En el antiguo testamento, la biblia presenta –entre otras- la historia de Moisés, un hombre con la misión de libertar al pueblo de Dios por encima de los preceptos y caprichos de un faraón que provocó, presenció e hizo caso omiso a diez plagas, como la conversión de aguas en sangre, la terrible peste sobre el ganado o la muerte de los primogénitos en Egipto (por citar algunas).
Un faraón con la terquedad y la premisa de tenerlo todo bajo control con ideales de grandeza haciendo caso omiso a cualquier llamado para el bienestar del pueblo, a pesar de que su función era prácticamente la del pastor que dirige al ganado con su cayado, considerándose casi que un ser divino con trono, cetro y corona.
Cosa parecida a Colombia, donde una plaga llamada asbesto inunda el territorio y los faraones se hacen ciegos, sordos y mudos. El que tiene ojos para leer que lea y el que tiene boca para hablar que lo diga: el asbesto produce más de cinco tipos de enfermedades, genera la muerte de más de 320 personas al año en el país y es omnipresente, porque existen más de 300 productos con este mineral que se comercializan en Colombia. Muy a pesar de estar prohibido en más de 55 países, en Colombia el asbesto es una realidad, es una plaga.
Una plaga que cumple con todas las definiciones que hace el diccionario de la real academia de la lengua española: genera calamidad grande que aflige a un pueblo, causa daño grave o enfermedad que sobreviene a alguien, es un infortunio y es la abundancia de algo nocivo. Una plaga prácticamente en las narices de faraones como Alejandro Gaviria, ministro de salud, que han considerado que “los riesgos en la salud del tipo de asbesto que utiliza Colombia no son certeros, y que no hay evidencia definitiva que pruebe que es malo para la salud” muy a pesar de los conceptos de la ciencia y de organizaciones como la Organización Mundial de la Salud para quienes el agente es considerado cancerígeno.
¿Ciertamente la aflicción del pueblo y su clamor a causa de esta plaga opresora tendrá algún día la victoria que tuvo el pueblo de Israel?
Es que en el congreso de la república varios “Moisés” han tocado la puerta desde el 2007 para buscar un país libre del asbesto por medio de la prohibición inclusive con promotores del movimiento “Colombia sin Asbesto”, sin embargo, el lobby de otros faraones como las empresas cuya actividad económica depende del mineral, el gobierno, ministros involucrados, vigorosas asociaciones gremiales y poderosos abogados que han considerado la prohibición “inconstitucional” han hecho que los proyectos sean archivados, retirados o que no pasen a debate haciendo ver que los esfuerzos son inútiles al mantener el asbesto como materia prima que cobra victimas mortales como Ana Cecilia Niño que falleció en enero de este año o Israel Bello con fallecimiento en febrero, Isbelia Buitrago con muerte en el mes de Junio o los recientes casos de María Teresa Riaño y Numael Rodríguez, victimas del pasado mes de Julio.
¿Qué hay detrás de los faraones de provocar, presenciar y hacer caso omiso a esta plaga tan evidente?, ¿Cuánto interés de trono, cetro y corona?, ¿Hasta cuándo faraones con el ideal de tenerlo todo bajo control con delirios de poder haciendo caso omiso a cualquier llamado sobre esta plaga?
Según datos de Greenpeace, Dinamarca prohibió el asbesto el 1972, Suecia en 1986, Francia en 1996, Irlanda hace 17 años, es decir para el año 2000 y Argentina en 2001 y ¿Colombia? ¿Para cuándo?
Mal harían los faraones tibios en sus argumentos y con carencia en sus determinaciones seguir defendiendo lo indefendible, ya que el asbesto es una plaga cuya exposición está trascendiendo en la salud de los trabajadores que lo manipulan a diario y es un problema de salud pública. ¿Qué otro argumento mayor que este?
No cabe ni siquiera el control o la limitación de esta plaga, porque ante la evidencia científica de sus efectos cancerígenos, buscar cero exposiciones es prácticamente ridículo, luego la alternativa clara es iniciar su prohibición, librar al pueblo y sacarlos a la tierra con aíre bueno, limpio. A la tierra que finalmente buscaba Moisés, la tierra que fluye leche y miel.