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Decía Hectiñor a sus amigos —¡Ojo! No se les olvide, que lo peor que a uno le puede ocurrir es que se le junten dos fiestas el mismo día. ¡Qué barbaridad! —Sí, ¡y tenía toda la razón!  Casi siempre es una disyuntiva dificilísima de resolver, especialmente cuando te encantaría asistir a las dos. ¿Qué hacer?   Precisamente esto le pasaba a un grupito de amigos, pues dos de sus queridos compañeros tendrían la fiesta de grados de ingeniería en la misma fecha y hora, pero en dos poblaciones distintas del oriente antioqueño, más exactamente en Marinilla y en el Peñol.

Así que se reunieron para hablar acerca de su dilema, ¿a qué fiesta ir?

—La decisión está como complicadita ¿no?  Vayamos pidiendo tres polas para que nos inspiremos —anotó Lucho —aunque para mí, lo mejor es ir a las dos celebraciones —sus amigos lo miraron y sonrieron.

—¡Uy, sí! De verdad, ¿por qué tenemos que ir a una sola? —preguntó Pinsky, y continuó —de todas maneras, para ir al Peñol tenemos que pasar por Marinilla, ¿sí o no?  Pues, paramos donde Octavio, nos quedamos un rato y luego seguimos hasta donde Sonia; además, ella puso a disposición una casa finca al pie de la represa para todo el fin de semana —terminó diciendo alegremente.

—¡No se diga más! Esa idea es perfecta.  ¡De una, hagámosle!  Nos vamos con los trajes puestos, empacamos en una mochila la muda de ropa, eso sí, no se les vaya a olvidar la pijama, y ¡listo! —anotó Pocho.

Entonces, armaron el plan de encontrarse en la terminal de transporte a las cinco y treinta, con llegada a Marinilla a eso de las siete, estarían allí un par de horas.  Contratarían un automóvil que los llevara hasta el Peñol, Lucho indicó que tenía un amigo que les podría colaborar con dicho transporte.  Sí, así de sencillo lo organizaron, lo más importante era compartir con sus amigos, estar presentes, acompañarlos.

Llegaron puntualmente a la terminal de transporte, tomaron la flota y llegaron a Marinilla a la hora exacta.  Octavio los recibió con los brazos abiertos, vestía elegantemente, estaba rozagante; compartieron con los familiares y amigos del homenajeado, se tomaron fotos, cantaron al son del grupo musical, probaron los pasabocas, bebieron unos cuantos aguardientes para contrarrestar aquel friito rico que hacía.  La fiesta fue entrando en calor y ellos también, en esas, los llamaron porque había llegado su transporte. — ¿Qué?  ¿Tan rápido? Cuando la estás pasando bien, ¡el tiempo se va volando! —.  Después de insistirles, Octavio lamentó que no se pudieran quedar, se despidieron y tomaron rumbo hacia el Peñol.  El plan transcurría según lo previsto.

Arribaron al parque del Peñol, muy cerca de allí estaba el salón de eventos.  Su llegada fue la novedad entre sus amigos, la nueva ingeniera, que estaba divina y radiante, los saludó y abrazó efusivamente, cosa igual hicieron los tres en medio de la algarabía de sus compañeros allí presentes. —¡Hum!  Qué bonitas horas de llegar. Ya pensábamos que no iban a venir —­les dijo jovialmente Toty.  Sonia les presentó a su familia, a todos les brotaba la felicidad.  La cena se sirvió al poco rato de su llegada.  Continuó el baile, el DJ se robaba el show, hicieron diversas coreografías, un brindis por acá otro por allá, era pura diversión lo que se vivía.

La celebración duró hasta las dos de la madrugada.  El transporte para llevar a los “foráneos” hasta la casa finca, que quedaba un poco retirada, ya los esperaba; también había otros automóviles particulares que aguardaban con la intención de seguir al bus hasta su destino, entre ellos el campero descapotado del profe Fabián.  Comedidamente los tres, oficiando de ayudantes, se prestaron para acomodar en la buseta primero a las damas y luego al resto de invitados.

