El lema de la cena del reencuentro era Celebremos la vida y la amistad, y se cumplió a cabalidad.  Fue una noche mágica y muy especial. Verles nuevamente me llenó de mucha alegría y regocijo, saber que compartimos tantos gratos momentos en los ochenta, y ahí estábamos de nuevo, felices.

Imagen 1.  Fragmento de la invitación al encuentro Colegio San Juan de Luz. Archivo personal.

Haciendo una retrospectiva, el colegio impactó positivamente mi vida.  Me llenó de sueños y esperanzas al conocer directivas y profesores bondadosos, llenos de conocimiento, tales como el hermano Luis, la hermana Elisa, Helena, Don Arnoldo, Giovanny y tantos otros.  Sin embargo, les confieso, que más que por aprender y ganar el año, iba al colegio por estar con mis compañeros de bachillerato, porque me llenaban de buena vibra, había sonrisas sin importar lo que pasara a nuestro alrededor, compartíamos hasta un confite, éramos importantes para alguien más.  Reíamos por todo, los problemas nos resbalaban, entendimos que si avanzábamos, era porque estábamos juntos, porque formábamos un grupo, mejor dicho, integrábamos una familia.  ¡Hum!  Y cómo olvidar cuando íbamos de visita o a estudiar a sus casas, se imaginan cuántos deliciosos chocolates parveados habremos recibido de sus queridas madres, abuelas o tías, ¡siempre tan atentas con nosotros!

La noche del encuentro fue fantástica.  Cumplimos con la misión, que estaba en un video, y decía al mejor estilo de “Misión Imposible”, “Oye tú, sí tú…Tu misión, si decides aceptarla, es asistir y participar en la gran Cena del Reencuentro 2024 del San Juan de Luz…” ¡Uy! ¡Y de qué manera la cumplimos!  Cómo será, que quedamos antojados de hacer una próxima.

Era sensacional ver entrar a cada uno de los invitados.  El salón quedaba en el segundo piso y las escalas tenían una curva que impedía ver su interior desde abajo.  Al ingresar al sitio, empezábamos a subir sin saber qué nos esperaba.  Al tomar la curva, casi llegando a la segunda planta, lentamente iban apareciendo nuestras cabezas y mirábamos ansiosos a ver a quiénes reconocíamos, o quizás quién nos reconocería.  O lo peor, qué tal que no fuera nuestra reunión, que nos coláramos en un matrimonio o en unos quinces.   O sea, tú sabes, ¡qué oso! Jajaja.

Precisamente, yo ya había llegado y estaba de pie conversando con nuestra querida invitada de honor, la profesora Helena Betancourt, cuando Mario Foronda asomó su cabeza, se detuvo, echó una mirada alrededor.  Alguien gritó:

—¡Quihubo coste! ¿Qué más mijo? —y Mario sonrió, como diciendo —¡Uy!  Sí, ese soy yo, aquí es.

Venía vestido con una camisa blanca de manga larga, perfectamente peinado y de gafas.  Avanzó, en su mano izquierda traía un rollo cubierto por un plástico blanco.  Saludó efusivamente a cada uno de los presentes sin soltar el paquete.  Estrechó mi mano y nos dimos un caluroso abrazo.  Luego acomodó el rollo junto a una silla y siguió conversando animadamente con los demás.

La administradora del local había organizado una mesa lineal, con capacidad para veintiséis personas, realmente no éramos muchos y sobraba espacio en el local.  En una de esas, observé que Mario estaba en la otra esquina de la mesa, sostenía el paquete y me hizo una seña para que me acercara.  Mientras avanzaba pensé:

—Hey, ¿qué será lo que tiene Mario ahí? Parece como una cartulina enrollada. ¡Ah, ya sé!  Debe ser un letrero o una pancarta que dice “Bienvenidos al encuentro del San Juan de Luz”. ¡Qué detallazo! —Lo volví a mirar, ahora sostenía el rollo de manera diagonal hacia arriba —¿O será más bien, uno de esos tubos que en las fiestas hacen explotar y que lanzan serpentinas, confetis y demás? Sí, puede ser eso —yo seguía intrigado, continué hacia él.

