos mal se destapó el rollo con el personaje ese y se supo lo tráfuga que era … ¿Sí o no? —afirmó la Chinga socarronamente — Mijo, si no fuera por el Tusito, otra sería la historia, tal vez vos y yo no estaríamos parchados aquí parloteando… ¿Sí ves?    Suerte, aquí estamos pa´ las que sea.

 

Relato anterior

Aidol y lo que desencadena un Memorial, primera parte