Hace unos años un amigo logró convencerme de que el problema conmigo no era tanto lo que yo decía, sino el «tono» que tenía al hablar. “Es el tono Mati, la forma como dice las cosas”. Y yo me lo creí. A las mujeres nos enseñan a ser sumisas y dóciles desde chiquitas. Nos enseñan a hablar con una voz aguda y a terminar las frases en subida, como si estuviéramos preguntando algo. No suena bien que nosotras digamos cosas con convicción, afirmando como si supiéramos de qué estamos hablando. ¡El uso del afirmativo y el imperativo nos es prohibido a las féminas! No nos suena bien.

Nos tildan de brujas, faltas de macho, histéricas, locas, y la lista sigue. Hay miles de palabras para insultar a las mujeres. Aprendemos desde niñas y sin darnos cuenta, a presentar nuestras ideas y teorías de manera que no ofenda a nadie. Empezamos las frases con palabras como “Tal vez”, “Qué tal si intentamos”, “Yo creo…” Para que el hombre sienta que es él quien aprueba.

Después de esa conversación con mi amigo, estuve ensayando cómo decir las cosas con otro “tono”. Tengo un tono de voz grave y un carácter fuerte, y por eso me he sentido culpable y me he metido en problemas. He sido tildada de “dominante” y “brusca”. Adjetivos muy malos para una mujer. Los hombres dominantes, en cambio, son respetados y admirados. Los bruscos son sexys.

Otra clásica forma de machismo es el famoso “mansplaining”, convertido en verbo por el libro Men Explain Things To Me de Rebeca Solnit. Hay que leerlo. Me ayudó a ver claramente por qué me sentía tan incómoda cuando me hablaban como si no entendiera nada. Antes me daba rabia, ahora me da risa y me voy cuando un hombre empieza a explicarme el mundo como si yo tuviera cinco años. No importa si uno sabe más sobre el tema, el hombre tiene que explicarnos las cosas. Los hombres se sienten con el derecho inherente de darle sentido al mundo y explicárnoslo. Solo por el hecho de ser hombres. Muchas veces nuestro punto de vista ni siquiera importa. No hay diálogo, es un largo y aburrido monólogo en lugar de una conversación.

Incluso hablando con amigos, me doy cuenta de que ellos tienen que tener la última palabra en una discusión. Y adoptan un tono condescendiente “No, tú no entiendes, las cosas son así”. Y no hay manera de que no ganen la discusión. Ellos saben más.

En reuniones de trabajo, frecuentemente los miembros del sexo masculino, que son los que manejan los presupuestos, los que tienen los cargos más altos, también son los que dominan las discusiones y toman las decisiones finales. A las mujeres nos dejan alegar, hablar un rato, pero al final ellos tienen la última palabra.

El machismo se vive en todas partes y de mil maneras. A veces estamos tan acostumbradas que no nos damos cuenta. ¿Cuál es tu historia más reciente de machismo? Compártela aquí.