Aquella tarde el punto de encuentro fue el Policentro, un tradicional centro comercial en la bella ciudad de Guayaquil, Ecuador, ¡La Perla del Pacífico!  Mientras llegaban los Muñoz, Martín se acercó a comprar su bocado preferido: el sanduche de chancho. Sin notarlo se había convertido en cliente habitual del local, como no había mucha gente le preguntó a don Víctor:

Imagen 1. Barrio las Peñas, sección norte del Malecón 2000 y el río Guayas.  Guayaquil, Ecuador.  Tomada de Medina en Unsplash.

—Aquí entre nos, cuénteme ¿cuál es el truco para que el sanduche quede tan jugoso y sabrosito? —don Víctor lo miró sonriente, tomó una silla y se acercó a la mesa.

—Ñaño, aunque usted no me lo crea, este es un plato que tiene harto trabajo, requiere muchas horas de preparación —Martín miró intrigado a su esposa Melina como pensando “solo es un sanduche…”, Víctor continuó —pero tiene el mejor ingrediente de todos, lo hacemos con pasión —Martín lo aplaudió.

—Le cuento, tomamos un pernil entero de chancho, le quitamos la piel, hacemos unos cortes para que penetren en la carne la salsa especial de ajo, la sal y la mezcla de condimentos.  En una bandeja metálica adobamos la pierna y también el cuerito que habíamos quitado, ahí la metemos al horno de leña, tiene que ser un horno de pura leña.  ¿Sí me entiendes?

—Ah ¿es que aquí tienen un horno de leña? —preguntó Martín.

—¡Noo!  ¡Cómo se le ocurre!  Los hornos quedan en Los Ríos y Colombia, y son muchas las piernas de chancho que hacemos en una sola tanda.

—¡Increíble! —contestó Martín.

La preparación

—Pero eso es apenas el comienzo.  Luego, viramos la pierna y al horno nuevamente; y la volvemos a virar, o sea, la giramos por lado y lado, ese proceso se tarda entre cinco y seis horas como mínimo, después se deja reposar.  Curtimos unas cebollas rojas con zumo de limón, cilantro, sal y pimienta. Preparamos una salsita especial basada en el jugo que queda en la bandeja, esa sí es la fórmula secreta, ja, ja, ja.

—¡Oh! —exclamó Martín haciéndosele agua la boca, para este momento Sole y Daniel, la otra pareja, ya habían tomado asiento y escuchaban con atención la explicación de don Víctor.

—¡Ñaño! Mira, así se prepara el sanduche —dijo gesticulando y moviendo las manos —parto un pan, le agregó lechuga, luego una abundante porción de lonjitas de chancho, la salsa, la cebolla curtida, coronamos con el cuerito crujiente y ¡listo! ¡A deleitarse!  Y coma sanduche para que se vuelva bien tuco.

—¡Uf!  Definitivamente, ¡es una delicia! Yo que creía que el secreto estaba en la cebolla curtida, pero veo que la horneada del chancho es la clave —dijo Martín clavándole el diente a uno de los sanduches que le llevaron a la mesa, se saboreaba haciendo antojar a los otros.

Armando el plan

Se acomodaron bien en sus asientos, mientras consumían sus sanduches conversaban sobre diversas cosas, una de ellas fue el colegio, pues sus hijas estudiaban en grados similares.  Por asuntos laborales ambas parejas habían llegado procedentes de Bogotá.

—¿Qué hacemos en el próximo día festivo? —preguntó Sole.

—¡Vámonos para la playa! —propuso Martín.

—¡Muy buena idea!  Nosotros nos apuntamos —dijo Daniel.

—Saben, mi amiga Tere ha sido muy insistente para que vayamos a Montañita, dice que en todo momento hay un ambiente fiestero, además está la playa, el mar, los restaurantes, que la comida es deliciosa.  Su familia tiene una casa de playa por el sector, ellos irán en el puente festivo, me propone que nos encontremos en el pueblo —comentó Melina.

—Nosotros no conocemos ese lugar, pero sabemos que es muy famoso, especialmente para la gente que va de rumba y a surfear, según entiendo el ambiente no es muy propicio para los niños —expresó Daniel.

—Algo similar escuché, pero podemos ir a un hotel por la zona y vamos de paso a Montañita —indicó Martín, los demás estuvieron de acuerdo.

 

Los otros invitados

—Digámosle también a los Zambrano, a los Caparroso, a los Escobar y Restrepo, quizás ellos también se apunten —anotó Melina.

—¡Eso! Como si fuera un paseo de olla, je, je, je —apuntó Daniel.

Estas familias también habían llegado a Guayaquil desde Colombia, conformaban una mini colonia cafetera de diversas regiones.

—Yo me encargo de hablar con ellos y también con mis amigas de aquí.  Hay que aprovechar esta temporada; eso sí, quedamos fijos así seamos solo nosotros, los Muñoz y los Galán —apuntó Melina.

El plan de viaje y la hostería

Volvieron a encontrarse para finiquitar los detalles del viaje, allí estaban los Zambrano, y por supuesto los Galán y los Muñoz, los demás tenían otros planes.  Martín consiguió una hostería ubicada después de Montañita en la playa de San José de Olón.  Su propietaria era una cuencana que había dejado la sierra para irse a disfrutar de la playa, y su casa estaba contigua a la hostería.

