Estoy muda desde hace meses. No he logrado poner en palabras esta maraña de emociones, miedos, inseguridades, desazón, rabia, frustración, incredulidad desde que empezó la cuarentena. La pandemia cambió todo, o tal vez no.
No es que el mundo haya cambiado, sigue siendo el mismo, pero peor. Más muertos, más pobreza, más caos, más desigualdad. El coronavirus no solo afecta desproporcionadamente a las minorías y a los pobres, sino también a las mujeres.
En todo el mundo el número de mujeres asesinadas por sus parejas va en aumento desde que empezó el confinamiento. Leo las noticias desde mi casa con horror e impotencia. La vulnerabilidad de la mujer en una crisis mundial de estas proporciones me deja sin aliento. Lo único que tengo como arma de combate son palabras. ¿Servirán de algo?
Hoy leí algo en Facebook que describe lo que pensé que sabía y que he tenido que reaprender en las últimas semanas:
Nadie te va a salvar
Sal de esa torre
Abre esa ventana
Mata al dragón
Despierta sin un beso
Quítate ese vestido cursi
Manda al sapo a la mierda
Y dile al lobo que quien manda aquí eres tú
En esas estoy. Con las manos en el timón, sin rumbo fijo, destino incierto, pero hacia adelante.