Lo voy a matar, no tanto porque piense distinto, sino para que sepan de mí. Lo mataré de la manera más medieval: frente a su familia, arrastrando a los suyos, y quemando todo lo que usted es. Después de esto, nada de lo que usted haya tocado quedará intacto, porque para matarlo, lo señalaré como corrupto, asesino y violador.
Lo ajusticiaré públicamente, sin necesidad de pruebas, y muchos me verán bailar sobre su nombre y el de su familia. Y quienes presencien su muerte les contarán a otros, y esos me seguirán, para amarme o para odiarme, pero me oirán y así mi voz será más fuerte, más poderosa que cualquiera, y podré matar a otros más, diciéndoles que son corruptos, asesinos y violadores.
Lo voy a acabar a usted y a los suyos quienes, desde luego, al comienzo apoyarán su indignación y lo abrazarán ante la muerte. Sin embargo, al pasar de los días usted los descubrirá mirándolo furtivamente, como dudando, preguntándose si algo de corrupto, asesino y violador tendrá. Entonces, usted les preguntará si todo está bien, y ellos contestarán mecánicamente, simulando una sonrisa compasiva, que sí, que nada ha cambiado. Pero usted sabrá, por dentro, que la mesa de su comedor nunca será la misma, porque ellos le culparán de que yo lo haya matado y con esta muerte, sus nombres estén emparentados con las pestes de la corrupción, los asesinatos y las violaciones. Usted sabrá que los suyos resentirán el aislamiento, el silencio de los amigos, y el miedo a salir a la calle.
Pero usted no se va a quedar así. Se indignará y me matará: me dirá corrupto, asesino y violador. Sus seguidores aumentarán, para amarlo o para odiarlo, y harán eco de sus palabras. Les unirá la rabia, la furia que llevarán a sus casas, donde se entregarán desenfrenadamente no sólo a matarme, sino ahora a matarse con quienes me sigan. Y la voz de la batalla correrá como la sangre, y poco a poco tendremos más seguidores, que griten “¡Corruptos! ¡Asesinos! ¡Violadores!”, y la orgía de muerte nos dará más seguidores, y nuestras voces se harán más poderosas para alentar el grito de guerra.
Como generales, que se han retirado del frente de batalla, veremos la refriega desde la punta de la colina, a donde llegará el estruendo de las palabras (“¡Corruptos! ¡Asesinos! ¡Violadores!”), y podremos dirigir en la distancia a nuestros seguidores quienes se enfrentarán contra sus propios hermanos, ignorantes de que el combate sólo nos hará más fuertes para poder matar a otros.
Así, yo lo mataré a usted, y usted me matará a mí, para que nos oigan, para tener más seguidores que se maten entre ellos en una guerra que no tendrá fin, porque no nos interesa que termine, ya que sin ella, no seríamos nadie.