Foto: Esteban Caballero

No se puede decir si Biden ganó hasta que no se hayan contado todos los votos. Sin embargo, las tendencias que surgieron el miércoles pasado dieron indicios muy claros de que el resultado de las elecciones se encaminaba hacia una victoria del candidato demócrata en los EE. UU. El  complejo sistema electoral, con un sinfín de importantes diferencias de Estado a Estado, no permiten un análisis fácil, pero si Pennsylvania o Arizona y Nevada se definen este jueves el camino a la Casa Blanca esta allanado, en gran parte.

La transición no será fácil y mucho depende de cómo Donald Trump encare su rol y gestión en las próximas semanas, hasta la fecha de toma de posesión. Van a haber varias vallas y tensiones en el camino. En primer lugar, surgirán pedidos de recuento de parte de la campaña del presidente, luego intentarán armar casos legales en contra de ciertos procesos y se esperará que las cortes resuelvan.

El sistema, por lo que uno puede apreciar, es lo suficientemente sólido como para resistir la presión. Los sistemas de cómputo se han desarrollado con normalidad, hay veedores de los partidos e independientes en cada distrito electoral, de manera que todo es bastante comprobable. El sistema de votación por correo ha funcionado, con ciertos aditamentos electrónicos y digitales que son realmente encomiables, como el de recibir un correo electrónico confirmando que tu voto ha sido contado o poder rastrear si tu voto ha sido contado introduciendo tu código en una plataforma. Al mismo tiempo, el sistema de resolución de disputas en el estrado judicial ha demostrado bastante agilidad, con dictámenes que se emiten de manera express. Los Secretarios de Estado de los Estados son, por lo general, funcionarios profesionales y aunque forman parte de gobiernos estaduales republicanos o demócratas, se comportan con llamativa independencia y profesionalismo.

Cuatro años de una “gestión basada en ocurrencias”, como algunos críticos califican la gestión de Trump, no han podido deshacer una estructura institucional que todavía consagra la separación de poderes y la autonomía de determinados órganos de control y regulación. Por otro lado, una carrera civil y un funcionariado profesional, que todavía se guía por la meritocracia y los cánones de la capacidad técnica, tampoco se ha podido cambiar a pesar de los avances y peligrosas reformas que se han impulsado.

Lo que hay que observar es el comportamiento del presidente, quién, desde esa posición, puede todavía ponerle muchas vallas a la transición. Hay que imaginarse escenas que salen en la famosa serie House of Cards para tener una idea de las maquinaciones maquiavélicas que se podrían intentar. Mucho depende de si el bloque en el poder lo acompaña o no. ¿Qué harán sus colaboradores más cercanos? Y, más importante, ¿Qué hará la cúpula del partido republicano, esos senadores que lo han acompañado en sus ocurrencias?

Ya se han notado rupturas y disensos antes de las elecciones, ahora hay que ver el comportamiento de estos después de las elecciones. El inefable Mitch McConnell, quien ha sido reelecto en Kentucky, seguirá al frente del Senado y es una pieza clave. En su lista de incentivos y agenda personales, mantener la mayoría en el Senado es lo más importante para el Partido Republicano ahora, más que mantener la Casa Blanca. Con esa mayoría se aseguran un grado de control de las políticas demócratas por otros dos años, hasta las próximas elecciones de medio término. Por ende, podemos especular que en el caso de una transición que se vuelva caótica por culpa de un presidente errático haya una “conversación” con mayúsculas.

El trabajo de los medios de comunicación es obviamente también un factor de enorme gravitación. Hay que ver si Fox hace un giro y le dice al presidente hasta aquí nomas vamos o si seguirá arengando, sin importar los méritos de la causa. El sin fin de radios y demás órganos que hace tiempo vienen creando esa realidad alternativa, que es parte de la “nueva derecha post-verdad”, también estarán al acecho. El tema es que en este campo la correlación de fuerzas es bastante pareja, los grandes medios, que podríamos llamar “serios”, estarán tras la transición ordenada. Y ahora las redes sociales están empezando a intervenir con más claridad. Nada más ayer varios de los twits del presidente ya llevan advertencias sobre su falsedad.

Serán días intensos hasta el 8 de diciembre, que es cuando se reúne el colegio electoral y declara ganador al candidato con más electores designados, y después de ahí hasta el 21 de enero, la fecha de la inauguración. Es muy probable que el presidente saliente prepare su lista de perdonados y la gente se pregunte sobre la suerte de sus amigos encarcelados, si los sacará o no. También queda en el aire una pregunta que nos planteamos con mucha frecuencia en América Latina, qué pasará con las “irregularidades” que se han venido destapando durante la presidencia de Trump, uso de fondos públicos para provecho privado y demás. Michael Cohen, el exasistente personal de Trump, tenía una fórmula curiosa; que Trump renuncie antes de la inauguración y que Pence lo perdone por todas sus fechorías siendo el presidente interino. Capaz lo consideren como una ocurrencia válida ahora.