Tal como lo habían planeado se detuvieron en Montañita, avanzaron hasta la playa, observaron el entorno, había muchos jóvenes, todo era alegría y fiesta. No se metieron al mar, solo contemplaban el paisaje. Estuvieron de acuerdo que su elección fue la correcta, querían un ambiente más calmado para la familia, especialmente para las niñas y el niño. Las señoras aprovecharon para realizar la compra de sus salidas de baño y sombreros, entre tanto, los señores decidieron caminar por los alrededores. Ellos recorrieron varias calles conociendo el poblado. Al pasar por el frente de una rústica hostería de tres plantas, vieron a su entrada a dos personajes de rastas, sonrientes, que invitaban a los turistas a ingresar sin ningún compromiso.
—Mientras las muchachas hacen sus compras, ingresemos un ratico, conozcamos. No perdemos nada —les dijo Martín.
—¡Un momento! —los detuvo Daniel —cómo les parece que Andrés, un compañero de la oficina, me dijo que una vez vino por acá y en la noche entró a un lugar como este, y que en el patio central había una fogata a la cual le echaban frecuentemente “incienso” y que la gente alrededor cantaba, gozaba feliz, relajada. Si este es uno de esos parches, ¡ni a palos entro!
—¡Fresco, Dani! Hagámosle, ingresemos. Es solo incienso, eso no hace daño, cuando yo era monaguillo lo usábamos mucho en las procesiones, su olor es rico —dijo Pablo, los otros dos sonrieron.
—Hombre, Juanpa, no es ese tipo de incienso, es maracachafa, la mona, cannabis. Hum, me imagino cómo sería eso, puro relax, paz y amor. Brother no problem, todo bacano —arremedaba Martín caminando con desparpajo.
—¿Ah? Si es así yo tampoco entro.
—Pero quién dijo que este sea el sitio, yo creo que era puro cuento para tramar al viejo Dani. Entremos, ya no somos unos muchachitos —se miraron y estuvieron de acuerdo, siguieron a Martín.
Subieron los escalones de madera, al ingresar se oía la canción “Don’t worry be happy”, que invitaba a la tranquilidad, Daniel divisó llamaradas adentro, los atajó diciéndoles —¿vieron? ¡Se los dije! Este es el sitio, ¡este es! Devolvámonos — Martín los llamó a conservar la calma, observaron bien, en el centro simplemente estaba un tragafuegos expulsando bocanadas de fuego por la boca. Alrededor del pequeño patio vieron sillas, en cada esquina aparecía un estand con diferentes bebidas, uno de cervezas, otro de tragos fuertes, otro de cócteles, y el último de aguas y colas. Realmente el ambiente era muy agradable y distendido, turistas de varias nacionalidades entraba y salían, existía mucha camaradería. Para mitigar el calor compraron cervezas, ahora se escuchaba “Could you be loved” de Bob Marley, al poco rato salieron.
—Seguro que el desmadre lo hacen en la noche, ¡seguro! —afirmó Daniel.
En la hostería
Llegaron a su destino, Cuna Luna, un lugar acogedor, cabañas de dos pisos fabricadas en guadua y madera, rodeadas de palmeras, muy cómodas y limpias, con hamacas en los balcones. Allí tenían la playa a su entera disposición, los niños salieron disparados hacia el mar, llevaron sus tablas para jugar con las olas y algunos baldes para construir castillos de arena, mientras unos adultos los acompañaban, otros aprovechaban para broncearse, pronto empezaría el atardecer.
Imagen 2. Atardecer en hostería ecuatoriana. Tomada de carlosalbertony en Pixabay.
Cenaron en la misma hostería. Dada la insistencia de Tere, al día siguiente almorzarían en Montañita en un lugar super recomendado de comida italiana, donde la pizza era la reina del local, además de ser el plato preferido de los niños. Recalcó que tenía un ambiente playero sin igual, aunque lo mejor eran los exquisitos platos que allí se presentaban. La mesa había que reservarla con tiempo, ella los esperaría allí. Bueno, ¿y cómo quedarle mal a una guayaquileña tan especial como la Garay? No había forma.
