Aún recordamos, como si fuese ayer, las primeras noticias sobre un nuevo virus. El virus de Wuhan, una ciudad de 11 millones de habitantes que sonaba tan distante de las Américas. A partir de ahí fue creciendo el espectro de una pandemia, hasta que el 12 de marzo las alarmas comenzaron a sonar. De esa fecha en adelante las respuestas nacionales iniciaron un despliegue a veces improvisado y desordenado. El mundo entró en “la gran cuarentena”. En el segundo trimestre de 2020, según estimaciones de la OIT[1], se perdieron en el mundo 550 millones de horas de trabajo, que luego fueron recuperadas en el tercer y cuarto trimestre, pero el saldo final del 2020 es de 255 millones de horas de trabajo perdidas. La región Latinoamericana fue duramente golpeada.
Hoy tenemos la ilusión de poder salir de una de las crisis más críticas que jamás haya experimentado la humanidad. Sin embargo, la salida del túnel es incierta. Tenemos la vacuna y eso nos permite avizorar un retorno a la normalidad, pero la producción y distribución de las vacunas, así como el paso a la vacunación está demostrando ser más problemática de lo esperado. Aparte van apareciendo las nuevas cepas y con ellas el temor de que las vacunas desarrolladas pierdan su efectividad. Organizaciones internacionales, como la OIT y el FMI[2], tienen sus proyecciones optimistas y pesimistas. Según la misma OIT, la pérdida de horas de trabajo en 2021, con relación al último trimestre del 2019, puede ser de 1.3 % si todo va bien o de 4.6 % si las cosas quedan empantanadas.
La crisis no golpeó a todos por igual. Los jóvenes y las mujeres; los trabajadores no especializados, y los informales cuentapropistas fueron más duramente golpeados por la pérdida de horas de trabajo e ingreso. Entre estos, los más afortunados pudieron retener su empleo, pero con reducción de horas, los otros quedaron desempleados y muchos pasaron a la inactividad. Los sectores económicos más afectados fueron aquellos que el FMI caracteriza como “contacto-intensivos”. Restaurantes, transportes aéreo, cultura y entretenimiento y el comercio minorista destacan como los más impactados, y tras ellos se resintieron sectores tales como la construcción y la manufactura. Los servicios financieros y de seguros, la administración pública, la industria de la comunicación y, evidentemente, la industria digital no fueron negativamente afectados en términos de empleo ni ingresos.
Ahora que estamos saliendo de la crisis y vemos esa luz al final del túnel, las recomendaciones están a la orden del día. A diferencia del inicio de la crisis, hoy se cuenta con más experiencia para lidiar con la pandemia. Evidentemente, la dicotomía salud o economía que se sintió a los inicios dio paso a una noción más equilibrada de cómo gerenciar ambos polos del problema. Dejar que una población quede desprotegida ante el virus lleva a un desbordamiento de los servicios de salud y a una creciente sensación de inseguridad que termina por paralizar a los consumidores y a los productores. Es preciso robustecer los servicios de salud y los protocolos de salud pública para que la economía pueda confiar en que la pandemia está controlada. Para ese control existe mayor capacidad para focalizar en industrias, actividades y territorios, así como mayor coherencia en las recomendaciones de distanciamiento social. Lo ideal sería una mayor capacidad de testeo y rastreo, pero sólo algunos países han logrado hacer un buen trabajo en ese campo. La mayoría de ellos en el sudeste asiático.
Las principales recomendaciones de políticas públicas se pueden dividir entre las que son de corto y mediano, y aquellas que tienen alcance estructural y son de largo plazo. El primer grupo no carece de críticos y desavenencias políticas, pero en términos generales conllevan un mayor consenso. La primera es una política de estímulo fiscal. Un ámbito en el que varios países latinoamericanos y caribeños están en desventaja, desafortunadamente. Dicho estímulo pasa por la inversión en infraestructuras para generar empleo, transferencias directas a los ciudadanos más afectados, el robustecimiento de los servicios sociales básicos, sobre todo la salud y mejor protección social. Por suerte, la política monetaria acompaña dicha tendencia. Se nota un sólido consenso respecto a facilitar la financiación, ya que las altas tasas de interés y la inflación se mantienen fuera del escenario macroeconómico. Así mismo, se entiende que la renegociación de deudas soberanas para los países altamente endeudados pase a ser una prioridad. No se espera que esa capacidad de estímulo sea homogénea, pero aún si ocurre sólo en los países avanzados su recuperación tendrá un efecto estimulante para la economía global.