—Me dijeron que la playa es ahí, al pie y es fantástica, no es profunda y se adentra en el mar, perfecta para las niñas, además tiene olas ideales para usar las tablas de natación —expresó entusiasmado —el mar es diferente al de Montañita que es más apropiado para el surf.  Yo ya reservé para los diez.

—¡Qué bien!  Tenemos paseo, ¡la vamos a pasar súper! —manifestó alegremente Juan Pablo tomándole la mano a su esposa Anita.

Con la emoción y la alegría de sentirse turistas, y con la magia que despierta el mar, planearon detalladamente el viaje.  Definieron la hora de partida, el lugar de encuentro, enumeraron los implementos de playa que desempolvarían, como trajes de baño, camisas de agua, tablas, caretas, sombrillas y esteras de playa, en fin, todo lo que se pudiesen imaginar, sin olvidar por supuesto, el ¡bronceador!  Si viajaban sin detenerse se tardarían en llegar, en promedio, unas tres horas y media, pues recorrerían cerca de doscientos kilómetros, la ventaja era que la vía estaba en perfectas condiciones.  Así que decidieron viajar sin afanes, relajados, harían una parada para almorzar y otra en Montañita para apreciarla y comprar algunos objetos de playa en un par de sitios que les aconsejaron.

Tomando la ruta

Llegó el feriado, estaban felices, se les veía sonrientes, animados.  Tomaron la Vía a la Costa, carretera que los dirigiría hasta la península de Santa Elena, pasaron por varios pueblitos; en la parroquia El Progreso llegaron hasta la bifurcación que permite tomar al sur hacia Playas, un balneario, o al occidente hacia la provincia de Santa Elena, continuaron por esta última ruta. Más adelante pasaron por Zapotal, encontrando allí un restaurante que les llamó la atención por su sugestivo nombre “El Chivo Erótico”.  Su plato insignia era el tradicional “Seco de chivo”, un guiso de chivo o cabrito que sirven adobado en su caldito, acompañado de una abundante porción de arroz amarillo, con cocolón incluido y una inmensa tajada de plátano maduro bien frita.  Algunos rumoran que es un plato afrodisiaco y que el secreto es usar el chivo nativo de la región.

Imagen 2.  Otro plato típico de la costa: encebollado mixto.  Tomada de Juan Carlos Rodríguez en Pixabay.

 

Continuando por la ruta del sol

Avanzaron hasta llegar a la cabecera de la provincia, Santa Elena, si seguían de largo llegarían hasta Salinas, llamada la “Capital del sol” por su ubicación preferencial en la punta más sobresaliente del Ecuador sobre el Pacífico, perfecta para el surf gracias al cruce de los vientos, esta ciudad es considerada como el principal balneario del país.  Tomaron hacía la derecha con dirección a Ballenita, aún no se observaba el mar por ninguna parte, la ansiedad los acosaba, llevaban recorridos unos ciento treinta kilómetros, pasaron por algunos cerros, el paisaje era desértico, con matorrales espinosos, de vez en cuando aparecían algunas casitas y grupitos de chivos.  —¡Ojo! Por ahí puede aparecer el Correcaminos y detrás el Coyote.  Si estando en la carretera oyes un ¡Beep – Beep!— cantó desentonadamente Daniel, sacándole una sonrisa burlona a su esposa.

Tomaron una cuesta en una pequeña colina y empezaron a serpentearla, a lo lejos se observó una fina línea verdosa —¡El mar! — gritaron, todos miraban entusiasmados al horizonte, aún estaba distante pero ya sabían que faltaba poco.   Giraron y la línea verdosa desapareció, siguieron avanzando entre dos cerros, el cielo estaba completamente azul, acompañado de dos nubecitas blancas y un sol radiante.  Comenzaron a descender encontrándose algunas casas y cabañas a lado y lado de la vía, de la nada, a su izquierda, apareció un deslumbrante pueblo blanco, con viviendas de dos plantas terminadas en cúpulas, y de ventanales azules, inmediatamente se sintieron trasportados al mediterráneo, a un pueblo griego al estilo de Santorini o Mykonos.  Todos maravillados lo apreciaban, las palmeras se movían al vaivén de la brisa, al terminar de bajar la colina el conjunto residencial fue desapareciendo, dando paso al mar, ¡sí, al mar!  Un mar que golpeaba con su oleaje acompasadamente la playa cerca de la carretera, allí se apreciaba en toda su inmensidad… estaban extasiados, la vista era magnifica, llegaron por fin al deseado mar, pero la realidad superaba sus expectativas. De allí en adelante este mar los acompañó a su izquierda.  Al pie de la playa aparecieron pintorescos restaurantes y cevicherías, pasaron por poblaciones como Punta Blanca, San Pablo, Ayangue, en todas se querían bajar, pero tenían programado llegar hasta las afueras de un pueblito en particular para almorzar en un tradicional restaurante donde la especialidad era la comida de mar, por cierto, este también les fue recomendado; llegaron, el almuerzo estuvo simplemente delicioso, se tomaron todo el tiempo del mundo y continuaron hacia Montañita, notaron que la vegetación empezaba a cambiar, ahora era más verde y abundante.

Continuará… 

Imagen 3. El mar, la playa y la carretera.  Tomada de Gabriel Vera en Pixabay

 

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Referencias

McCuack, 18 nov. 2010.  “El Show del Correcaminos INTRO”.  Recuperado oct. 2021 de https://youtu.be/AKr2FPw0cQ8