La pizzería
Llegaron al lugar indicado, adornado con diferentes tablas de surf, fotografías, hamacas, todo estaba relacionado con el océano. Tere los recibió con una sonrisa de oreja a oreja, los niños fueron ubicados en una mesa, los adultos en otra. Aparte de ellos también asistieron los Maruri, los Romero y los Caparroso que estaban por el mismo sector, en total eran siete familias “colombo-ecuatorianas”. Paco, el marido de Tere llegaría más tarde. Las mujeres se juntaron en un extremo de la mesa y en el otro los hombres, unas chicas que atendían les llevaron las cartas con el menú y las bebidas. Curiosamente, al fondo, al frente de donde estaban las damas, quedaba el horno de leña del restaurante y la barra donde los meseros reclamaban los pedidos.
—¿Qué horas tienes? —preguntó Tere.
—Doce y cinco —contestó Melina.
—Listo chicas, atentas a los deliciosos platos que les tengo reservados, están disponibles a partir de las doce —dijo, las otras la miraron sin entender.
—Tranquilas, ya lo verán —y continuaron conversando. Lucy se tomó la palabra y les contaba una anécdota manteniéndolas concentradas. Mientras tanto los hombres reían a carcajadas con sus propios cuentos.
La atención y el servicio
Uno de los meseros se ubicó detrás de ellas sin que se dieran cuenta y les preguntó:
—¡Hola! Buenas tardes. Disculpen si las interrumpo ¿Ya saben qué desean? ¿O les puedo recomendar algo? —dijo con voz firme y sonora con un marcado acento argentino.
Ellas suspendieron la conversación y alzaron la vista para mirarlo, mejor, para contemplarlo. —¡Ay, Dios mío! —moduló Melina al verlo, las demás quedaron embelesadas. Allí estaba el adonis de sus sueños, alto, guapo, de ojos claros, de pelo largo, con barba incipiente, dientes perfectos y blancos, con una sonrisa encantadora y un bronceado espectacular; vestía una camiseta esqueleto dejando ver su torneada musculatura, llevaba pantalones cortos y sandalias. Ellas sin ningún recato lo miraban de arriba abajo, él sin inmutarse les sonreía.
—Coff, coff —tosió Tere llamando la atención de sus amigas—estamos mirando la carta, puedes darnos por favor un par de minutos. ¡Gracias! —le indicó.
—¡Con gusto! Mi nombre es Diego, estaré atento —y se retiró.
—¡Chuta! ¡Qué enclenque! —dijo Tere en voz baja con resignación.
—¡Mijita! Cierre esa boca —le señaló Anita a Melina —vea como se le escurre la baba.
—Miren, miren… — exclamó Sole señalando la barra, en aquel instante pasaba otro mesero similar al que las atendió.
—Ay no, ¡qué enclenque! —volvió a decir Tere luego de verlo.
—¿A dónde nos trajiste? Este es el Olimpo. ¡Wow! Ese morenazo que lleva la pizza está divino —expresó Lucy embobada.
—No puede ser, ¡qué enclenque! —insistió Tere con desgano.
—Mira aquel otro. ¿Te lo imaginas surfeando? El agua escurriéndole por sus hombros y brazos… ¡Santa madre de Dios! —dijo Doménica en voz alta.
—¡Ahhh! Ahora entiendo lo de exquisitos platos, ¡lo máximo amiga! ¡Salud! —invitó Nena. Chocaron sus vasos, sus miradas resplandecían.
Ya los hombres se habían dado cuenta de lo que pasaba, callaban y las miraban en silencio un poco incomodos, con una rabiecita que no podían manifestar, aunque la verdad, aquella sería una batalla perdida, no tenían con que dar la pelea. También, notaron que la mayoría de la clientela eran mujeres. Optaron por resignarse, aunque Pablo tímidamente trató de mostrar sus dotes de conquistador diciendo:
—Anita, mija, hágase aquí al lado mío para que miremos la carta juntitos.