—Nosotros fuimos los últimos en llegar, seremos los últimos en subirnos —dijeron.

El cupo se completó, los “ayudantes” no cabían ni cargados.  El único espacio disponible era el capacete del bus o colgarse de las ventanillas a lo Indiana Jones.  Ni modo, no se podían montar.

—¡Chúcele, hágale!  Muchachos, tranquilos, nosotros conseguimos trasporte y allá llegamos —señaló desde la calle Pinsky al resto de compañeros.

—Aquí entre nos, no creo que sea tan fácil.  Sonia me dijo que a esta hora no se consigue un vehículo que nos lleve.  Y la buseta ya no se devuelve —exclamó preocupado Lucho.

—¿De verdad? ¿En serio? … Uy, bueno, no hay de otra, tocará buscar un hotel y llegar a la hora del almuerzo —anotó Pocho resignado.

—Muchachos tranquilos, no se preocupen —apuntó el profe Fabián que los estaba escuchando —vean, hagamos una cosa, yo llevo el grupito de Toty.  Después, él y yo nos devolvemos por ustedes. ¿Sí o no Toty?

—Sí claro ¡de una! —contestó.

—Eso sí, nos tienen que esperar con calma, no conocemos bien el camino, así que me demoraré un poco más. Recuerden es tiempo de ida y vuelta.

—Uy Fabián, ¿de verdad? ¡Qué detallazo!  Lo esperaremos el tiempo que sea necesario.  Le agradecemos mucho —manifestó Pinsky.

—¡Uy sí profe, mil gracias! Se fajó. Y tranquilo, mientras vuelve nosotros compramos mediecita de guaro p´al frío y los esperamos en esa esquina, en la terracita que está allá iluminada —indicó Pocho.

—¡Perfecto!  Yo paso por ustedes, no se preocupen.

—¡Pocho, hermano!  Mejor tómese usted el guaro, que si es p´al frío, ¡qué desperdicio! —dijo sonriendo Toty.

Los tres caminaron hasta la terraza, se sentaron sobre un muro donde había tres pilares que sostenían el techo que la cubría.  Entre las penumbras apareció una sombra, se sobresaltaron, avanzó, la figura se aclaró, era un joven que los miraba con recelo y asombro al verlos llegar a esa hora y vestidos de traje y corbata; luego de un cortante silencio, lo saludaron, él respondió lacónicamente.  Se presentaron, se llamaba Fidel, le preguntaron si sabía dónde podían conseguir a esa hora bebidas, entonces, les señaló a lo lejos una ventana que tenía la luz encendida, allí podían adquirir lo que necesitaban, le dieron las gracias y se dirigieron al sitio.  Después retornaron a la terraza que formaba parte, al parecer, de un local comercial por la gran puerta metálica que había en la pared, no vieron ningún letrero cerca, en un rincón seguía el chico.  Se hicieron junto a un pilar y brindaron, Pocho los convidó a sentarse en el piso o a recostarse poniendo de cabecera sus mochilas, se estiraron allí, Fidel los miraba incrédulo.

—¿Qué hacen? —les inquirió —Aquí no se pueden quedar, deben marcharse. ¡Muévanse!

—¿Cómo así? ¿Qué pasó viejo Fidel?  Nos vamos a quedar un momento mientras nos recogen —le explicó Pocho.

—¡No! ¡Nooo! No se pueden quedar aquí, no ven que esto es propiedad privada.  ¡Yo la cuido!  Se tienen que ir.

—Fidel, aquí no molestamos a nadie.  Relájate, fresco —le dijo Lucho.

Los tres se reacomodaron en el piso, lo ignoraron y brindaron con otro aguardiente. Él los miraba con indignación mientras caminaba de lado a lado, los otros seguían conversando y riéndose.  Luego de unos minutos Fidel no se aguantó:

—Señores, ustedes no se pueden quedar aquí.  ¡Se tienen que ir! —les ordenó.

