Colombia, el país donde prácticamente ya es costumbre que existan situaciones que resulten ser totalmente contrarias a lo que se espera como tener un fiscal anticorrupción corrupto, un secretario de seguridad con nexos con las bacrim o un funcionario que pasa de fiscalizador a paciente en el llamado “embellecimiento ilícito” ahora es el país donde tendremos beatos producto de la violencia que durante años hemos padecido. Algo particular.

Particular, pero no tan atípico aunque así suene. Inclusive decir que hoy son más los perseguidos por causa de la fe a comparación de los perseguidos en los primeros siglos del cristianismo no es una locura. Hoy existe un total de 215 millones de cristianos en el mundo que sufren persecución según lo dio a conocer la organización Puertas Abiertas a comienzos de este año, donde Colombia ocupa la posición número 50, muy por debajo de Corea del Norte, Somalia, Afganistán, Pakistán, Sudán, Siria, Irak, Irán, Yemen y Eritrea.

¿Pero son igual de perseguidos los corruptos en Colombia como los cristianos? ¿Reciben castigos de la magnitud de los mártires del conflicto colombiano como el padre Ramos y el obispo Jaramillo  que beatificará el Papa? La respuesta la dio el presidente Juan Manuel Santos con datos del estudio del Observatorio Anticorrupción de la Presidencia de la república: “el 50 % de los condenados por delitos de corrupción no pagan un solo día de cárcel”, “el 25 % reciben el beneficio de casa por cárcel, y el 25 % restante que va a la cárcel solo permanece recluido unos 22 meses”. Tal parece que en Colombia existe una reacción más natural para los que cometen hechos inconcebibles que para quienes tienen razones de fe para cumplir con un deber religioso porque en últimas resultan perdiendo la vida violentamente por temas políticos en el marco del conflicto.

Colombia es una patria de beatos y corruptos adorados por un pueblo sin memoria.

¿Y los seguidores? Entre beatos y corruptos existe una relación indirectamente proporcional. Por un lado unos hombres de buena fe a quienes pocos creen y luego de ser perseguidos, insultados, encarcelados y hasta crucificados como Jesucristo se convierten en testimonio al ofrecer sus vidas y por sus milagros ganan tantos adeptos como velas encendidas. Cosa contraria con los corruptos, hombres de mala fe, con la concepción centrada en el interés personal a quienes en Colombia se les idolatra sin necesidad de hacer milagros, muchos les creen y hasta los adoptan en sus bancadas, pero cuando “se dejan pescar” nadie los conoce. Sus partidos políticos los niegan como hizo Pedro con Cristo, inclusive los niegan más de tres veces. Quedan solos, pierden adeptos y las únicas velas que les encienden es para rogarles que devuelvan lo que se robaron.

Y es que en este país, donde la lista más sonada de corrupción con el caso El Guavio, Foncolpuertos, Interbolsa, el carrusel de la contratación en Bogotá, el caso Saludcoop, el escándalo Fidupetrol y Odebrecht por mencionar algunos han generado todo un alud que hasta medios de comunicación nacionales les dedican especiales ¿y los mártires? Ha dicho el Papa Francisco: “para los medios de comunicación los mártires no lo dicen porque no hace noticia”. Es tanto el olvido, que solo se habla de ellos en Colombia porque el santo padre aprobó un decreto reconociendo el “martirio” de los sacerdotes colombianos Jesús Emilio Jaramillo Monsalve y Pedro María Ramírez Ramos, dejando con esta beatificación un mensaje para que el país traiga al centro a las víctimas de la violencia.

En buena hora se resalta la labor de sacerdotes que entregan la vida por su fe y de la iglesia católica en Colombia a quienes el conflicto armado también les tocó vivir. Buenas nuevas para una Colombia donde los creyentes ya cuentan con una santa (madre Laura Montoya) y nueve beatos, a diferencia de los ladrones de cuello blanco que en vez de sumarle a la nación le restan, porque según el contralor general, Edgardo Maya Villazón, el desangre de la corrupción puede llegar a costarnos $50 billones al año.

Sin duda un país entre beatos y corruptos, entre blanco y negro, entre los que suman y los que restan, entre buenos y malos, entre súper humanos y cloacas. Colombia es una patria de beatos y corruptos adorados por un pueblo sin memoria.