En el mes de diciembre, México, Nicaragua y Paraguay celebran el día de la Virgen María. La más conocida es la mítica Virgen de Guadalupe de México. El 12 de diciembre millones de promeseros se avecinan en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe para agradecer sus obras y caridad o para prometerle nuevos inicios. La costumbre se repite con variantes en Colombia en el caso de Nuestra Señora del Rosario, en Chile con Nuestra Señora del Carmen, y así hay una larga procesión de fieles que depositan en la Virgen su fe y sus temores a lo largo y ancho de la geografía latinoamericana. La Virgen, sin duda, ha calado hondo en la religiosidad popular y en la identidad nacional de los países de la región.
En el caso de Paraguay, como en otros países de la región, el día de la Virgen María es un momento en que la iglesia católica se erige en voz de la nación y del pueblo. Las raíces históricas y culturales de la ‘Santa Patrona’ son tan densas y significativas que las homilías dispensadas en esas fechas cargan con una significación muy especial. Es un momento en que la Iglesia Católica hace énfasis en su inextricable relación con la cultura nacional, inigualada por cualquier otra iglesia o congregación en la región, y compite con los discursos e intervenciones de los líderes del Estado el día de la independencia.
El arzobispo Edmundo Valenzuela aprovechó ese escenario para posicionarse en torno a un tema coyuntural que es el del debate del Plan Nacional de la Niñez y la Adolescencia propuesto por el Ministerio de la Niñez y la Adolescencia. Curiosamente, es ese punto en el que el arzobispo se centra, dejando muchos de los temas críticos de lado. Asuntos que probablemente eran aquellos acerca de los cuales los fieles de pie conversaban en su diálogo interior con la Virgen.
El discurso del arzobispo ha de ser reconocible por muchos de los lectores. El mismo narra la existencia de una amenaza a los valores y las instituciones del país. Se trata básicamente de una conspiración cuyos líderes son “los progresistas” y las organizaciones internacionales, en este caso la ONU, la Unión Europea y la OEA. Estos pretenden imponer la “dictadura del relativismo moral” y “una colonización ideológica” en “complicidad con los mismos gobernantes, quienes tienen la obligación moral con los ciudadanos de defender de este ataque ideológico cumpliendo el rol subsidiario del estado en la protección de la vida humana desde la concepción y de la familia. Así como el respeto a los padres como primeros garantes del desarrollo armónico de los niños niñas y adolescentes”. Según esta narrativa, los organismos internacionales quieren “reducir y controlar la población mundial a través de los programas de los diversos ministerios del gobierno aparejada con conceptos ambiguos de enfoque de género y de educación sexual integral”. Finalmente, el arzobispo, arropado con su mitra, su anillo y su cruz pectoral, aseveró con total solemnidad que los paraguayos son “herederos de una cultura cristiana y que se proclama por siempre pro-vida y pro-familia”.
El posicionamiento del arzobispo se debe a que desde hace un tiempo ha venido creciendo la articulación del movimiento “anti ideología de género” con corrientes en los partidos políticos, incluyendo al Partido Colorado en el gobierno, a pesar de que la crítica sea a un plan nacional del gobierno de ese mismo partido. Ya en las elecciones nacionales del 2018, el Partido Colorado se hizo cargo del discurso anti ideología de género. El expresidente Horacio Cartes ha sido un vocero importante en este sentido, y tiene una enorme influencia en el país por su peso político, económico y mediático. Paraguay es quizás el país en el que esta articulación tiene más fuerza y seguramente se mantendrá para las elecciones municipales venideras y las próximas elecciones nacionales.
Que haya articulación entre el discurso de determinada jerarquía de la Iglesia Católica con la política criolla no es nada nuevo, pero lo que sí es preocupante en este maridazgo entre la iglesia y la política es el uso desmedido de la falsedad y las teorías conspirativas. Como ha dicho el analista Luis Bareiro, en la crítica al Plan de la Niñez y la Adolescencia ha habido una virtual satanización de la ministra Teresa Martinez, una funcionaria, abogada y fiscal, más bien técnica, que ha estado comprometida con los derechos de la niñez y ahora es vilipendiada de forma burda.
En la imagen se puede apreciar la portada del diario sensacionalista El Popular, propiedad del expresidente Horacio Cartes, en el que se inserta una foto de la ministra mezclada con titulares totalmente infundados sobre el susodicho Plan, así como otras imágenes que forman parte de la línea editorial del diario.
Tampoco le ha temblado la voz al arzobispo al mencionar el rol “colonizador” de las organizaciones internacionales. Curiosa acusación por parte de una iglesia que pocos podrán negar que algún rol tuvo en la colonización de las Américas. Además, está la absurda acusación de la conspiración para “controlar la población”, que no solamente está totalmente desactualizada, sino que además pasa por alto que los programas de las organizaciones internacionales, por lo general, responden a mandatos aprobados por los mismos Estados nacionales que forman parte de esas organizaciones.
Este refuerzo de la ideología mediante la falsedad y las teorías conspirativas ha sido parte del guion Trumpiano, que ahora está de salida en EE. UU. Gracias a él y a otros se ha venido transformando en un recurso táctico y estratégico de amplia difusión con fines de manipular a audiencias vulnerables que consideran a las voces de los obispos autorizadas y honestas. Dicha manipulación es un recurso de corto plazo que tiene su efectividad, pero que puede muy bien llevarnos a una pesadilla ideológica en el largo plazo. También en EE. UU. han sido electos al Congreso candidatas pertenecientes a QAnon que argumentan la existencia de una conspiración de celebridades de Hollywood y líderes del Partido Demócrata para manipular a la niñez y abrir las puertas a la pedofilia.
En un mundo en el que los canales de información y difusión se han multiplicado asombrosamente y donde cada uno puede crear y vivir en su burbuja de opinión, los liderazgos institucionales tienen una responsabilidad creciente en parar la mentira. El arzobispo no ha hecho gala de esa responsabilidad.