El debate sobre el populismo es un signo distintivo de la época. Con gran imprecisión las calificaciones de “populista” se lanzan a derechas e izquierdas. Por lo general, en tono despectivo. Sin embargo, hay un populismo malo y un populismo bueno.
El populismo malo es demagógico, construye narrativas falsas respecto a las causas de los males por los que pasa un país. «Causas» que por lo general se definen en términos de “culpables”. La culpa la tienen las “élites”, “los judíos”, “los musulmanes”, “los inmigrantes” o cualquier sujeto definible como un “otro”. A la par de estas falsas narrativas se preconizan soluciones sin un adecuado sustento argumental o fáctico, apelando a las emociones, más que a la razón. Generalmente el “pueblo” al que apelan los malos populistas tiene una identidad específica, es un “nosotros” excluyente. Es un pueblo de blancos, o de magiares, o de hindúes, o musulmanes, o seguidores de una determinada ideología o partido político. El líder populista malo goza ejerciendo un liderazgo personalista y carismático. Se mofa de las instituciones y los procesos, no aguanta la separación de los poderes con sus pesos y contrapesos, ni las autonomías y libertades de personas y organizaciones que no le son afines. Su ideal es él en el balcón y el pueblo en la plaza, comunicación directa, sin mediaciones. El líder populista tiene rasgos de iluminado frenético, sólo él representa la voz del pueblo. Dichas preferencias lo llevan gradualmente al autoritarismo, aunque haya sido electo democráticamente en sus inicios.
Estas características que acabamos de mencionar pueden servir para calificar tanto los populismos actuales, como los históricos. Sin embargo, hoy por hoy es preciso agregarle a la lista el manejo de los medios de comunicación y de las redes sociales. El Twitter es una excelente herramienta para un liderazgo personalista sin mediación, reemplaza a la plaza pública y al balcón y le permite al líder esa comunicación directa, por encima de las instituciones. Las cadenas y los trolls alimentan y multiplican los alcances de la demagogia y la incitación al odio, llevando a las sociedades a un peligroso estado de violencia y agresividad. Una demagogia, por demás, con un claro tinte anticientífico y negacionista.
El populismo bueno se entiende mejor si uno se refiere a la oposición pueblo-oligarquía. Es una interpelación a sectores mayoritarios diversos en cuanto a identidades, que no están accediendo a derechos o niveles de bienestar social y económicos básicos. Una falta de acceso que se debe a estructuras económicas, sociales y políticas sesgadas y controladas por una oligarquía. El populismo bueno moviliza a este pueblo diverso para democratizar las estructuras y corregir los sesgos, apelando a estructuras más participativas con igualdad de oportunidades y políticas redistributivas. Su acusación no es demagógica, sino comprobable, en el sentido de poder demostrar cuáles son esos sesgos y estructuras y cómo los mismos generan injusticias para con las mayorías.
El populismo bueno busca reformar el marco institucional para ensanchar el espectro ciudadano, pero no tiene temor a la institucionalidad, ni a someterse a un orden constitucional, con controles y limitaciones. El liderazgo es un elemento movilizador, sin duda, y también usa el carisma y la personalidad para interpelar y crear un sujeto anclado tanto en las emociones como en la razón. Ambos guiados por la narrativa de un “pueblo” con historia y con derechos, por lo general aunado a una nacionalidad, pero sin el cariz xenofóbico. El carácter identitario no deja de existir, pero se apela a él no para sembrar odio, sino para fomentar unión.
Evidentemente, estos son arquetipos, sería difícil encontrar populismos buenos o malos en estado puro. Sin embargo, más que una época de populistas y anti populistas, estamos en una época de populismos encontrados, uno que se decanta por el enervamiento irracional de los impulsos excluyentes con el fin de manipular la voluntad popular, y otro que apela a un pueblo ciudadano y plural para salvar la democracia y profundizar la justicia social.