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No sé si nos damos cuenta de la importancia sin precedentes del movimiento #Metoo #Yotambien. Por primera vez estamos cuestionando los abusos de los jefes con sus subalternas en todas las profesiones, pero más allá de eso, estamos poniendo en tela de juicio los roles, hasta ahora asumidos y aceptados de hombres y mujeres.

Lo que empezó con un artículo del New York Times y otro del New Yorker en octubre del año pasado sobre las víctimas de acoso sexual de Harvey Weinstein, desató un movimiento en las redes sociales en todo el mundo de mujeres de todas las edades y en todas las profesiones.  Miles de mujeres divulgaron públicamente, algunas por primera vez, el acoso sexual del que fueron víctimas en algún momento.

En Estados Unidos, productores, actores, periodistas, políticos, dueños de negocios, algunos de ellos verdaderas leyendas en su profesión, fueron despedidos de su trabajo como consecuencia de las acusaciones. Esto ya de por sí es algo increíble. Durante años las mujeres hemos ido a trabajar a sabiendas de que somos el blanco de ataques sexuales constantes, algunos más directos que otros, algunos más graves que otros, pero sin ninguna repercusión. Hasta ahora, el mandato era “aguántese”, “es así”, “no le pare bolas a eso”. No había escapatoria. Pero ya no más. Lo que estamos diciendo las mujeres es “no más”, “se acabó”.

Pero las cosas no pararon ahí, la discusión se ha amplificado a un terreno con matices mucho más complejos y difíciles de entender.

A estas alturas ya debería estar muy claro para todos que si un jefe viola a su subalterna o si la obliga a tener relaciones sexuales, eso está mal y debe ser castigado. Aunque en Colombia no se cumplan las leyes y a las mujeres les de miedo por su seguridad y la de su familia acusar al jefe que las violó, como es el caso de Claudia Morales. Pero eso es tema para otro blog.

La discusión ahora es hasta dónde tiene derecho un hombre de pedirlo, hasta dónde está permitido insistir. Qué derechos siente el hombre que tiene sobre la mujer en todo tipo de relación, desde jefe-subalterna, compañeros de trabajo, primera cita, novios, esposos, etc. Esto parece que tiene muy confundidos a muchos. Y creo que el problema de raíz es que hasta ahora, nos hemos creído el cuento de que solo el hombre tiene derecho a su sexualidad y que la mujer está ahí precisamente para eso, para complacer sus deseos.

Una mujer buena y honorable debe ser casta y sumisa. Si su hombre le pide algo, ella lo debe obedecer pensando siempre en él, no en ella misma. No está bien visto que la mujer tome la iniciativa, ni que exprese abiertamente su sexualidad. La pueden tachar de mujer fácil. Entonces, tiene que jugar a hacerse la difícil y el hombre tiene que jugar el rol de macho, invitarla a salir, pedírselo e insistir. Si la mujer lo afloja muy rápido, él va a pensar que es una “cualquiera”.

Ese es el juego que tiene que parar. Tenemos que aprender a ver a las mujeres como seres humanos con deseos sexuales, con derecho a iniciar el sexo, igual que los hombres. Eso además aliviaría la presión que tienen los hombres de pedirle el teléfono, invitarla a salir, hacer toda la producción para hacerle la corte. Deberíamos llegar a un punto donde la mujer pueda invitar al hombre a salir y proponer tener relaciones sexuales sin que sea juzgada de “mujer fácil”. En algunos países europeos las cosas están yendo en esa dirección.

Mientras llegamos a eso, y en Colombia falta mucho, pregunten señores. No den por hecho que a la mujer le gusta que le insistan una y mil veces. Pregunten una vez, si la respuesta es no, o si no hay una respuesta clara de afirmación, quiere decir que los avances, invitaciones, toqueteadas, no son bienvenidos. Y otra cosa, las mujeres no vinimos a este mundo a complacer los deseos del hombre. Vinimos a vivir nuestra vida como nos parezca.

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