En una sociedad como la nuestra tan proclive a la sonrisa fácil, al beso sin motivo, al halago sin sentido, al abrazo adulador, ser catalogado de gruñón es cosa sencilla. Basta con romper el molde.
Y es que una cosa va del gruñón al malaleche, del gruñón al maleducado, del gruñón al amargado, del gruñón al maníaco depresivo, porque como decía el malogrado Álvaro Gómez, una cosa es el carácter y otra el mal carácter y aquí, una sociedad aduladora, que nada entre las babas de la hipocresía, solemos confundirlos.
Estamos acostumbrados a decir si, a evitar el conflicto, a eludir la responsabilidad de decir la verdad. Preferimos pasar de agache quedando bien con todos, así por dentro y con los pies, estemos haciendo pistola. Preferimos la crítica en voz baja a la sinceridad a tono audible. Por eso es fácil ser catalogado de gruñón.Yo por mi parte me precio de estar dentro de esa clasificación.
Si bien nuestro idioma español es bastante rico, por qué, me pregunto yo, tendremos que matarnos la cabeza buscando la manteca que embadurne la opinión para decir que algo no nos gusta, o que lo que estamos oyendo no está de acuerdo con lo que pensamos, o que no estamos dispuestos a comprometernos con el “chicharrón” que nos están pidiendo. Por qué razón extraña hay que decirle a la mamá siempre que si, o asistir con la pareja a esa reunión aburrida donde la familia, o comernos esas cosas , que por más importadas y recomendadas que sean, no nos gustan, o escuchar la perorata del vecino que nunca corre las fronteras más allá del yo hice, yo dije, yo pude, o sonreír y aplaudir al artista de bus urbano que nos saca de nuestro letargo o aceptar que el niño nos acabe de ensuciar el vidrio panorámico en cualquier semáforo de la ciudad, o aceptar sin chistar que el servicio en ese restaurante sea tan malo como el de cualquier corrientazo de mala muerte?. Por qué, cuál es la razón? Preferible colorido una vez, que descolorido toda la vida, solían decir las abuelas.
Y claro, quien puede negar que alguna vez amanezcamos con la malparidez. alborotada y que nada nos guste, nada nos parezca, todo lo veamos mal, todo nos sepa a feo. Son de esos días que todos tenemos y que mientras para los demás son síntoma de un mal día, del estrés de la vida moderna, para nosotros son una muestra más de nuestro carácter gruñón.
Como sea, el gruñón tendrá claro siempre que con amor o con dolor, siempre será con el corazón…