Bogotá se inundó de motos. La Secretaría de Movilidad dice que existen cerca de 450.000 motos, una por cada cuatro carros particulares y nueve por cada taxi autorizado. La carrera 30, la calle 26, la avenida Boyacá, la autopista Norte y en general toda la ciudad es testigo día a día del tránsito de estos vehículos que, entre otras cosas, le han facilitado el transporte a más de uno, pero sin embargo también ha generado dolores de cabeza a otros.
En temas de salud, particularmente hay que decir que el solo hecho de subirse a uno de estos vehículos ya hace que se incremente en cuatro veces el riesgo de presentar algún tipo de accidente. Entre 2003 y 2015 en la ciudad la Policía de Tránsito reportó 62.547 accidentes de tránsito, de los cuales en el 23,5 por ciento una moto estuvo involucrada, así mismo, el 25 por ciento de quienes murieron en accidente vial son conductores de estos vehículos y de la cifra total los heridos conforman un 27 por ciento. Mejor dicho, a más motos, mayor número de accidentados.
¿Pero cuál es la causa de tantas cifras? Las principales causas que se evidencian en la traza de situaciones tienen que ver con el estado de la malla vial que en Bogotá a nivel general ha tenido una pobre intervención por parte del gobierno local y también la imprudencia de estos vehículos. Nada más en abril de 2016 la Policía de Tránsito reportó 35.000 comparendos a motociclistas por temas como incumplimiento en las normas de tránsito y el conducir haciendo uso de maniobras peligrosas que le ha costado la vida tanto a conductores como parrilleros.
Es claro que el tema siempre ha sido polémico, no solo por las cifras de accidentalidad, sino porque a pesar de estas, el número de motos sigue aumentando. Cada día es mayor el volumen de personas que ven en estos vehículos la posibilidad ir a sus trabajos y hacer sus diligencias personales, no solo para no tener que soportar los también polémicos trancones de Bogotá, sino porque a la hora de adquirirlos son más económicos en comparación a un automóvil, el valor del combustible es más cómodo y hay que sumar el beneficio que tienen a la hora de pasar un peaje, pues ellas no pagan.
Esta adquisición no está mal. Ni más faltaba. Lo que está mal es que continúe el crecimiento descontrolado en una ciudad como Bogotá, donde este tipo de vehículos se ha convertido en la salida de emergencia para muchos por el pésimo servicio que se percibe en el sistema de transporte, además de sus altos costo por pasaje y sumado a ello las pocas alternativas viales para transitar en caso de poder acceder a un automóvil, pues incrementa el colapso diario de las principales vías.
Recientemente, el Banco de Desarrollo de América Latina (CAF) en su informe “La motocicleta en América Latina” resalto algo interesante frente al tema, al mencionar que los alcaldes deben desestimular el uso de las motos con la implementación de un sistema intermodal y sostenible de transporte público que sea de calidad y los disuada de conducir o comprar vehículo. Algo que suena lógico, sino se tuviera de por medio la corrupción, que por cierto es responsable en Bogotá del retraso de obras públicas y el tan anhelado metro que pudiera dar un respiro en la disminución de temas como la accidentalidad en motocicletas.
El panorama actual para la ciudad no es el más alentador en tema de motos. Poco se podría esperar de una reducción en cifras nefastas. Más aun, cuando a la comunidad de motociclistas se le ha dejado solo con medidas preventivas básicas, es decir recomendaciones basadas en el uso del casco, mantener encendida la luz frontal, respetar la señal de pare, el no adelantar vehículos, no desobedecer el semáforo cuando está en rojo o mantener precaución en el desplazamiento en zonas escolares por mencionar algunos; que, aunque son necesarios porque permiten precisamente la prevención a la hora de transportarse, no son suficientes porque en realidad el aumento de motos lo que exige son políticas precisas que promuevan otras alternativas de movilidad para el ciudadano y por el contrario permita reducir la compra de estos vehículos y por ende los riesgos de perdida en la integridad física y entornos saludables para el que conduce como para que no lo hace.
Es que pareciera que no pasara nada. Que fuera un tema al que la administración local le diera la espalda. Lo único que se escuchó en 2016 por parte del secretario de movilidad fue la campaña “Abril, mes de la prevención y la seguridad vial para motociclistas en Bogotá” y ¿qué paso en mayo, junio, julio, agosto, septiembre, octubre, noviembre y diciembre?
Bogotá desde administraciones anteriores, se ha pronunciado al igual frente al terma, se ha llegado a proponer inclusive el pico y placa para motos, sin embargo, se ha visto como algo polémico porque algunos afirman que daría pie para que propietarios accedieran a otra motocicleta para turnarla según los días de restricción y la disminución sería en vano. Sin embargo, es una alternativa. Es una opción en medio de este caos de muerte y accidentalidad, siendo una especie de salida de emergencia. No queriendo decir que sea el remedio, pero si la alternativa transitoria que permita minimizar el riesgo no solo para quienes conducen una moto, sino para quienes son parrilleros y también para todos aquellos que comparten la vía.
P.D. ¿Bogotá mejor para todos? ¿A alguien le importan las motos en Bogotá?
Ya veremos qué pasa con este tema en 2017