—¡Fresco Fidel! En un momento nos vamos.  Con este frío tan berraco quién se va a quedar —contestó Pocho sonriéndole.

—Si Didier, el Poeta, se entera que están aquí se enojaría mucho y los sacaría a las malas. ¡Váyanse! —sentenció Fidel, y continuó echándoles cantaleta —voy a llamar al Poeta y se las verán con él. ¡Los va a echar a patadas! —los amenazó.

—Eh, nos ganamos la lotería con este.  Si quieres puedes llamar al poeta ese, a sus musas, a Borges, a Neruda, a todos en manada …pero suéltanos —le pidieron y siguieron conversando sin prestarle atención.

—Ya a van a ver, ¡ya van a ver!  —murmuró mientras se movía sigilosamente hacia un rincón.

El tiempo avanzaba y aun no pasaban por ellos, notaron que Fidel ya no estaba, sin darse cuenta se había esfumado, continuaron hablando con desparpajo en la fría noche.  Reían con los apuntes del uno y del otro, se notaba que estaban en un ambiente ideal, en un parche perfecto, sin afanes, sin preocupaciones, sin estrés, sin responsabilidades y a “media caña”.   Brindaron de nuevo, ya quedaba poco de la media que compraron.

—Poeta, estos son… —escucharon decir fuertemente a Fidel.

—Ey, ustedes, ¿qué pitos tocan con el pelao?  —dijo una voz recia.

Se alarmaron, giraron sus cabezas hacía donde provenía el vozarrón, allí vieron parado en el umbral a un tipo de casi uno con ochenta de estatura, que llevaba un overol de dril, sin camisa, dejando ver su musculatura, tenía los brazos en jarra, parado firmemente con los pies separados, calzaba botas con punteras de acero, en actitud retadora, rapado, con una gorra de lado y con mirada desafiante, parecía una versión de Mario Baracus, o de la “Roca”.   Ellos se miraron entre sí, no lo podían creer.  El Poeta avanzó, sin duda alguna era fornido, giro alrededor de la terraza, notaron que llevaba en uno de los bolsillos traseros una inmensa llave mecánica.

—¡Uy! Es tan fortachón que camina como Robocop, sus músculos no lo dejan moverse más rápido.  ¡Ay, papá!  Yo que soy flaquito, si ese man se me acerca, ¡no me ve ni en pintura!  Mientras llega al parque yo ya voy en Rionegro, ja ja ja —murmuró Pinsky, que ya estaba “anestesiado” por el guaro, Lucho y Pocho no pudieron contener la risa.

—¿Qué les pasa?  ¿Me vieron muñequitos o qué?  —los increpó el Poeta al tiempo que sacaba la llave y se golpeaba la palma de su mano con esta, su actitud era amenazante.

—Pero ¿qué pasa Poeta?  Nosotros estamos aquí esperando que nos recojan.  No estamos haciendo nada malo —dijo Lucho, mientras seguían acostados en el piso.

—Vinieron a molestar al pelao, déjenlo tranquilo.  O se las verán conmigo, siempre pasa lo mismo con estos citadinos, se creen los dueños del pueblo. ¡Pendejos! Mejor váyanse de aquí.

—Tranquilo, no hay ningún problema.  Nosotros no hemos molestado a Fidel y no estamos buscando bochinche —le respondió calmadamente Lucho —pero tampoco nos van a tratar mal.  Solo estamos esperando que nos recoja el carro.

—Es mejor que se vayan. ¡A volar palomitas! ¿O es que son tontos y no entienden?

—Eso lo veremos.

Diciendo esto Lucho se fue desenroscando, se puso de pie con sus uno noventa y dos de estatura, se le acercó despacio sin quitarle la vista de encima.  El Poeta levantó su cabeza mirándolo ofendido, con cara de malo, aunque se dio cuenta que había uno más alto que él, que no se le amilanaba.  Pocho que media lo mismo que El Poeta también se paró, Pinsky se sentó en el muro. La situación se tornó tensa.

