Se asume como objetivo de vida la conjura de las imperfecciones humanas. Se persigue la erradicación de la asimetría, de la carencia, del conflicto. Los conglomerados sociales vapulean la naturalidad y rinden culto a la refinación postiza de lo mundano. Los Estados en contienda anhelan la armonía y los feos, la belleza.
La persecución de la perfección es una imperfección en sí misma. Al constituirse en inalcanzable, deriva en frustraciones, dolores, aberraciones. Como la de la mujer que, en procura de la juventud perenne, rompe con la naturaleza de su rostro al inyectarlo de colágeno, hasta transformarlo en una sucesión de protuberancias tumorales, o la del joven famoso e insatisfecho que termina muerto por una trágica mezcla de heroína y alcohol en un solitario cuarto de hotel.
El ruido se opone a la parsimonia. El asesino al benefactor. El caos al orden. El dolor al goce. La presencia a la ausencia. La vida a la muerte. La realidad es un reino en perpetua contienda. No existe posibilidad de lo real inmaculado, de lo absoluto incorrupto o lo verdadero acrisolado. El conflicto es un motor de vida. La impureza otorga sentido. El premio se dimensiona ante el castigo. Las batallas otorgan significado a la existencia. Quien se sume en la oscuridad busca el faro de la esperanza.
Comprender la razón de la imperfección le da sentido a la existencia, convivir con el desastre, distinguir el orden en el caos, admirar la belleza del muladar. Feliz no es aquel que disfruta de las mejores dádivas, sino aquel que danza en el estiércol con una sonrisa. Aquel que comprendió que el desasosiego es, también, sinónimo de vida y es una bendición.
Feliz el cojo que baila, feliz el ciego que disfruta de la melodía del ruiseñor, feliz el sordo que contempla el amanecer. Feliz quien sonríe a pesar del cáncer. Feliz quien disfruta de su imperfección. Feliz quien comprende que el ideal es solo una ilusión.
El día de su muerte, Gloria se aplicaba botox, compungida por su piel ajada. Roberto se embadurnaba su cresta para parecer un ‘gallo galante’. María soñaba con unos senos prominentes. Inés se inquietaba por sus zapatos sucios y sus ropajes humildes. Santiago ocultaba su incipiente acné con cremas. Alberto miraba con envidia el Lamborghini del vecino.
El día de su muerte, Roberto abrazaba a su nieta con cariño, a pesar de su incapacidad para caminar. Juan contemplaba absorto las mariposas del jardín, encantado como un niño, a pesar de su déficit cognitivo. Johan intentaba encestar la pelota en la canasta a pesar de sus piernas mutiladas.
Unos sufrieron el drama de una vida perfecta donde lo banal se transformó en trascendente y otros trascendieron a su drama con un coraje propio de caballeros y de humildes.
El día de su muerte, las vidas perfectas eran miserables y las vidas laceradas sonreían. Las primeras nunca comprendieron que el ideal era solo una ilusión y las segundas hicieron de la imperfección un ideal.
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