—Tranquilo, no te preocupes, pide lo que quieras, ¡lo que se te antoje! Yo pago lo que sea, hoy estoy botada. Mijito, ni modo de moverme de aquí, este panorama y la vista a la barra están ¡fabulosooos! —en la mesa se rieron.
Entonces, aquellos camareros se reunieron en torno a otra mesa y cantaron el feliz cumpleaños, al terminar sonó la melodía “In the summertime” de Shaggy, y la bailaron coreográficamente, motivando rítmicamente a los presentes a que los siguieran.
—¡Ay qué bellos! ¡También cantan y bailan! —aplaudió emocionada Melina. —¡Son p e r f e c t o s! —resaltó.
No había forma de quitarles la vista de encima. Uno se acercó a tomarles el pedido, Tere con cara afligida y mirando al techo, como rogándole al cielo, volvió a pronunciar:
— ¡Oh, Dios! ¡Qué enclenque!
—¡Eh, Tere! ¿Ninguno pues? Que estándares tan altos los tuyos, eres muy difícil de complacer —manifestó Martín sorprendido. En la mesa se hizo un silencio expectante por su respuesta.
— ¡Ay no! Es que me duele… Qué enclenque de hombre que tengo en mi casa. ¡Qué enclenque! ¡Los comparo y me dan unas ganas de llorar! —dijo con desazón, todos al escucharla soltaron una sonora carcajada, con aquel comentario no paraban de reír; Pablo se tuvo que poner de pie para tomar aire, Nena le daba palmadas a la mesa, Javier aplaudía sonriente, Doménica casi se ahoga con su bebida.
—¡No, no, mentiras! ¿Qué tal? Ji, ji, ji Donde mi flaquito bello se entere, se muere de la pena moral —terminó explicando Tere entre risas. —Pero muchachas, si o no ¡están divinos!
Las señoras estuvieron de acuerdo y la felicitaron por tan buen gusto, le agradecieron infinitamente por llevarlas a ese lugar y por su insistencia. En tanto los hombres volaban de la piedra, evitaban manifestarlo, claro que no faltó quien se atreviese.
—Niñas, disfruten de este momento todo lo que puedan. Porque ni de fundas las volveremos a traer aquí. ¿Qué tal? ¡Llevándolas a la boca del lobo! —afirmó Mario.
—Ah bueno. Problema de ustedes —dijo despreocupadamente Sole —entonces nosotras venimos solas —sentenció; sus amigas aplaudieron efusivamente.
—¿Cómo? ¡Ni se les ocurra! Mario está delirando, no le hagan caso. Cuando ustedes digan las traemos de inmediato. ¡Yo no me voy a arriesgar! —contestó rápidamente Juan Pablo. Y así continuaron entre chiste y chanza hasta terminar el almuerzo.
Después se enteraron de que en el cono sur, en agosto, estaban en plena temporada de invierno, como a los muchachos les encantaba el surf y sabían que aquellas playas eran ideales para practicarlo, viajaban desde su país como mochileros. Entonces, para completar el dinero de sus gastos de alimentación y alojamiento, trabajaban en el restaurante como meseros -modelos atrayendo al público, en especial al femenino. Dicen las malas lenguas que, si bien es cierto el tiempo ha transcurrido, las señoras aún recuerdan con especial afecto a sus adonis. Y a los señores todavía les produce cierto escozor y rabiecita cuando los traen a la memoria, especialmente a Martín, que sufrió en carne propia las desdichas del surfista, gracias a las hijuemadres revolcadas que le pegaron las olas lidiando con la tabla tratando de imitar a los muchachos.
Relato anterior
En busca de unos exquisitos platos en Montañita
Referencias
The Real Bobby McFerrin. 24 feb. 2009. «Don’t Worry Be Happy». Recuperado oct. 2021 de https://youtu.be/d-diB65scQU
johnl887. fec. sin dato. «Could You Be Loved». Recuperado oct. 2021 de https://youtu.be/g3t6YDnGXAc
shaggymedia. 7 mar. 2009. «In The Summertime». Recuperado oct. 2021 de https://youtu.be/nW_MJRscgHE