Deseamos ser sabios sin abrir un libro. Deseamos cambiar la historia sin siquiera conocerla. Deseamos aprobar el curso sin estudiar. Anhelamos conquistar el mundo a punta de cervezas y aguardiente.
Somos el país que se regodea con la telenovela del caso Colmenares, pero ignora cientos, si no miles, de asesinatos impunes. Somos el país hipócrita que acusa a los medios de banales, pero lee cuanta columna sobre sexo y violencia es publicada.
Nuestro país es miserable porque somos conformistas y cobardes. Cómo osamos elevar clamor alguno contra nuestro subdesarrollo, nuestro precario sistema educativo o nuestro gobierno corrupto si hemos optado por brindar soluciones ‘facilistas’ a cada uno de los problemas de nuestras vidas. Matar, robar, estafar, engañar, amenazar y desaparecer son los verbos predilectos de la Nación. Amamos los atajos: la violencia, el narcotráfico, la corrupción, el nepotismo e incluso la brujería.
Somos el país que se indigna ante la pésima columna de Alejandra Azcárate, pero en lugar de condenarla con el silencio, la premiamos con la fama, mala fama, pero fama al fin y al cabo. En unos meses, el tema será olvidado y ella continuará mofándose de nuestra sociedad sin memoria; recordará, entre risas, cómo, alguna vez, fue noticia de primera plana por una estupidez. Por supuesto: es más fácil debatir la necedad de una mujer insensata e imprudente que analizar la Reforma Tributaria. Es más fácil insultar que apelar a los argumentos.
Si un funcionario es corrupto y descarado, las masas clamarán que el Estado es fallido, que los políticos son escorias, omitiendo que fueron elegidos en el marco de una democracia. Nosotros votamos por aquellos a quienes ahora condenamos. Rara vez nos tomamos la molestia de leer los programas de gobierno de cada candidato o de conocer sus antecedentes. Nos conformamos con los irrisorios debates televisados y la contundencia de las estrategias mediáticas plenas de falsas promesas.
Nosotros banalizamos la política y transformamos a los dirigentes en esclavos de la imagen. Ellos reflejan la dinámica social de nuestro pueblo. Ellos son corruptos porque nosotros lo somos. Ellos son ladrones porque nosotros les enseñamos a robar. Ellos mienten porque nos encantan los cuentos de hadas. Ellos son tan vanos como vanos son sus electores.
Pretendemos trascender pero no nos atrevemos a leer una columna de más de diez párrafos. Queremos salir de la miseria pero nos negamos a leer un texto escudándonos en nuestra incapacidad para comprender las palabras «rebuscadas». Es preferible la ignorancia al «magno» esfuerzo que supone consultar el diccionario.
La faja, la crema reductora, o la liposucción, son preferibles al ejercicio, al esfuerzo o a la rutina. ¡Nos nos hablen de sudor, por favor, queremos aguardiente, no queremos ir a trabajar!
Somos conformistas porque el cambio demanda esfuerzo y valentía, mas somos perezosos y cobardes.
Somos nuestra propia ruina, somos nuestro gobierno, somos nuestra pobreza. Nos conformamos con nuestro castillo de cartón pero bien podríamos erigir un palacio de marfil: somos Colombia.

Por @EdgarMed