Recientemente Juan Manuel Santos como presidente ha recibido una oleada de respaldos de la comunidad internacional. La más reciente fue la vista en la XXV cumbre iberoamericana en Cartagena de Indias, donde la búsqueda de la paz de Colombia fue tema de conversación y también el dueño del ahora nobel de paz.

Basta con recordar la firma del famoso acuerdo de paz, donde 15 presidentes, 27 cancilleres y 10 miembros de organismos internacionales llegaron también a la arenosa a acompañar al presidente de los colombianos. Y qué decir del premio nobel de paz donde reconocieron su valentía y esfuerzo por buscar espacios para detener 52 años de conflicto armado con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia – FARC y no hay que dejar por fuera la visita que inició desde ayer por  parte del mandatario y su esposa como invitados de honor de la reina Isabel II en Reino Unido. Sin duda un hecho sin precedentes, ya que Santos se convierte en el primer presidente colombiano en tener esta visita de Estado.

Pero más allá de los bombos y platillos, ¿en su casa, en Colombia, quién es Juan Manuel Santos? Una pregunta con respuestas que en nada se parecen con la popularidad de la que es privilegiado el mandatario en gran parte del mundo. El actual presidente de los colombianos ha sido un hombre muy polémico y señalado por el pueblo por sus actos y  precipitados comentarios ante los medios con frases como “el tal paro agrario no existe” o “el presidente tiene la facultad de redactar la pregunta que se le dé la gana” por citar algunas.

Pero también la polémica la ha recibido por culpa de querer sacar adelante lo que se propone de veloz manera, como por ejemplo buscar refrendar los acuerdos de paz con las FARC en semanas, dar menos de dos meses al senado para discutir la tan sonada reforma tributaria o decir que de diciembre de este año no pasa que el acuerdo de paz con las FARC quede firmado. Por esto, muchos lo han considerado un gobierno de afanes y de decisiones poco elaboradas.

Así las cosas, el pueblo constantemente ha señalado al hombre que ocupa el título de jefe de Estado, no solo por sus decisiones, sino también por la manera de romper sus promesas de campaña, como llegar a decir «Le puedo firmar sobre piedra o mármol, si es necesario, que no voy a incrementar las tarifas de los impuestos durante mi Gobierno» y luego de esto ver un país que lleva 3 reformas tributarias en los últimos 6 años. Pues esto y otros “regalitos” el pueblo se los ha cobrado criticando la poca amigable gestión del mandatario a favor del pueblo.

Parte de ello lo reflejan las encuestas de popularidad, por ejemplo Yanhaas Poll para mediados de octubre de este año reveló la baja de Santos luego de un pequeño repunte, a pesar de haber obtenido el premio nobel de paz, pasando del 36% al 34%. Pero no es la única, en la encuesta publicada por Gallup Colombia un mes antes reveló que el presidente alcanzó un 29% de aprobación en su gestión frente a un 66% de desaprobación. ¡Increíble!

Estas cifras solo hacen reflexionar en aquella frase dicha por Jesucristo hace varios siglos: “ningún profeta es bien recibido en su propia tierra”. Juan Manuel Santos puede ser profeta en otras naciones, pero en Colombia, su tierra, el pueblo considera que lleva el país por mal camino y lo consideran uno de los peores gobernantes de los últimos años. Lo cierto es que para bien o para mal el mandatario siempre le ha apostado duro a sus relaciones internacionales, y le han resultado. Sin embargo no debe pasar por alto donde gobierna y qué reclamos el pueblo le hace para que “agache” la oreja y no se deje nublar el horizonte con invitaciones lujosas y viajes costosos.

Vivir la realidad de su pueblo y con su pueblo es necesario, no olvidando que finalmente la casa es la que verdaderamente conoce a los suyos por más que las vanidades extranjeras muestren otros encantos. Ojalá que el internacional Juan Manuel Santos a su regreso de visitar a Isabel II, de ir a reclamar su premio nobel a Oslo y de irse a hablar con el Papa Francisco tenga un tiempo para recapacitar en el país que gobierna y que pronto deberá entregar, porque ese país es quien finalmente le dio su voto de confianza y no ha tenido las respuestas que esperaba.

Mientras tanto, hay que decirlo: No es profeta en su propia tierra.