Tengo que reconocerlo. Soy un tipo extraño. Me gustan las asambleas de copropietarios. Yo, que crecí en el Polo Club, un barrio residencial de Bogotá, y vine a conocer el mundo de los conjuntos cerrados mucho tiempo después. Y es que las asambleas tienen cierto toque audaz que nos permite en cuatro o cinco horas jugar al legislador, ofender en público y con sarcasmo al vecino que nos desquicia, hablar mal del consejo directivo, tomarse un tinto mientras arreglan el sonido y hacer pactos y alianzas para escoger al próximo administrador.
Una asamblea de copropietarios es un microcosmos que reproduce el verdadero país en el estrecho recinto de un salón comunal. Es el Congreso Nacional, pero esta vez en silla rimax. En esas reuniones todos nos sentimos expertos en algo: desde la ley 675 que rige la propiedad horizontal ( si no se nombra la ley 675 en una asamblea, no es una asamblea, si acaso un mitin o una piñata) pasando por el graniflex que protege las fachadas, por las normas de convivencia y sismoresistencia, los derechos de los niños, las mascotas y los viejos, modalidades de quórum y poderes de representación, zonas comunes, zonas libres de humo, zonas de parqueo… hasta el código laboral, la diferencia entre conserjería y celaduría, derechos y deberes del todero y niveles de ruido permitidos.
Las asambleas de copropietarios son esos espacios para dejar salir a ese tinterillo que todos llevamos dentro. Yo por lo menos soy de esos que debato y jodo cuanto inciso y parágrafo me parezca sospechoso y por eso tengo gente que me quiere y que me odia, en especial todos aquellos para los que esas seis horas de debate no son más que una ‘perdedera’ de tiempo y solamente quieren firmar e irse.
Antes de que la cosa empiece, el ambiente se nota tenso. Miradas que se cruzan, saludos desganados van y vienen, componendas que se urden. Prueba errática de sonido: «1,2,3 probando, si,si,siiiii sooonido». Verificación del quórum.
Elección del presidente de la asamblea para repetir la pantomima de cada año donde nadie se postula. Una voz sin cara que propone a Don Pedro, que dice que no, que por favor se lance otro, para terminar aceptando como cada año, no sin antes agradecer el honor inmerecido. Lectura del orden del día, “se somete a consideración de los asambleístas el orden del día”, se aprueba el orden del día. Lectura de informe Comité de Convivencia, lectura de informe del Comité del día de la familia, lectura de informe de Comité de la Asociación de Vecinos del Barrio. ¡Aprobados!
Informe del informe de revisoría fiscal. Primeros carraspeos. Informe Consejo de administración. Del carraspeo se pasa al ataque de tos y las miradas que se cruzan. Informe de la señora administradora. Se alista el matoneo, porque no se puede concebir una asamblea sin matoneo a la señora administradora.
Del 502 se quejan por el descuido de las zonas comunes. Del 804 de lo achiladas de las matas. Del 906 porque los celadores no saludan. Primera mención a la ley 675. El del 208 eleva la queja por el olor a marihuana que sale del 201. La administradora se defiende como gato patas arriba, como esos mismos gatos del 705 que andan por la zona de parqueo rayando el carro del 502. Se aprueba el informe.
Lectura del estado de pérdidas y ganancias. Verificación del quórum y explicación de una cifra del balance porque nada excita más, nada es más orgásmico, que pedir una verificación del quórum y la explicación de una cifra del balance. 45 minutos de discusión por los dos mil pesos que se van a subir a la cuota de administración. Aprobado.
Elección del Comité de Convivencia. Aquí la clave es mirar para el piso y no rascarse la cabeza a riesgo de ser tomado como una postulación. Aprobado. Las amigas de la señora administradora se alistan para reelegir a la señora administradora. Miradas cómplices para una elección que está más engrasada que perro de taller mecánico. Reelegida la señora administradora. Decima segunda mención a la ley 675. Gritos y chiflidos. Proposiciones y varios. Gritos y chiflidos.
Debo confesarlo. Me encantan las asambleas de copropietarios. Uno de mis sueños dorados es retirarme a vivir en una casa frente al mar. Sin embargo lo estoy reconsiderando porque no sé si sea capaz de vivir sin una moción de orden, señor secretario…