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El siguiente es el caso de Roberto Saldarriaga, un “hombre máquina”. Como empleado de una multinacional china de telecomunicaciones, su labor se encuentra circunscrita a escribir líneas de código en una consola de cómputo ubicada en un cuarto de 20 metros de largo por 15 metros de ancho. En la sala mencionada, la compañía aloja servidores (máquinas cuya función es almacenar los datos de su clientela) a una temperatura no superior a 10ºC. Cada mañana, Saldarriaga se levanta a las 4:00 a.m., toma una ducha fría de 5 minutos, viste ropajes gruesos, desayuna un famélico plato de hojuelas de maíz y emprende camino hacia aquel “sepulcro ártico”, como lo han bautizado los trabajadores de la empresa.
Cada veinte o treinta minutos, un error es detectado por el sistema. Roberto soluciona el inconveniente con uno de cinco procedimientos estándar. Han transcurrido dos años desde su primer día, y la dinámica de su trabajo ha permanecido inalterada. La linealidad de su oficio le ha permitido prever casi cualquier escenario y anular la posibilidad de sorpresa. “Pocos compañeros conocen mi nombre, para algunos, incluso soy un simple número“, añade Saldarriaga.
Dinámicas laborales como la de Roberto se replican en numerosos campos profesionales, permeados por la devoción a la producción de bienes en volumen. Nos hemos transformado en la sociedad de las cifras. Empero, no se trata de una realidad reciente. Ya advertía Chaplin nuestro presente en Tiempos Modernos (1936), cuando era engullido por los engranajes de una planta de producción, desesperado por el frenesí de la incesante repetición sin tregua. Un lustro después, Charlot enunció, vehemente, en la escena final de El Gran Dictador (1941): “Hemos progresado muy deprisa, pero nos hemos encarcelado a nosotros mismos. El maquinismo, que crea abundancia, nos deja en la necesidad. Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos. Nuestra inteligencia, duros y secos. Pensamos demasiado, sentimos muy poco“.
La distopía planteada por George Orwell en 1984, y escenificada por Apple en su reconocido
spot publicitario emitido durante el Super Bowl, ha trascendido el ámbito de las más pesimistas ficciones para convertirse en una incipiente realidad: somos presa de un sistema deshumanizado, vigilante, opresivo, trasgresor de nuestra conciencia, bombardeada por la publicidad, envenenada por el materialismo y la necesidad impuesta de consumo.
La concepción del trabajo como una línea de ensamblaje, sometido a una rutina operativa contraviene los idearios de felicidad de los hombres. No es natural a los individuos conformarse con la mecanización diaria de las acciones. El contrato laboral constituye una relación de amor, construida con base en el compromiso, la confianza y una promesa implícita de renovación y aprendizaje permanentes. La retribución por nuestros oficios no se ha de restringir al dinero; también debe fungir como plataforma de crecimiento.
La sociedad aqueja de vacíos en sus vidas, de felicidad esquiva. ¿Cómo pensamos encontrar la felicidad en un sistema organizado como una línea de ensamblaje? Expreso un reclamo no sólo a las empresas que manejan a sus empleados como máquinas, sino también a las personas que se conforman con sus trabajos deshumanizados, sin elevar su voz y propugnar el cambio. Algunos aluden a la necesidad como su atadura a tales trabajos, sin embargo, vale cuestionarse ¿es una necesidad real o un indicador de conformismo y resignación?
Cuán efímeros e intrascendentes son nuestros andares por la cotidianidad laboral cuando nuestro valor como individuos se esfuma y nos convertimos en piezas de una línea de ensamblaje.
El capitalismo salvaje, sustentado en la dinámica del libre cambio, transformó el paisaje de los oficios humanos. La posibilidad de ejercer un consumo desmesurado obra como motivador central de nuestras acciones. En consecuencia, la fabricación en serie, en conjunto con los cargos operativos, diseñados para satisfacer una alta demanda, han adquirido creciente protagonismo en el mercado laboral.
¿Alguna vez han trabajado en una empresa que los haga sentir como parte de una línea de ensamblaje? ¿Cómo fue la experiencia?
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muy cliché; muy vacío, muy tonto
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Aquí algunos foristas aconsejan que la solución es tomar la decisión individual de no dejarse convertir en máquina. El problema es precisamente que muchos individuos no puden lierarse de tal situación porque no tienen otra opción. Pero claro nos venden la idea de que somo individuos libres de vivir done queramosy de hacer lo que nos guste. Je je 🙂
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Los trabajos operativos son finalmente reemplazados por máquinas de las que se quejan luego porque les quitan su trabajo repetitivo.
Que lamentable lo que escribe Leonardo. Si trabaja solo para esperar ir a casa, renuncie o empiece a buscar algo que lo llene. Si solo lo llena tomar cerveza, ver futbol y cambiar pañales, le cuento que el cerebro da para más. Mucha gente se limita a espera que le digan que hacer y como hacerlo y busca en los demás (incluyendo a los jefes) el pretexto para quejarse de lo que por su propia cuenta no puede hacer.
En un trabajo el mismo trabajador puede cambiar las condiciones saludando a los demás, viendo como ayudar a los demás y buscando tener impacto con lo que hace, en su vida y en la de los demás.
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Pues, le cuento que en últimas, el 99% de la gente trabaja de esa manera. Y digo trabaja, porque la mayoría de altos ejecutivos de las empresas simplemente son una carga que no hace nada sino empavonarse de sus supuestos logros. Pero volviendo al tema, para resolver eso es uno el que debe concientizarse que i. Trabaja para vivir y no al contrario, entendiendo vida no como el proceso de existir simplemente, sino como una experiencia enriquecedora y plena a cada momento. ii. Aprovechar los momentos fuera de la oficina para disfrutar a la familia, iiil hacer lo que le gusta, para que no sea tan duro el automatismo.
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