Al llegar estrechó de nuevo mi mano y pidió que nos sentáramos en otra mesa que estaba desocupada, ubicada al costado de la mesa principal, junto a una columna, me dijo:

—Vea hombre Gustavo, usted sabe que en mi casa lo recordamos y lo estimamos mucho —lo miré sorprendido, y continuó —mi mamá le envió esto y nos dijo a mis hermanos y a mí, que usted era la persona que lo debía tener —yo seguía sin entender, solo escuchaba lo que me decía y atentamente lo observaba.

—Este es un cuadro que permaneció por muchos años en la sala de mi casa.  Con el tiempo y un par de trasteos el comején hizo de las suyas, acabó con el marco y el bastidor, por eso está enrollado —yo respiraba entrecortado, aún no sabía por qué doña Celina me lo había enviado.  Mario continuó.

 —¿Recuerdas el cuadro de la sala de mi casa? ¿El cuadro que tu papá pintó? —inmediatamente se me vino la imagen a la mente.  Fueron muchas, pero muchas las veces que estuvimos compartiendo en aquella sala; los más asiduos visitantes éramos William Díaz, José Joaquín y yo.  Allí participamos de amañadoras tertulias que además de Mario, contaron con la presencia de Myriam y Oscar, sus hermanos.  Claramente visualicé el cuadro al óleo iluminado y colgado en la pared.  Volví a la realidad y miré a Mario, asentí y se me chocolatearon los ojos.

—Mi mamá nos dijo, si hay una persona que debe tener este cuadro es Gustavo, siempre me ha parecido una buena persona.  ¿Y quién más para tener el recuerdo de su papá? —y me entregó el rollo.  Sentí una emoción inmensa y traté de decir algo, pero no pude, se me había hecho un nudo en la garganta.  Abracé a Mario, al fin pude hablar y le manifesté mi infinita gratitud hacia su familia y especialmente a su mamá.

No quise desenrollar el cuadro allí en la fiesta, pensé que no era el momento propicio.    Al día siguiente, en la casa de mi mamá, saqué el cuadro del envoltorio, sobre la mesa del comedor lo fui desenvolviendo lentamente, mi hermana María me ayudaba, lo miramos y estaba en buenas condiciones, aún tenía algunas puntillas oxidadas por el tiempo y conservaba la firma del autor, mi papá.  Al mostrárselo a mi mamá, no pude contenerme y un par de lágrimas rodaron por mis mejillas.  Era tener un vivo recuerdo de él, acompañándonos, y a la vez, un recuerdo de una familia que me arropó, que me trató bien, siempre sentí que el aprecio había sido mutuo.  A los Foronda Ospina, solo palabras de gratitud.  En cuanto al cuadro, lo volvimos a enrollar con mucho cuidado, sabiendo que yo regresaría a casa, en Cali, en un vuelo que tomaría en unas pocas horas.

Mis queridas amigas, mis apreciados amigos, de verdad que esa noche fue mágica, llena de sorpresas, de risas, alegría, abrazos y de mucho afecto.  Quiero terminar esta historia diciéndoles a quienes nos leen que, parodiando la canción A mis amigos de Alberto Cortez, no me equivoqué al creer que “¡siempre llevamos a los amigos en el alma!”.

Imagen 2. Obra “La leyenda de Popocatépetl e Iztaccíhuatl” autor Gustavo Aguirre Muñoz.  Archivo personal.

 


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Maruja, la mandamás, y el Piper Pimienta

Referencias

A mis amigos de Alberto Cortez.  Yorlyta241186, 12 nov 2006. Tomado en sep. 2024 de https://www.youtube.com/watch?v=fy3N8AKhY5Y

La romántica leyenda del volcán Popocatépetl y el Iztaccíhuatl.  Héctor Rodríguez. National Geographic España. 01 de marzo de 2024. Tomado en sep. 2024 de https://www.nationalgeographic.com.es/fotografia/romantica-leyenda-volcan-popocateptl-iztaccihuatl-mexico_12188