Joseph R. Biden Jr. tiene unos pocos meses para demostrar que está a la altura de las circunstancias. Muchos dudan de que un hombre de 78 años sea el más apropiado para navegar el vendaval que azota a los EE. UU. Sin embargo, su experiencia de vida le ha dado una sabiduría, que se ve bien reflejada en sus reiteradas demostraciones de humildad y compasión. La antítesis del que dejó Washington diciendo que sólo la fuerza puede salvar al país.

Creo que su sabiduria se la dan sus años, pero también las tragedias personales que le han tocado vivir. Su humildad y compasión brotan de la realización que el destino no tiene a quién rendirle cuentas, tal como dijo en su discurso de inauguración. Perder a los hijos no es una tragedia menor. He visto muchos padres y madres que han perdido a sus hijos y el efecto puede ser devastador, quitándole sentido y propósito a la vida para siempre. Sin embargo, en otros, la perdida puede dar fuerza interior, un tipo de resiliencia personal que anula el miedo a cualquier nueva valla que se erija en el camino. Algo parecido a la calma y entereza con la que Biden navegó los últimos meses de la presidencia de Trump. Fue notable que en ningún momento desplegó nerviosismo, sino que mantuvo a su equipo enfocado y dejó que las instituciones funcionen.

Pero esas pérdidas no lo explican todo. No son lo único que ha templado su espíritu. Su historia de tartamudez es también un factor importante. Quien tiene una discapacidad grande o chica sabrá lo que es lidiar con su “diferencia”, cuando los compañeros de colegio se burlan o cuando  durante la adolescencia las relaciones con el sexo opuesto lo ponen a uno en aprietos por esa incapacidad. Son experiencias que lo llevan al individuo a ser mucho más empático respecto a las falencias y debilidades de los otros. Sufrir, estar abajo, lo conecta a uno con la humanidad.

Obviamente, superar las pruebas que te manda el destino no es un asunto con el cual se lidia sólo. Estan esos buenos ángeles que te rodean a la hora de la duda y la tristeza. El padre de Biden hablaba sobre la dignidad del trabajo bien hecho, no importa cual, de cuello blanco de cuello azul. Su madre le decía que no se achicara por la tartamudez, que se ponga y lo enfrente, que lea en voz alta y si posible a los poetas irlandeses. Su esposa Jill le demuestra cariño a cada paso y lleva su vida de educadora a la par de la vida política.

Biden no viene de las élites, viene de una familia trabajadora. No fue a las universidades de Harvard o Yale. Estuvo en Delaware y en Syracuse. Más que “Joseph Biden Jr”, es simplemente “Joe”. Esa característica le permite aproximarse a los otros sin petulancia o tufillo de casta superior. Lo cual es una gran ventaja a la hora de negociar y tratar de convencer a los otros acerca de las bondades de sus propuestas. Podrá poner en juego esas cualidades a la hora de forjar mayorías en el Congreso, y sobre todo en el Senado, donde la humildad no impera. Él está muy consciente de que en el Senado hay partidos, pero sobre todo hay senadores, y que hablar con un Senador demócrata como Joe Manchin, de West Virginia, no es muy distinto a hablar con el Senador republicano Mitch McConnel de Kentucky.

Finalmente, está el espíritu. Joe tiene su relación con Dios, visita la tumba de sus hijos y exesposa. Ahí tiene un diálogo con su conciencia. No levanta la Biblia para sacarse una foto por oportunismo político, sino que lo hace calladamente, como un asunto privado que lo fortalece. Ese momento de introspección, de ahondar en las turbulencias y vericuetos de su vida interior le dan una entereza importante a la hora de tomar decisiones. Es como la práctica de la meditación, que todos deberíamos practicar si realmente queremos cambiar el mundo.

Es con estas características que Joe asumió hoy el mando. Será un hombre muy distinto a muchos de los que lo han antecedido en el cargo. Un liderazgo, diríamos, sazonado, pero no sólo por los años en Washington, que también ayudan después de cuatro años de un outsider incompetente, sino por que es capaz de seguir el consejo de  W.B Yates, el gran poera irlandés, quién decía en uno de sus versos: “piensa como un sabio, pero comunícate en el lenguaje de la gente”.