—Ey, ¡Didier! Didier, venga —habló en voz alta Pinsky intentando suavizar la situación —venga, primero cuéntanos por qué te dicen Poeta.  De verdad, es que con esa pinta pareces de todo menos un poeta —sonrió Pinsky —ve, pero antes tómate uno.

—Él habla y escribe muy bonito, y ¡recita! —gritó Fidel orgulloso —por eso en el barrio le decimos poeta, ¡muestrales!

—¿De verdad? Poeta, tomémonos el del arranque y charlemos —manifestó Lucho sonriendo y retrocedió. El Poeta no entendía lo que pasaba, estaba desconcertado.

—Hágale mijo —lo invitó Pocho pasándole la botella.

—Venga pues, yo no me les arrugo —recibió la botella y tomó un sorbo sin mosquearse. —¡Salud!  No le pasen a Fidel que él no puede tomar —y les devolvió la botella.  Con desconfianza los miraba.

—Poeta, hagamos una cosa —propuso Pinsky —yo declamo la estrofa de un poema conocido y usted dice la siguiente ¿te parece?

—¿Será? —dijo mientras lo pensaba —Va pa´esa.  ¡Listo!  —Su orgullo le podía más y aceptó el reto.

—Este me lo aprendí en el colegio, y yo era Arturo, el bohemio puro —argumentó Pinsky, los demás lo miraban intrigados.

Observó a su público, levantó la botella proponiendo un brindis, aclaró la voz y dijo entonadamente:

Brindo por la mujer, mas no por ésa
en la que halláis consuelo en la tristeza,
rescoldo del placer ¡desventurados!
No por esa que os brinda sus hechizos
cuando besáis sus rizos
artificiosamente perfumados.

¡Wow! Los dejó boquiabiertos, no conocían esos dotes de su amigo pronunciando el “Brindis del bohemio”, lo aplaudieron.  El Poeta se paró en el centro, levantó una mano llamando su atención y con una voz fulgurante pronunció de memoria:

Yo no brindo por ella, compañeros,
siento por esta vez no complaceros.
Brindo por la mujer, pero por una,
por la que me brindó sus embelesos
y me envolvió en sus besos.

Por la mujer que me arrulló en la cuna.
Por la mujer que me enseño de niño
lo que vale el cariño
exquisito, profundo y verdadero;
por la mujer que me arrulló en sus brazos
y que me dio en pedazos,
uno por uno, el corazón entero.

¡Por mi Madre! Bohemios, …

Estallaron los aplausos ante aquella fenomenal presentación, la entonación, el ritmo, las pausas, el énfasis adecuado en cada palabra, la gesticulación… ¡Maravilloso!

—¡Bravo! Uy, Poeta, ¡Fantástico!  ¡Felicitaciones! —dijo Lucho abrazándolo.

—Tomémonos uno por esa soberbia presentación, ¡espectacular carajo!  —brindó Pocho y les pasó la botella.

La alegría reinaba, estaban gratamente impresionados con sus cualidades para declamar, nunca se las imaginaron.  Le pidieron que recitara una estrofa de otro poema, Fidel le solicitó con insistencia el de “los ojos negros”.  Se entonó y pronunció:

Un seminarista, entre todos ellos,
marcha siempre erguido, con aire resuelto.
La negra sotana dibuja su cuerpo
gallardo y airoso, flexible y esbelto.

Él, solo a hurtadillas y con el recelo
de que sus miradas observen los clérigos,
desde que en la calle vislumbra a lo lejos
a la salmantina de rubio cabello
la mira muy fijo, con mirar intenso.

Y siempre que pasa le deja el recuerdo
de aquella mirada de sus ojos negros…

Era el clásico poema “El seminarista de los ojos negros”, volvieron a felicitarlo, de verdad que disfrutaban aquello.  El Poeta, entusiasmado, les contó con pelos y señales porque le decían así desde la escuela, también, que escribía poemas y que tenía un cuaderno lleno de ellos.  Trabajaba como mecánico automotriz en esa esquina. —Escuchen este de una sola estrofa, es puro amor. De Becker, “Rima XXI” —y dijo:

¿Qué es poesía?
Dices mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul.

