No entiendo la algarabía por el compromiso del príncipe Harry y la actriz norteamericana Meghan Markle. Empezando porque es absurdo que a estas alturas todavía se mantenga la monarquía en Inglaterra, vitalicia y hereditaria, además. La noticia ha estado en los titulares de los principales medios internacionales desde la BBC, el New York Times, CNN y de ahí para abajo. ¿Qué diferencia hace? ¿Qué importancia tiene esto en el mundo?
El único mérito del príncipe Harry, el quinto en la sucesión al trono de Inglaterra, es ser rebelde y ser el hijo de la princesa Diana. No ha hecho gran cosa fuera de parrandear. Del papá, el príncipe Carlos, no hablemos, pasará a la historia como el soso que nunca llegó a ser nada porque la mamá no lo dejó.
Meghan Markle, en cambio, tiene una exitosa carrera de actriz, es activista humanitaria y ha participado en misiones en Africa. Se define como una feminista, o sea que es valiente e inteligente, desde mi punto de vista. Es hija de un hombre blanco y una mujer negra, lo que quiere decir que ha tenido que luchar el doble para llegar donde está.
Se hizo conocida por su papel en la serie Suits, que fue lo que la llevó a vivir a Londres y a conocer al príncipe subsecuentemente. Ahora que se comprometió, renunció a la serie. Y es eso lo que me parece grave. Que deje su profesión a un lado por casarse. Con eso perdemos todas, sobre todo las niñas y jóvenes del mundo que la admiran y sueñan con seguir sus pasos y encontrar, o ser encontrada algún día, por un príncipe.
Las mujeres podemos aspirar a mucho más. Es mucho más satisfactorio lograr algo, por pequeño que sea, por nosotras mismas, que ser la mujer de alguien. Tener independencia y poder tomar las decisiones sobre nuestra vida vale más que todos los diamantes del mundo.
Botar por la borda años de esfuerzo para consolidarse profesionalmente por un matrimonio no es precisamente un legado feminista. Las mujeres tenemos que dejar la fantasía de que la meta es encontrar un marido para poder dedicarnos a ser la esposa perfecta y ser felices.
No puedo pensar en una peor pesadilla que estar encerrada en el palacio de Kensington tratando de no encontrarme con la reina Isabel, atendiendo eventos sociales y haciendo acto de presencia en los aburridos festejos de los monarcas de la envejecida Europa. La vida de actriz de Hollywood seguro es mucho más divertida.
Todo el mundo quiere saber del anillo, que si tiene diamantes de la colección de Lady Di, que si lo diseñó el mismísimo Harry, etc. De nuevo, a quién le importa. La noción de príncipe versus plebeya, es absurda a estas alturas.
Que un príncipe de Inglaterra se comprometa con una mujer mulata de 36 años divorciada muestra avances en la retrógrada y decadente realeza europea. Por lo menos hay alguien que se sale de la norma. Pero las princesas no existen en la vida real. Hay que romper con ese mito. La que más pierde con todo esto es Meghan Markle. A Cenicienta no la salva el príncipe. Ella se tiene que salvar sola.