Somos un país de vivos. Estamos hechos, predispuestos para la trampa. Por una extraña mezcla genética, siempre sabemos más que los demás, siempre llegamos más rápido que los demás, siempre gastamos menos que los demás, siempre vivimos mejor que los demás, siempre nos gozamos a los demás,siempre trabajamos menos que los demás. Un país de vivos. Nos gusta la puntualidad. La de los demás. Nos gusta el compromiso. El de los demás. Nos gusta el cumplimiento de lo pactado. Si lo hacen los demás. Nos gusta la verdad. Si la dicen los demás. Nuestra moral es de caucho. Nos gustan las normas y los atajos, las verdades y las mentiras, las razones y las sinrazones, el blanco y el negro porque a todo, casi sin excepción le aplicamos una regla de oro: Sirven , si se acomodan a nuestros intereses. De lo contrario no.
Somos ventajosos, vivos, ‘culiprontos’ y faltos de palabra. Y para completar, nos gusta la alharaca, porque adoramos criticar sin haber participado, reprochar sin haber votado, señalar sin conocer, tachar sin informarnos, tildar sin analizar y fiscalizar solamente en una dimensión, siempre y cuando, claro está, que no seamos nosotros el motivo de la discusión.
Desde pequeños nuestra cultura nos empuja a sacar ventaja de los demás. En los colegios somos capaces de cambiar un roscón mordido y baboseado por un reluciente Wii, o dejar mascar por media hora un chicle americano a cambio de un fulgurante carro de pilas. Ya mayorcitos, dejamos que los niños de kinder y de primero sean nuestros amigos, a cambio, claro está, de las onces que con tanto amor envía mamá. La de ellos, por supuesto. Adolescente que se respete ha robado algo en el supermercado de la esquina. En la universidad siempre habrá alguien que nos deje copiar, alguien que haga el trabajo por nosotros, alguien a quien robarle las fotocopias.
Y qué decir de las fiestas, no de esas a las que nos invitan y en las que por supuesto abusamos, sino de aquellas a las que sin el menor asomo de pena nos colamos, nos bebemos hasta el agua de los floreros, tragamos como naufragos sobrevivientes, nos amacizamos a la dueña de la fiesta y de las que no nos saca sino el repartidor de periódico al otro día. Eso para no hablar de cocteles y recepciones a las que nos hacemos invitar o en las que simplemente nos colamos.
Un país de vivos país donde para atravesar una calle de una sola vía, nos toca mirar para ambos lados. Bus, buseta, flota y carro de escolta siempre tendrán la vía. Nos venden menos gasolina de la que nos cobran, los mecánicos arreglan una cosa y dañan veinte, nos colamos por la puerta de atrás de los buses, o en las estaciones de TransMilenio. Rendimos la leche, reproducimos las marcas exitosas, copiamos concursos, deseamos y correteamos a la mujer del prójimo,simulamos penaties, inventamos enfermedades, nos saltamos las normas, nos pasamos la ley por la faja, le inyectamos agua a las naranjas, eso para no hablar de contratos, licitaciones estatales, “mordidas” bajo la mesa, desfalcos, etc,etc.etc
Sin embargo, en un país de vivos, siempre habrá otro más vivo que nosotros. Es entonces cuando nos quejamos de vivir en un país de vivos. Por eso el que menos vuela, le toca correr…