El amor es de valientes. De guerreros. Comienza con la pasión de un beso, con una sutil caricia en la mejilla. Te lleva a la demencia. Los dientes torcidos de tu novia se convierten en una sucesión de perlas. Sus ojos simplones se convierten en esmeraldas. La calvicie de tu novio torna en un atributo interesante. Su panza es hasta linda.
Es un milagro. Es un embellecedor mejor que mil cervezas. Te enamoras y ya proclamas ser capaz de aplastar a los gigantes con tus manos diminutas. Es una fuerza que te engrandece, te embriaga. Estás enamorado.
Con el pasar de los meses, empiezas a notar la nariz torcida de tu amada y su ojo perezoso. Descubres sus demonios y malos olores. ¡La mierda le huele a mierda y no a perfume francés después de todo! Empiezas a sentir ese timbre agudo de su voz. De improviso, insoportable. Les dices a tu novio que compre una peluca y maldices su barriga.
Te empiezas a cuestionar. El hechizo se desvanece. Te desesperas: ¿Quién es esta mujer? ¿Quién es este tipo? Oh, la decepción.
Decides que el amor ha muerto, tomas tu celular, descargas ‘Tinder’ y vuelves a empezar. O te vas a un bar a buscar bandidas o rufianes. O a la biblioteca a buscar intelectuales. O al gimnasio a buscar bendecidas o afortunados. O a tu casa a ver porno.
Que se joda el «amor», dices. Empiezas a odiar el amor. Es esquivo. Es imposible. Es temporal. Le temes. Ya no lo tomas en serio. ¿Dónde está ese amor de los viejitos de Up -la película de Pixar-?, empiezas a clamar a los cielos.
¿Pero cómo diablos mis abuelos llevan casados 60 años?, sigues clamando a los benditos cielos. Ves a una ‘parejita’ en el parque y, si eres presa de la amargura, les dices: «Aprovechen que eso no dura una mierda».
Pero el enamoramiento es solo el comienzo. El amor es un trabajo. Es una prueba. Es un proceso. Es para perseverantes. Hay quienes lo entienden en sus años mozos. Afortunados ellos. Otros viven de fracaso en fracaso, hasta que la belleza se les acaba y se empiezan a quedar sin opciones. Entonces descubren la belleza de lo esencial.
No hay relación donde el enamoramiento, el ‘hechizo’, dure para siempre. Le llegan tiempos aciagos. Tiempos donde tu temple se pondrá a prueba. Momentos donde la razón volverá a ocupar su trono y el corazón abdicará. Y verás a tu pareja desnuda, sin florituras.
Si eres fuerte, resistirás el embate de la realidad. Te aferrarás a la fe. Toda relación duradera y significativa va a demandar una dosis de fe. Te aferrarás a los bellos recuerdos. Al futuro ideal. Si estás con la persona indicada, entonces comprenderás: el amor verdadero no es producto del azar, no se encuentra ni en el bar, ni en la biblioteca, ni en el gimnasio. No es fortuito. El amor verdadero es una construcción.
El amor se construye en la gracia y en la adversidad. El amor no solo es deseo. El amor se funda en la amistad, en la comunicación, en la empatía, en la paciencia. El amor verdadero es el que prevalece a pesar de la sequía. El amor verdadero te esperará después de la tormenta. El amor verdadero no será una consecuencia de la pasión, sino de la tolerancia. Será un acto de confianza.
El amor verdadero será espiritual. Te permitirá ser débil y te hará fuerte. Existirá a pesar de tus miedos. Te liberará de ellos. Te permitirá ser. Estará a tu lado a pesar de. Será una decisión. Comienza a construirlo.
ÉDGAR MEDINA
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