La vertiente más difícil de las propuestas en boga es aquella que reúne los elementos de largo plazo. El paquete de reconstrucción europea se llama Nueva Generación y la propuesta de la nueva administración Biden en EE. UU. tiene por lema “Reconstruir mejor” (“build back better”) . Estas denominaciones apuntan a la idea de que la crisis debe ser concebida como una oportunidad para transitar a una economía verde, con nuevas tecnologías digitales y capacidad de interconexión. Las industrias de energía fósil, las fronteras agropecuarias vinculadas a la deforestación y la minería de alto impacto ambiental están activando sus lobbies y grupos de interés para frenar el ritmo y empuje del cambio.
Sin embargo, el aspecto estructural mencionado va acompañado por dos reflexiones que generan aún mayor tensión. Por un lado, la discusión sobre la desigualdad y, por el otro, la acción multilateral.
La desigualdad ha pasado al frente del análisis de los efectos de la pandemia. Existen datos que nos proporciona el último informe de Oxfam[3] que son realmente impactantes. Le ha tomado sólo nueve meses a las fortunas de los primeros mil billonarios llegar a los niveles de principio de 2020, mientras que para el resto de la población la recuperación puede durar más de una década. En septiembre de 2020 Jeff Bezos le hubiese podido pagar a cada uno de los 876.000 empleados de Amazon un bono de $105.000 y seguiría siendo el hombre más rico del mundo. En el Reino Unido un ejecutivo de una empresa administradora de fondo de inversión gana 1.400 veces más que una enfermera calificada. Si los afrodescendientes del Brasil tuviesen la misma tasa de mortalidad que sus conciudadanos blancos, 9.500 de ellos estarían hoy con vida.
La pandemia vino a enfatizar las desigualdades existentes y se viene la gran tensión política generada por las propuestas que apoyan o critican los méritos de las políticas redistributivas y los impuestos progresivos. Luego de décadas de capitalismo neoliberal se ha visto un traspaso masivo de la carga impositiva de las corporaciones y las fortunas patrimoniales a las familias y los consumidores. El aporte al ingreso tributario de los impuestos corporativo ha disminuido del 2007 al 2017, en un 22 %, mientras que el impuesto al consumo ha aumentado 44 %. Este debate parte de una línea de base muy precaria, pues aún las más tímidas y razonables propuestas de carga tributario-progresiva son calificadas de propuestas socialistas y radicales. El impuesto a las fortunas acordado en Argentina bajo el gobierno de Alberto Fernández aparece como una notable excepción.
Finalmente está el otro punto engorroso que es el de las estrategias multilaterales. La pandemia cayó en el momento menos adecuado para las respuestas internacionalistas y, aunque con la salida de Trump pareciera existir una nueva voluntad multilateral y de cooperación, el término “vacunación nacionalista” ha puesto el dedo en la llaga. Aunque se entiende la reflexión de que en una pandemia estamos hablando de la humanidad y el planeta, en los hechos los liderazgos políticos no pueden evitar la lógica de “mi país primero”. El mecanismo COVAX para el acceso global a la vacuna tarda en arrancar y los países ricos se pelean por el acceso a las primeras tandas de producción. Todo es una carrera contra el tiempo, pues si llegan a surgir nuevas cepas en cualquier parte del mundo, la amenaza de que las vacunas les funcionen les afecta a todos. Un riesgo en cualquier lado es un riesgo para todos.
En un mundo altamente polarizado y de ánimos enardecidos el llamado a la solidaridad suena a ingenuo y ridículo, cuando en realidad es la única solución perdurable. Todas la recomendaciones que se han señalado apuntan en esa dirección, pero nadie podrá hacer abstracción de la muy fuerte y prevaleciente ánimo del “nosotros” exclusivo y excluyente del otro.
[1] Ver OIT “COVID-19 and the world of work. Seventh edition
Updated estimates and analysis”
[2] VerFMI “World Economic Outlook. Update”, Enero 2021
[3] OXFAM, “The inequality virus”, Enero 2021