Estoy en guerra contra mi cuerpo desde antes de la adolescencia. Siempre he querido tener un cuerpo diferente. He querido ser más flaca, más alta, más esbelta, menos curvilínea, tener menos busto, etc. hasta el infinito. La lista de “mejoras” no tiene fin. El ideal del cuerpo femenino cuando yo era adolescente era el de Jane Fonda. Yo soñaba con tener las caderas menos anchas, verme un poco más como ella.
Tiempo después, JaneFonda confesó que durante años sufrió de desórdenes alimenticios. Se castigaba para verse más flaca. Ella, igual que yo, igual que miles de mujeres, estaba en guerra contra su cuerpo. Crecemos pensando que hay un tipo de cuerpo al que todas debemos aspirar. Hacemos todo lo posible por transformar nuestro cuerpo cueste lo que cueste. No importa si eso requiere morirnos de hambre, hacer ejercicios hasta desfallecer, o ir al quirófano. Cualquier sacrificio es válido para obtener ese cuerpazo de revista.
No importa lo que diga la balanza, uno siempre quiere adelgazar más. Por flacas que estemos siempre nos sobran unas libras, o nos falta tener más nalgas, o queremos hacer desaparecer unos rollos en la barriga. Encontramos miles de razones para odiar nuestro cuerpo, nuestras “imperfecciones”.
Crecemos pensando que hay un tipo de cuerpo al que todas debemos aspirar. Hacemos todo lo posible por transformar nuestro cuerpo cueste lo que cueste»
No es raro hablar entre nosotras de la dieta que estamos haciendo, vamos a hacer, o acabamos de terminar, del último gimnasio o ejercicio, de las cremas para la celulitis, de los tratamientos para “quemar” grasa. Es una obsesión. Transformar nuestro cuerpo es nuestra misión.
De lo que no nos damos cuenta, es de que es una trampa. No hay medidas perfectas. No hay cuerpos ideales. Ser más flacas o tener una talla de sostén más grande no nos va a hacer felices. Hay toda una industria que vive de meternos esos cuentos en la cabeza. En realidad son varias industrias: los centros estéticos, los cirujanos plásticos, los gimnasios, las dietas para bajar de peso, entre otros.
No nos damos cuenta de que en el fondo toda esa cultura que le da tanta importancia al cuerpo de la mujer, en realidad nos está diciendo que somos un objeto que puede moldearse. Al dedicarle tanto tiempo y energía a cambiar nuestro cuerpo, nos olvidamos de todo lo demás. Nos dejamos objetivizar, nos olvidamos que valemos por lo que somos. Al buscar un determinado tipo de cuerpo, le damos la espalda al nuestro y entramos en una batalla que está perdida antes de empezar. Odiar nuestro cuerpo y tratar de transformarlo sólo nos hará más infelices.