Durante una reciente estadía en el Centro de Estudios Latinoamericanos y Latinos de la American University, en Washington DC., tuve la oportunidad de realizar una corta investigación sobre el discurso político de los candidatos a la presidencia en Sudamérica, durante el ciclo electoral 2017 a 2019. Me concentré en aquellos candidatos que estaban punteros en los distintos países, en algunos casos eran dos, en otros había un tercero que quedó bien posicionado en la primera vuelta, pero no alcanzó a pasar a la segunda ronda. Era el caso de Colombia, donde Sergio Fajardo llegó con un significativo tercer puesto en la primera vuelta.
Debo admitir que el nivel de los debates en el sub-continente no era como para regocijarse, pero entre los contendientes destacaron, desde una perspectiva comparada, los candidatos colombianos. Aunque mi abuelo materno era colombiano, yo no lo soy, ni he vivido nunca en el país. Conozco Colombia a la distancia, siempre con mucho cariño. Aun así quedé bastante impresionado con el nivel de los candidatos e, independientemente de la opinión política de cada uno, me infundieron respeto candidatos como German Vargas Lleras, Humberto de la Calle, el propio Iván Duque y Gustavo Petro. Sergio Fajardo me pareció un tanto demasiado enfocado en iniciativas puntuales y a preguntas sobre propuestas de política pública tendía a responder refiriéndose a programas concretos, en vez de levantar un poco la mirada. Es quizás por eso, que ahora que leo sobre la nueva pelea entre Gustavo Petro y el antioqueño sobre Hidroituango, tiendo a salir en defensa del primero. ¿Por qué lo hago? Veamos.
Entiendo que Gustavo Petro es una figura polarizante y lo amas o lo odias. Sin embargo, su discurso tenía ciertas características que no se encontraban con tanta frecuencia en los otros candidatos en la región. Una de las más llamativas era su tajante ruptura con las industrias fósiles y el compromiso con la transición a una economía verde. Los candidatos de la región, por lo general, se referían a la necesidad de cuidar los impactos ambientales, pero no aludían a un proyecto más de tipo transformador que diese cuenta de una real apuesta por el desarrollo sostenible, como lo hacía Gustavo Petro. Su crítica al modelo de desarrollo colombiano, anclado en la producción de energía basada en fósiles, olvidando hasta cierto punto la producción agrícola, generó muchísimas críticas por ser una postura ilusa, pero si uno la encara como propuesta de largo plazo, Petro, a nuestro parecer, tiene mucha razón. Eventualmente la industria basada en energías fósiles pasará a la historia.
Su dicho de que es más importante el aguacate que el petróleo fue tomada muy literalmente, pero con eso él quería que el modelo de desarrollo nacional mirara más allá de la entrada de divisas generada por las energías fósiles y valorase la posibilidad de aumentar la participación del pequeño productor agrícola, generando fuentes de ingreso y una cierta autosuficiencia alimentaria, en vez de una “venezolanización” del país, que sólo exporta petróleo e importa lo demás. Hoy, en un mundo pos pandemia, ese enfoque de resguardar la producción nacional viene muy al caso. Más aún que para Petro un impuesto progresivo al latifundio improductivo en tierras fértiles podía generar el ingreso para financiar dicha iniciativa.
Por otro lado, Gustavo Petro demostró una lealtad férrea al marco constitucional del país. El haber sido un joven constituyente en 1991 y haber podido participar en la producción del nuevo consenso fundacional de la época le da credenciales para prometer un respeto al marco y los procedimientos institucionales del país, dejando de lado cualquier amenaza de subversión. Además, su compromiso con ese consenso fundacional lo revestía con un llamado a conjugar liderazgos políticos históricos de Colombia, provenientes tanto de la veta liberal como de la conservadora. Se identificaba más que nada con el legado de Gaitán, naturalmente, pero también hacía referencia a Álvaro Gómez Hurtado como un adalid de la institucionalidad y la lucha anticorrupción.
Gran parte de la narrativa de Petro tiene que ver con la lucha contra la corrupción, el cáncer que corroe la institucionalidad latinoamericana. Para él no era cuestión de casos de corrupción, sino de un sistema de corrupción que alimentaba la predominancia de lo que él llama la política tradicional colombiana. El maridazgo entre la industria fósil, el narcotráfico y la clase política tradicional es lo que mantiene a Colombia en el atraso, según Petro. En este punto había gran coincidencia con José Fajardo y, de hecho, nunca sabremos lo que hubiese pasado si se hubiese dado un apoyo de Fajardo a Petro en 2018. No lo hizo para mantener su distancia, pero al mismo tiempo la llamada clase política tradicional siguió manejando el país, quizás, por culpa de ese cálculo fajardiano.