Una de las características de la democracia es que cada tanto surgen candidatos a la presidencia que vienen de abajo. Dirigentes que surgen de las clases populares, sin títulos universitarios en Estados Unidos o en su propio país. Personas que conocieron la pobreza en primera persona, que hablan y gesticulan como el pueblo. Pedro Castillo es uno de ellos. Maestro de primaria, líder del movimiento magisterial peruano, de Cajamarca, en el norte del país, orgulloso de ser “rondero”, es decir perteneciente a un tipo de organización comunal rural que surgió en la década de los 70 en el Perú.
Los antecedentes de este tipo de liderazgo en nuestra región los encontramos en Lula, dirigente metalúrgico y, quizás, más cercano a Pedro Castillo, Evo Morales, dirigente cocalero boliviano. Sin embargo, la candidatura de Pedro Castillo, aunque de izquierda, ha puesto a las izquierdas en aprietos. La dirigente Verónika Mendoza, del partido Juntos por el Perú, quién representa una de las fuerzas progresistas más reconocidas en el país, ha salido en apoyo a Pedro Castillo, y han firmado un acuerdo político como para concentrar el voto de izquierda o progresista en la segunda vuelta, que tendrá su desenlace este 6 de junio.
El compromiso delineó acuerdos sobre temas muy generales, tales como el combate a la corrupción, la revisión de los contratos con las empresas transnacionales que han invertido en las industrias extractivas y la atención a la emergencia sanitaria causada por la pandemia del covid. Verónika Mendoza ha defendido al candidato y lo ha calificado como una persona “abierta al diálogo” y le ha ofrecido el apoyo técnico y político que se requiera, aunque al poco rato de haber firmado el acuerdo surgieron diferencias en materia de género. En ese trance corto, y que pasó como un detalle en la coyuntura electoral, la congresista electa por el partido de Castillo, “Perú Libre”, Betsy Chavez, hizo una distinción recogida por la prensa entre un posicionamiento de “izquierda popular” versus uno de “izquierda progresista”. Esta última sería la de Juntos por el Perú, que recoge las reivindicaciones del feminismo y el movimiento por la diversidad, y la primera se inscribe dentro de lo podríamos llamar el “populismo de izquierda conservador” de Pedro Castillo, contra el aborto, el matrimonio de personas de un mismo sexo, así como la descalificación del debate sobre identidad de género, como preocupaciones de “minorías”.
Cuando uno analiza los discursos y entrevistas con Pedro Castillo, esa idea de “apertura al diálogo” se vuelve de capital importancia porque el discurso del candidato está literalmente plagado de incongruencias. Este “hijo del pueblo” parece ser un hombre comprometido y verdaderamente libre de corrupción, con el corazón puesto en el destino de su gente, pero en términos de sus potenciales políticas públicas se abre una sensación de salto al vacío. Su idea de una asamblea constituyente al arranque de su período, en la cual él asegura habrá una mayoría de un 60 %, a veces dice 75 %, de representantes de “organizaciones sociales” comprometidas con el pueblo peruano, deja muchísimas incógnitas. ¿Estará pensando en una asamblea constituyente “corporativa” a la que acceden representantes de organizaciones sociales? ¿cuáles, quién diferencia entre las legítimas y las que él llama “cascarones”? Por otro laod, dice que impulsará la creación de esta asamblea mediante un referéndum, pero el comentario es que un referéndum debe ser aprobado por el Congreso, el cual él casi descalifica de entrada. Habla de una composición del Tribunal Constitucional mediante sufragio universal, libre y directo. En un momento dado calificó a tiendas como Saga Falabella de “monopolios”. Durante la campaña prometió que los funcionarios del Estado y los congresistas ganarían un sueldo de maestro de escuela. Los ideólogos del Estado moderno “técnico-burocrático y meritocrático” estarán revolcándose en sus tumbas.
Lo más suave que podemos decir es que al candidato Pedro Castillo, en caso de ganar, le espera una “curva de aprendizaje” muy empinada. Si el mismo no tiene equipo técnico estable, se comprueba que su capacidad de escucha es limitada, sin disposición de diálogo con el Congreso, sin conciencia de las realidades de un mundo interrelacionado y dinámico, este hijo del pueblo va a naufragar en los primeros arrecifes que encuentre. Ha desplegado, sí, una enorme capacidad de organizar y llevar adelante una campaña nacional, y lo ha ayudado el hecho que su persona misma simboliza un cambio de paradigma. El beneficio de la duda queda colgando de un hilo, pero todos sabemos que hacer campaña y gobernar son cosas muy diferentes.Le tocará entrar en las complejidades del debate sobre políticas públicas y el manejo institucional del Estado. Las dudas sobre su capacidad para ello son manifiestas y el votante peruano enfrenta una de las decisiones más difíciles de la historia. Ojalá que puedan tomarla con sabiduría.