Yo tengo todos los elementos para ser un hombre feliz; pero sencillamente no puedo. Sin embargo hay una cosa que sí me hace feliz, y es decir lo que pienso.»

 

José Saramago

 

Uno de los grandes males de la posmosdernidad es la obligación al optimismo. Todas las religiones, todas las filosofías, todos los gurús, todos los charlatanes, todos los buenos amigos, todos, nos empujan, nos inundan,  nos aúpan, casi nos obligan, al optimismo. Sin embargo, algo va de la fe a la esperanza, porque si algo nos hace infelices es esa tendencia al positivismo, al creer que todo va bien y que si va mal o regular, mejorará, porque el optimista, muchas veces, además de  ciego, le  gusta la futurología.

Sin embargo, hay que entender que el pesimista es una persona que le gusta la vida en colores con la diferencia que siempre escoge el negro. La malparidez es una postura ante la vida, una forma de entender la existencia que se  resume en el hecho simple de ver los días grises cuando están grises. Un pesimista, no necesariamente es un solitario, ni un amargado, tampoco un aburrido, ni mucho menos un melancólico. Un pesimista, es a la larga un optimista bien informado y por eso, vive al día, no piensa en el pasado y no le amarga pensar en lo que pudo haber sido y no fue, ni en lo que fue y ya no es. Eso se lo deja a los optimistas, que sufren y lloran en silencio, porque no nos digamos mentiras, ser pesimista está mal visto, es políticamente incorrecto.

Ninguno es  mejor que otro. Lo que si es cierto es que el pesimista sufre menos, tal vez porque su dosis de realidad es más grande. Y no es que un pesimista atraiga los problemas, ni que el universo se confabule contra él para que todo le pase. Lo que sucede es que el pesimista contempla los problemas como una posibilidad y por eso no se amarga, no se mete mentiras, no se hace falsas expectativas. Sabe que si hay truenos y nubes grises es porque probablemente llueva, y por eso lleva  paraguas y bufanda, a diferencia del optimista que sale en camiseta. El pesimista le imprime realidad a sus sueños ( que obviamente los tiene). El optimista, en cambio, llena de sueños su realidad.

Por eso, la felicidad poco tiene que ver con el optimismo o el pesimismo. Cada quien desde su propio perspectiva es feliz o infeliz según se le quiera mirar porque a la larga todos siempre terminamos con la necesidad de hallarnos. Con sol o con lluvia.