Aprovechan nuestra condición de consumidores pasivos, sentados en una silla, agotados por la labores, y buscan conmovernos hasta las lágrimas con un relato pleno de infortunios, desgarradores giros e inverosímiles conflictos.
Suelen subirse sin pedir permiso. Brincan, cual saltamontes, por encima de las bardas, o se escabullen con maestría por la compuerta trasera. Se paran enfrente de los pasajeros e inician su discurso con una serie de frases de cajón, excusándose por las molestias causadas a la querida e indiferente, fastidiada o indignada audiencia. Enfatizan en cada palabra, como si de un discurso político se tratase.
Años atrás, cuando la práctica de la tragicomedia en bus se encontraba en ciernes, escuchaba la interpretación de algún músico virtuoso o el relato de un orador con talento. En ocasiones, adquiría las artesanías de un orfebre ejemplar. Ahora es común recibir amenazas: «Señores pasajeros, he sido ladrón por 15 años. Me retiré porque nació mi hija. Hoy ha sido un mal día. Si ustedes no me ayudan, tal vez retome mi antiguo oficio«. (En pocas palabras: «Si no me dan plata, los robo»).
En efecto, los queridos pasajeros, presas del pánico, le regalan monedas y hasta billetes de $10.000. No hay derecho.
Nota mental: Señor ladrón que ya no es ladrón, pero igual me quiere robar, déjeme en paz. Por culpa de escorias como usted ya no le quiero comprar ni a los que venden maní.
Otro tipo de amenaza es: «Mi hija se va morir, si ustedes no colaboran, se va a morir. Vean estas (atroces y escabrosas) fotos, vean lo mal que está», y acompañan sus palabras con un gesto de profundo dolor, con la mirada perdida, ahogada en la aparente angustia. (En pocas palabras: «Si no me dan plata, son unos asesinos, unos desalmados, Dios se apiade de sus almas«). No se trata de una afrenta directa, pero sí de un sutil método de coerción, de una persuasión violenta e implacable.
Nota mental: No sé si creerle o no, señora. Espero que sea verdad, tome mi dinero. Aleje esas fotos horribles de mí.
Incluso, me he encontrado con señores cascarrabias que se suben al bus con el único propósito de acusar a los pasajeros de indolentes, miserables y cínicos. «Sí señor, usted, el de traje. No se crea mejor que yo, usted es igual a mí. No crea que porque ahora lo tiene todo, así seguirá toda la vida. Tal vez, algún día, caiga en desgracia y deba subirse a un bus a pedir limosna. No sea cínico (y déme plata)«.
Nota mental: Señor cascarrabias, no necesito de sus discursos resentidos para recordar la atroz realidad de nuestro país de cínicos, de corruptos y de indolentes (me incluyo entre los indolentes por hoy, qué puedo hacer), déjeme en paz.
Estoy cansado del circo de miseria en los buses. En ocasiones, me despiertan desconfianza o miedo. En ocasiones, me recuerdan la atroz realidad de la mayoría de colombianos. Por momentos, me llenan de remordimiento, pues no sólo le cabe culpa al Estado de aquel drama social, sino a cada uno de nosotros. Y, aparte, de seguro algunos dicen la verdad. En ocasiones, la mayoría de ocasiones, sólo quiero mandarlos al carajo, ¿y usted?
Nota final: Por supuesto, detrás de los hechos existe una problemática social grave. Estoy cansado tanto de este país inequitativo y pobre, como de las consecuencias que ello acarrea por ejemplo…este circo de la misera. Sin embargo, según la personería de Bucaramanga, ganan hasta $3.750.000 al mes (Mayor información aquí: http://bit.ly/T9c1g8) ¿Entonces, es un problema o una nueva forma de vida? ¿A quién le creo?