¿Qué es poesía?
¿Y tú me lo preguntas?
Poesía… ¡eres tú!

—Poeta, mis respetos ¡Bravo! —decía Pocho mientras aplaudía y chiflaba. —¿Sabes una cosa?   ¡Te equivocaste de profesión!  ¡No jodas!

—¡Salud!   —gritó Pinsky mientras aplaudía — ¡Pilas! Se nos está acabando la “vitamina”.

—¡Frescos!  Aquí tengo mediecita —señaló el Poeta, y sacó de su otro bolsillo trasero la botella y se las entregó.

Todo lo de aquella noche era fantástico, desde los grados de sus amigos hasta esta improvisada velada.  El Poeta aprovechó y declamó trozos de sus composiciones, le dieron sus puntos de vista, lo felicitaron.  Didier tomó un pequeño descanso, estaba feliz mostrando sus habilidades.  De repente, Pocho pidió silencio:

—Ustedes me inspiraron esta noche, aquí va mi pequeño y humilde aporte —dijo tomándose la vocería.

Cerró sus ojos, tomó aire, irguió su cabeza, con voz profunda y solemne pronunció:

Cuando ustedes, (los señaló)
cuando ustedes, me estén despidiendo
con el último adiós de este mundo
no me lloren, ¡no me lloren!
Que nadie es eterno
nadie vuelve del sueño profundo.

—¡Qué bobo!  Jua jua jua —gritó Fidel mientras se revolcaba de la risa en su puesto. Pocho, seguía serio y señalándolo continuó.

Sufrirás, ¡lloraras!
Lloraras, mientras te acostumbres a perder.
Después, te resignaras
cuando ya no me vuelvas a ver.
¡Oíste! ¡Cuando ya no me vuelvas a ver!
…Nadie, pero nadie, es eterno en el mundo…

—No se vale, eso es una canción —dijo Fidel riéndose.

—No pues, Darío el Pocho Gómez   —lo bautizó Lucho. Reían desaforadamente con su ingeniosidad, ¡con qué seriedad lo había hecho!

—Tomémonos otro. ¡A tu salud Pocho!  —brindó el Poeta —¡Ah, muchachos! Saben, si no pasan por ustedes, ¡frescos! No hay ningún problema, nos vamos para mi casa, está a sus órdenes.

—Poeta, qué generosidad la tuya.  Mil y mil gracias.  Sino aparecen seguro que te aceptamos la propuesta, ¡no lo dudes! —dijo Pocho poniéndole la mano en el hombro mientras recibía la botella.

Así continuaron charlando sobre poesía y música, compartiendo un amanecer bohemio, lleno también, de graciosos apuntes, terminaron como si fueran amigazos de toda la vida.   Cuando Fabián y Toty llegaron por ellos ya no querían marcharse.  El Poeta fue el show que les regaló la noche, una noche repleta de magia y alegría bajo el cielo estrellado del oriente antioqueño.


 

Relato anterior

Robertico y el malvado gavilán caminero

Referencias

Leir Ascanio coronel. 1 may 2013. “El Brindis del Bohemio”. Recuperado may 2022 de https://youtu.be/v4bBRBwzK7E

Diego Gómez. 29 abr 2014. “El Seminarista de los Ojos Negros”. Recuperado may 2022 de https://youtu.be/I4Ljahbtm68

Poética 2 Punto Cero. 17 feb 2017. “Rima XXI”. Recuperado may 2022 de https://youtu.be/QvELtdEH2bg

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Me gusta disfrutar en familia y con amigos. Me fascina escribir relatos y anécdotas de la vida cotidiana. Soy Ingeniero de Sistemas, crecí en Medellín, viví en Bogotá, Guayaquil y Cali. Gracias por sus lecturas y comentarios.

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